Donald Trump, ¿un progre emboscado?
[HY0]La izquierda aplaude propuestas económicas del millonario en los sondeos republicanos
Donald Trump es un multimillonario de Nueva York que seduce votantes de la América rural. Un magnate que clama contra las élites. Un hombre tres veces casado que recoge aplausos entre los fundamentalistas cristianos. Un candidato que, cuanto más mete la pata, y cuantas más personas ofende, más sube en los sondeos. Aspirante a la nominación republicana para las presidenciales de 2016, no es fácil encasillarlo. Tampoco en una ideología. Con sus insultos a los inmigrantes mexicanos, Trump apela a los instintos xenófobos de una parte del electorado. Su descaro retórico y su rechazo a los políticos tradicionales le acercan al Tea Party. Su chulería patriotera recuerda a Putin. El perfil de showman multimillonario, a Berlusconi. Trump, de 69 años, es un reflejo exagerado y deformado de algunos tics de la derecha —o la ultraderecha— estadounidense: desde el tono bronco a la fijación con los inmigrantes.
Pero el magnate neoyorquino no se deja encerrar en una sola definición. En 2003 criticó la invasión de Irak cuando muchos demócratas, como Hillary Clinton, la justificaban. Pide subir los impuestos a los más ricos. Defiende el proteccionismo comercial. Se opone a los recortes en el Estado de bienestar. Estas posiciones alejan a Trump del dogma republicano y le aproximan a los demócratas. Trump ha recibido elogios de algunas de las figuras más conspicuas de la izquierda. La senadora Elizabeth Warren celebra que Trump hable de cosas importantes como subir los impuestos a los más ricos. El economista Paul Krugman ha publicado una columna titulada Trump tiene razón en la economía. ¿Trump, un progre emboscado entre los republicanos? Esta es la acusación de algunos rivales para la nominación republicana como Jeb Bush. Aunque rompa con el dogma republicano, conecta con los votantes conservadores que no quieren recortes en sus pensiones ni deslocalizaciones industriales ni privilegios para Wall Street. Y su transversalidad —ultraconservador en algunas ideas, progresista en otras— tiene tradición en Estados Unidos. Y también tiene un nombre: se llama populismo.
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