_
_
_
_
_
MIRADOR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ver, no ver

Tenemos que decidir si queremos ver o no. Lo que antes era un acto automático tras Internet ya no lo es

Delia Rodríguez

En Ver en estéreo (en inglés, Fixing my gaze), la neurocientífica Susan R. Barry cuenta cómo por primera vez a los 50 años fue capaz de ver el mundo en tres dimensiones. Estrábica desde que era un bebé, Stereo Sue —como la llamó Oliver Sacks— vivía en un mundo plano pero cotidiano. Nadie creía que un adulto fuera capaz de modificar su cerebro hasta el punto de aprender a ver en tres dimensiones hasta que se empeñó en conseguirlo a través de una pesada y minuciosa terapia visual. De hecho, ni siquiera se consideraba que las personas que no notan la realidad tridimensional se estuvieran perdiendo gran cosa.

La descripción de sus primeras experiencias en un mundo en estéreo es emocionante: “Un día de invierno (…) me paré de pronto. La nieve caía perezosamente a mi alrededor en grandes, húmedos copos. Podía ver el espacio entre cada copo, y todos los copos juntos creaban una bella danza en tres dimensiones (…) me sentía dentro de la nieve, entre los copos. Miré caer la nieve durante varios minutos y, mientras miraba, sentí una profunda alegría. Una nevada puede ser muy bonita, especialmente si la ves por primera vez”.

Que la tecnología nos puede ayudar a ver es algo que sabemos todos los que usamos gafas. Barry siguió un sistema muy simple basado en láminas, cordones y cuentas de colores, pero prototipos de videojuegos unidos a gafas de realidad virtual parecen estar consiguiendo buenos resultados. En el futuro quizá todos percibamos mejor el mundo.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La tecnología también puede conseguir que veamos lo que no queremos ver. Podemos mirar desde el móvil el asesinato de Virginia, las fotos robadas de Jennifer Lawrence desnuda, las decapitaciones de ISIS. También si nuestro marido está en los correos filtrados de Ashley Madison, a un menor hacer el ridículo en YouTube, los comentarios críticos en redes que nos destrozan la propia estima. Va a peor. Si en 2001 mi duda ética era si abrir un vídeo diminuto y borroso de gente lanzándose desde las Torres Gemelas, hoy el dilema es pinchar en la cuenta de Twitter donde un asesino publica en directo el vídeo perfecto de su obra macabra.

Como Barry, tenemos que decidir si queremos ver o no. Lo que antes era un acto automático (todo lo que salía en los medios era visible y venía de una fuente controlada), tras Internet ya no lo es. El acto cotidiano de ver ha pasado a ser una decisión activa, constante, agotadora. Y a veces una se pasa la vida buscando dónde ha dejado las gafas, porque para verlas hay que llevarlas puestas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_