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Una herencia milenaria en ruinas

La ciudad vieja de la capital yemení Saná, patrimonio de la humanidad, está reducida a escombros por una guerra tribal

Natalia Sancha
Un yemení observa desolado las ruinas de la ciudad de Saná.
Un yemení observa desolado las ruinas de la ciudad de Saná.EFE/EPA/YAHYA ARHAB

Los yemeníes ya se han acostumbrado a imágenes como estas. Primero suenan los motores de los aviones que sobrevuelan la zona. De ahí se escucha el estremecedor impacto de la bomba. A la que sigue el caos de transeúntes que se precipitan para despejar los escombros con la esperanza de encontrar a alguien con vida. Pensativos, los hombres remangan el bajo de sus túnicas y a cuclillas intentan digerir que la casa de su vecino ya no existe. Y que los que habitaban ese hogar reconvertido en montaña de piedras, también han desaparecido bajo los escombros. Como los cinco civiles muertos en el bombardeo de la aviación de la Coalición liderada por Arabia Saudí, que el 12 de junio golpeó el casco antiguo de la capital yemení, dejando esta instantánea tras de sí.

Se trataría de una imagen más, de un bombardeo más, si no fuera porque los escombros que contempla este joven son patrimonio de la humanidad, hoy en peligro. Una herencia milenaria arquitectónica única heredada de la mezcolanza en un país donde han confluido artes y estilos llegados de Asia, África y Oriente Medio. Masivamente habitada, la ciudad vieja de Sanaa es el orgullo de su gente. Los vecinos transitan a diario sus callejas que conforman un laberinto conectando los siete mercados que alberga.

Cada día, docenas de curiosos se acercan al lugar del impacto donde solo queda un enorme boquete. No sólo entre la hilera de construcciones verticales de pequeños ventanales, sino también dejando un amargo vacío en el orgullo yemení. Para ellos, las luchas de poder entre facciones tribales rivales que asolan al país no justifican estos escombros. Lo perciben como un ataque deliberado a su cultura, a su historia, que rebasa toda lógica bélica.

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Cada una de las 6.500 casas del caso viejo es única, con motivos y decoraciones añadidas como parches durante siglos. Zahira Abdelal, de 35 años, ha perdido la suya, en la que nació y que heredó de su abuelo. Tan sólo queda en pie la puerta. Su vecina Sabiha acabada de remodelar su hogar, hoy pulverizado. Cada tarde acude, como hiciera cuando su casa seguía en pie, a dar de comer a los gatos callejeros del vecindario. Hoy esparce latas de atún entre unos escombros que difícilmente pueda reconstruir.

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