Londres, día 3: ¿moda para ligar?
La tercera jornada de la Semana de la Moda de la capital inglesa deja un rastro de 'selfies', mensajes privados y 'techno'
–Hola, ¿qué tal?
–Normal, en el trabajo.
–¿Qué te trae por aquí?
–El desfile de J.W. Anderson.
Esto no es la reproducción de un intento de ligar fallido en la puerta de un desfile, sino la reproducción de un intento de ligar fallido en un chat, la mañana del domingo, en Grindr. El pantallazo de la conversación corrió como la pólvora (incluso sin wifi) por las filas de asientos de Jonathan Anderson, la primera colección de la mañana. Como se había anunciado días antes, el diseñador norirlandés difundió su desfile en streaming a través de la red social gay, en la que ha sido la jugada marketiniana más sonada de lo poco que llevamos de temporada.
Presentada al ritmo de techno duro, la ropa ya era bastante provocadora por sí sola (conjuntos de levita y pantalón de seda con estampados alucinógenos de caracoles, peletería de colores y joyería de plexiglás como sacados de Party Monster), pero la cultura digital, y sobre todo la revolución que ha obrado en las relaciones personales, es el último capricho de una industria con idénticas ganas de epatar que de mantenerse relevante, tanto en el lujo como en otros sectores. La noche antes, la firma de vaqueros Diesel había presentado su última campaña: una serie de mini vídeos en los que sus protagonistas se comunican a través de emoticonos, selfies y hashtags.
Anderson se ha convertido en uno de los reyes de Londres: diseña para Loewe, su marca se desarrolla con rapidez gracias a la inversión del grupo LVMH y ha demostrado que su inteligente ritmo de demoliciones controladas en la casa del buen gusto no sólo genera titulares, sino que vende como churros el nuevo símbolo de estatus asequible de la ropa de hombre: el punto. Es menos aparatoso que los accesorios, más reconocible y encaja de forma natural en nuestros armarios. Este invierno, raro es el día que no asoma la cremallera rectangular de un jersey de Anderson bajo la camisa o la cazadora de tu compañero de fila.
Provocación, techno, rebelión juvenil: Jeremy Scott introdujo parecidos ingredientes que Anderson en su colección para la italiana Moschino, pero sin las ganas de desconcertar del norirlandés. "Me gusta la idea de las prendas híbridas, pero en realidad esta vez he trabajado con formas casi... clásicas", explicaba Scott después de que su casting mixto hubiera paseado una colorida colección de ropa punk (bombers, vaqueros ajustados, botas de combate), literalmente bañada en pintura de Gilbert & George: la pareja de artistas ingleses le ha dado carta blanca al diseñador norteamericano para aplique sus obras en su colección de Moschino del próximo invierno.
El último desfile de Scott fue una memorable fantasía (había disfraces de María Antonieta para hombre), pero el del próximo invierno, comercial y coleccionable a partes iguales, es todo un alarde de sabiduría fashion. Sobre todo ahora que las ferias de arte han sustituido a las pasarelas como feria de las vanidades y las cuentas bancarias.
A la Antártida, rápido
Tan solidaria como está siendo esta temporada de desfiles, queda la duda de si en su vocación de ignorar el cambio climático hay crítica o esperanza. La colección masculina de Belstaff, fiel a su herencia de fabricante histórico de robustas cazadoras, tenía borrego, acolchado técnico, plumíferos, cuellos de pelo y, en los looks más polares, todo junto. Algo parecido, pero más experimental, suele proponer el británico Christopher Raeburn. Esta vez, el filtro estaba en Mongolia: bordados, patchwork y zapatos Clarks de inspiración sherpa.
Un contrapunto étnico al punto de vista tecno-sostenible de Raeburn, y también la excusa para lo que, con toda probabilidad, volará de los percheros: jerséis de punto con el simpático dibujo de un leopardo de las nieves bordado con trazo infantil. Ni un rudo explorador se resistiría a algo tan mono.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.