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EL ACENTO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lionel Messi, su papá y el banquillo de Gavá

En los próximos días puede intensificarse la tabarra de la conspiración. Forma parte del civismo desestructurado de una parte de la sociedad, que ya no se recata en eludir las obligaciones sociales básicas

Jesús Mota

A fuerza de teorías conspiratorias, nacionalismos de vía estrecha, laberintos societarios para engañar a la Hacienda pública y mensajes simples de catecismo, el ámbito del fútbol se ha convertido en una tundra inhóspita vedada para la racionalidad y la continencia verbal. Los entornos de los clubes (directivos, agentes comisionistas, familiares y amigos de los jugadores, medios afines o directamente entusiastas) actúan como prensadoras cuya principal función es exigir la adoración sin condiciones al ídolo local. Los grandes clubes tienden a convertirse en sectas. Cualquier tibieza en el exigido culto a la personalidad, cualquier desviación de la sumisión más humillante hacia el futbolista de la estampita sagrada se considera una traición infame y causa de hirientes reproches. Es el caso de la estomagante presión que ha sufrido el entrenador del Real Madrid, Rafael Benítez, hasta pasó por las horcas caudinas y declaró que Cristiano Ronaldo es el mejor jugador del mundo. Culto de latría.

La servidumbre en Barcelona hacia Lionel Messi ofrece rebabas parecidas. Un juez de Gavá sentará en el banquillo al jugador por un presunto delito fiscal. Tiempo ha faltado al entorno para evocar, por este orden, sospechas de conspiración instadas desde Madrid (Josep Maria Bartomeu, presidente del Barça, es un profesional de gritar ¡complot! cada vez que se denuncia una tropelía contractual del club) y, a continuación, densos análisis sobre la inconsistencia de la justicia española. Resulta que la fiscalía del Estado descartó acusar a Leo y pide 22 meses de cárcel para el padre, Jorge Horacio Messi, presunto autor de la trama de enredos societarios con los que se pretendía ocultar una deuda fiscal de 4,1 millones; pero la abogacía del Estado considera que, aunque los Messi hayan pagado la deuda, padre e hijo son coautores.

Si aplicamos la navaja de Ockham, la línea argumental más sencilla es partir de si hubo delito o no. Puesto que lo hubo, alguien será responsable. La idea según la cual Lionel hacía sin pestañear todo lo que decía Jorge Horacio —“si me lo daba mi papá, lo firmaba”, cuenta el bendito Leo— es uno de los disparates que atentan contra esa racionalidad expulsada del fútbol. El hecho de que Leo firmase todo papel presentado por su papá no le exime de responsabilidad legal (si era mayor de edad, claro); en todo caso sugiere además una negligencia preocupante. Los documentos hay que leerlos aunque los presenten los papás.

En los próximos días puede intensificarse la tabarra de la conspiración. Forma parte del civismo desestructurado de una parte de la sociedad, que ya no se recata en eludir las obligaciones sociales básicas. Pero el caso de Jorge Horacio y Lionel ofrece un recóndito y melodramático fogonazo de interés: el padre, Jorge Horacio, acepta sacrificarse por su hijo. Al contrario que en las novelas de Ross MacDonald, es el padre quien carga con la culpa del hijo; es Abraham el que se ofrece en sacrificio para salvar a Isaac. Que el sacrificio sea menor (ninguno de los dos irá a la cárcel) en nada reduce la aceptación por parte de Jorge Horacio del papel de víctima propiciatoria.

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