Podemitas o podemistas
El sufijo ‘-ista’ refleja que alguien está a favor de una idea o una persona, mientras que ‘-ita’ nos sugiere una relación religiosa
Los miembros de Podemos reciben el nombre de “podemitas”, pese a que nadie ha acudido a ese mismo recurso derivativo del idioma para decir “ciudadanitas” o “upeyditas”. Y resulta curioso que se deseche la opción más productiva en español en estos casos: el sufijo -ista (en vez de -ita), que nos daría “podemistas”.
En efecto, el elemento -ista forma adjetivos que se refieren a los partidarios de alguien o de algo (“peronistas”, “anarquistas”, “peneuvistas”, “ugetistas”), si bien no todas las organizaciones han dado lugar a esa sufijación (no decimos ni “pepeístas” ni “ccooístas”). También construye términos que marcan a quienes muestran un aspecto cualitativo relacionado con la raíz (“vanguardista”, “machista”). Y produce sustantivos que nombran una profesión o práctica (“dentista”, “senderista”) y a los que forman parte de lo señalado en la base (“asambleísta”, “congresista”).
En cambio, -ita no ha dado mucho juego en español. Apenas unos raros gentilicios (“moscovita”, “vietnamita”, “sodomita”, “selenita”, “monclovita”...) –algo que -ista no tiene a su alcance–; contadas derivaciones de antropónimos (“semita”, de Sem; “amonita”, de Amón…), ciertos galicismos (“alauita” o “sefardita” en vez de alauí o sefardí, por ejemplo), y algunos vocablos de la química y la mineralogía (“trilita”, “magnetita”…; y también “amonita”, pero en este caso procedente de “amonio”). Poco o casi nada si se compara con la potencia reproductora de -ista.
Nótese por tanto que -ista refleja que alguien está a favor de una persona o una idea, mientras que los usos comparables de -ita nos sugerirán más bien una relación religiosa entre la idea o la persona y sus seguidores. No decimos “marxita”, ni “centrita”, por ejemplo, pero sí “cenobita” o “carmelita”.
Los fenómenos lingüísticos que se repiten suelen producir una gran fuerza analógica que afecta a los términos similares
El sufijo -ita se usó también para formar palabras que designaron algunas corrientes que en su día no le gustaban a la Iglesia, como “maronita” o “jesuita” (sin olvidar el influjo de “sodomita” en su significado sexual). En el caso de la Compañía de Jesús, el término nació ya con un tinte despectivo, en el siglo XVI, para descalificar a quienes se apropiaban del nombre del hijo de Dios.
Los fenómenos lingüísticos que se repiten suelen producir una gran fuerza analógica que afecta a los términos similares que vengan después. Esa relación se puede atisbar hoy al vincular “jesuita” con otras derivas igualmente poco gratas para el catolicismo: “ismaelita”, “husita”, “israelita” (no confundir con “israelí”).
A partir de todo eso, “podemita” (que también suele aparecer en contextos críticos y despectivos) no connota a Podemos como un grupo de ideas, sino de creencias; y quizás prospera ese adjetivo porque, gracias a la relación subliminal que nos provocan las palabras parecidas, se nos presenta así sutilmente a este partido como una nueva desviación de la fe verdadera.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.