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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Animales de laboratorio: entre dos extremos

Muchos estudios sobre la biología humana que ahora se hacen en ratones se podrán hacer pronto en cultivos de células humanas

Javier Sampedro

El año pasado, los científicos españoles causaron un “dolor severo” a animales de experimentación en 60.000 ocasiones, según el primer informe compilado por el Ministerio de Agricultura por mandato de Bruselas. ¿Es lícito? Ante un dilema moral, lo más fácil es adoptar una actitud extrema, como hace la iniciativa ciudadana Stop Vivisection (Parad la Vivisección), apoyada por más de un millón de firmas en Europa; en el extremo contrario del espectro aparece un pragmatismo de vía estrecha capaz de negar que los animales sean capaces de sufrir con tal de ahorrarle un coste a la industria cosmética. Incurrir en los extremos es en efecto lo más fácil, pero también lo más inútil.

Enfrentada a la opción de matar o no a un animal, la mayoría de la gente razonable decidiría no hacerlo. Pero, si hay que elegir entre la muerte de un animal y la de una persona, esa misma mayoría optaría por lo primero. Y de eso, aunque en términos más abstractos, es de lo que estamos hablando. Casi todo lo que sabemos de la biología humana lo hemos aprendido sacrificando animales de laboratorio, y el descubrimiento y desarrollo de nuevos fármacos —es decir, la mitad del avance de la medicina— depende hoy por hoy de su sacrificio.

En otra gama de grises, es importante distinguir entre unos animales y otros. Aparte de los veganos y un par de místicos panteístas, poca gente se opondría al sacrificio de una levadura, un gusano o una mosca, algunos más a la de un ratón, y muchos más a la de un mono. ¿Son meros prejuicios humano-céntricos? Yo creo que no. El filósofo Peter Singer, a quien considero una autoridad moral planetaria, prefiere eliminar a un embrión humano antes que a un chimpancé. Su argumento es que el embrión humano no puede sufrir ni sentir dolor, al carecer de un cerebro. Por la misma razón, el nivel de daño infligido asciende en paralelo con la evolución de la complejidad cerebral. En un sentido biológico preciso, es peor hacer sufrir a un primate que a un roedor. A mayor nivel de consciencia, más sufrimiento y más daño.

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Por otra parte, es la propia investigación científica —esa que sacrifica animales— la que ofrece las mejores perspectivas para ir mejorando la situación. La tecnología de las células madre plantea grandes esperanzas no solo para la medicina regenerativa, sino también para reducir de forma drástica el uso de animales de experimentación. Muchos estudios sobre la biología humana que ahora se hacen en ratones se podrán hacer pronto en cultivos de células humanas, o en tejidos y órganos derivados de ellas. También cabe esperar que el largo proceso de prueba de un candidato a fármaco se pueda acortar con esas células, y que ello ahorre la utilización de muchos animales modelo.

Pero ese momento no ha llegado aún, y tampoco será una panacea cuando llegue. Entre tanto, los centros de investigación ya han dado muchos pasos para evitar el dolor innecesario. El dolor necesario es de momento un mal menor. Sigamos mejorando.

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