Los chocolates de las clarisas de Belorado, una revolución golosa
Llevaba dos años de pesquisas infructuosas hasta que el pasado lunes llegué al final de mis averiguaciones. La pista me la habían facilitado en 2013 los directivos de la firma Valrhona. “¿Has probado los chocolates de las monjas de Belorado (Burgos)? Figuran entre nuestros principales clientes, son partners de nuestra empresa y gestionan un obrador súper moderno. Merece la pena que les sigas el rastro.”
Hace algunos meses cuando regresaba de Logroño me detuve en el convento de Belorado, llamé al torno, saludé a una religiosa oculta y le comenté que deseaba comprar sus bombones. “No vendemos al público. Tendrá que acercarse a la tienda del pueblo, La Riojilla”, me respondió, enseguida. “Ya que ha venido hasta aquí – continuó muy amable-- le voy a obsequiar con un pequeño excedente.” Recogí en el torno una bolsita de bastones de naranja con chocolate y, a cambio, deposité 10 euros en el mismo sitio. Los probé y me entusiasmaron. Nada de bromas, aquellas golosinas iban en serio.
De manera casual Pedro Subijana me comentaría poco después que conocía a las monjas, que eran simpatiquísimas y que él mismo las había ayudado en sus inicios. Por fin, alguien me daba una referencia fiable. El círculo comenzaba a estrecharse.
En noviembre pasado cenaba con Paco Torreblanca cuando -- ¡qué casualidad¡-- me comenta que mantenía una gran amistad con la comunidad e incluso les había proporcionado recetas. ¿Dónde venden, le pregunté a Torreblanca? “Creo que en El Corte Inglés, aparte de exportar a Japón y a Italia” ¿En serio? Mi curiosidad iba en aumento. La vía para continuar estaba clara. Llamé a José Antonio Gómez, Director Técnico de Burgos Alimenta , quien conectó con el alcalde de Belorado y éste con las religiosas. Pocos días después recibía una llamada insólita: las monjas estaban al corriente de mis críticas gastronómicas en @ElViajero_Pais y nos invitaban a comer el lunes 21 de diciembre. Imposible antes por la campaña de Navidad que las tenía saturadas. Nos iban a mostrar el obrador pero a la zona de clausura no podrían pasar mujeres.
Alrededor de las 14,30 en compañía del alcalde, Jorge del Barco, mi amigo José Antonio Gómez y yo nos sentábamos en una mesa muy bien puesta separada de la clausura por una reja. Sobre el mantel una fuente de espárragos, otra de embutidos y una botella de vino Paul Jaboulet Ainé 2010 de Crozes Hermitages, misma zona de Francia donde se encuentra Valrhona. Mi asombro seguía en aumento. Aquello equivalía a comer en un vistoso refectorio con aires de gran confesionario. Pronto aparecieron la madre Isabel, actual abadesa, Sor Pureza, que la había precedido en el cargo y Mirian de Nazaret, directora del obrador, pastelera y autora del libro “Las recetas de los Postres y dulces del convento”.
Charlamos, las felicitamos y nos reímos distanciados por los barrotes. “El monasterio de Nuestra Señora de la Bretonera, en pleno Camino de Santiago, data de 1384”, nos diría la abadesa. “A principios del 2000 la Junta de Castilla y León comenzó su rehabilitación con el apoyo de la Sociedad de Amigos del Monasterio. Como lo habitaban monjas muy ancianas llamaron a nuestro convento en Lerma en demanda de ayuda. Algunas nos desplazamos hasta aquí y soportamos la restauración que se inició por los tejados”, prosiguió. ”Teníamos que ganarnos la vida y empezamos a elaborar dulces pero aquella repostería no cubría nuestras necesidades”. Hablamos con Manuel Morgades, pastelero de Lérida y arrancamos con los chocolates. Fuimos descartando proveedores y nos quedamos con Valrhona . Ahora ya no vendemos a El Corte Inglés, nos aprieta demasiado con los márgenes. Después del almuerzo les mostraremos nuestro obrador y les contaremos más cosas”, apostilló la abadesa.
Tras los aperitivos, a través de la reja una hermana risueña nos pasó un pastel de cangrejos con mahonesa, un consomé de ave y finalmente cordero asado con ensalada. De postre, lo más parecido a una tarta de tiramisú, según palabras de las religiosas. Todo con un nivel importante. Incluso el café era bueno. Habíamos vivido una experiencia inédita y nos aguardaba una segunda parte.
La madre abadesa nos abrió la reja de clausura, pasamos al obrador y sor Mirian de Nazaret nos fue explicando las funciones de sus máquinas, relucientes, impecables, de alta tecnología. Visitamos el almacén, ya medio vacío por el fin de la campaña, aunque todavía repleto de bolsas de chocolate con orígenes y etiquetas llamativas, guanaja, gianduja, extra amargo… ¿Y esa caja de productos Sosa, le pregunté a sor Mirian? “Estamos intentando una línea nueva de chocolates sin azúcar”, me dijo. Luego nos mostró estanterías con libros de pasteleros famosos y la sala de embalaje.
¿Dónde los vendéis? “Acabamos de suprimir el torno y ya se pueden comprar en el monasterio a través de una reja. Tenemos colocados nuestros chocolates en tiendas gourmet de media España y vendemos a través de nuestra web el obrador del convento . También recibimos pedidos de entidades financieras para sus Juntas de Accionistas, y de restaurantes a modo de petits fours de sobremesa”.
Al despedirnos no daba crédito a la experiencia, algo mágico, para mí la comida más emocionante del año que termina. Durante siglos los conventos de clausura han ejercido de depositarios de las tradiciones golosas de nuestro país cuyas recetas llegarían hasta Latinoamérica donde aun perviven en muchos lugares. Con su apuesta por la innovación las clarisas de Belorado están trazando el camino de una renovación de los obradores conventuales que, con toda probabilidad, aun no han dicho la última palabra. Sígueme en Twitter en @JCCapel
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