¿Artur Mas? Llamadlo Ismael
Está desfigurado, humillado, vejado, pero vivo también. Y se perfila como presidente de la Generalitat
Llamadlo Ismael. Me refiero a la manera en que se presenta el único superviviente del Pequod en Moby Dick. Llamadlo Ismael porque Artur Mas es un superviviente. Y hemos vuelto a equivocarnos con nuestras esquelas y nuestros obituarios prematuros.
Desfigurado está Mas. Humillado, vejado, pero vivo también. Y se perfila como presidente de la Generalitat. Sin poderes políticos, pero con poderes litúrgicos. Y provisto de una nueva identidad evolutiva.
Llamadlo Ismael porque Mas sobreviviría a la gran ballena. Sobreviviría a una tragedia de Shakespeare y a una temporada, o dos, o tres de Juego de tronos. Es un político mutante e instintivo. Una cucaracha que amanecería incólume a una guerra nuclear.
Y no lo estoy descalificando como un insecto, tranquilicémonos. Estoy describiendo la manera en que Mas repta y mendiga para mantenerse vivo. Vendiendo su honor y su palabra y su conciencia. Aceptando el puesto de florero o de marioneta en un gobierno de diez meses. Intervenido.
Y va a conseguirlo. Se lo garantizó ayer Antonio Baños con la proeza cínica del “no tranquilo”. Ni el más maquiavélico patriarca democristiano italiano, verbigracia Andreotti, hubiera concebido un engendro dialéctico tan ambiguo. Y tan asequible a la respiración asistida de Mas.
Aldo Moro había inventado el “ni”, un híbrido entre el sí y el no que se arraigaba en el principio fundacional del transformismo “tricolore”. Un “no tranquilo” es un ni. Una bombona de oxígeno en el camastro del moribundo. Un sí condicionado, muy condicionado, pero un sí al que los magos soberanistas revestirán de propaganda y de posibilismo.
Artur Mas será president. Conviene familiarizarse con la idea, como conviene recordar que esta parodia de Moisés nunca creyó en el independentismo. El independentismo fue para Mas una oportunidad para desquitarse de su desprestigio como gobernante.
Tenía que desplazarse en helicóptero para eludir la insurgencia de sus compatriotas. Los recortes, la crisis, la corrupción estuvieron a punto de malograrlo, pero descubrió que el disfraz de la capa estelada sobre los hombros lo transformaba en un héroe libertario. Abusando, acaso, de esa mandíbula seductora de personaje de la Marvel.
Decía el lunes Mas que no haría cualquier cosa para ser presidente. Mentía. Ha hecho cualquier cosa. Rebajarse, descoyuntar el Estado de derecho, cambiar la siglas de su partido (¡Democracia y Libertad!), recrearse en el martirio de los tribunales “madrileños”.
No cuesta demasiado profetizar el naufragio del Parlament ni las consecuencias catastróficas de la “locura separatista” –así la califica el Financial Times, la caverna de Londres, objetarán los soberanistas-, pero entre los restos que arroje el naufragio aparecerá un superviviente, aferrado a un madero. Llamadlo Artur Mas.
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