El federalismo necesita el bilingüismo
Los partidos federalistas han de defender sin complejos la presencia y uso de las dos lenguas de Cataluña en las instituciones y en la educación. El PSOE debería tomarse la política lingüística de Cataluña como un asunto nuclear de su proyecto global
La democracia española y el autogobierno han recuperado el catalán como lengua oficial y viva, dejando atrás el oscuro periodo en que su uso estuvo perseguido y sus hablantes hostigados. El reencuentro de los catalanes con la lengua de Verdaguer, Pla o Rodoreda ha sido una de las grandes victorias colectivas de la que todos los españoles podemos sentirnos orgullosos. Lograda esta tarea ahora se abren dos caminos divergentes para Cataluña. Uno es profundizar en el monolingüismo, como de manera más o menos confesada tratan de hacer los sectores soberanistas. El objetivo ya no sería expandir el uso del catalán, sino expulsar del espacio público a la otra lengua en la que los catalanes han vivido desde hace siglos, el español o castellano. El otro camino pasa porque la sociedad catalana se reafirme orgullosamente en su condición bilingüe, característica estructuralmente definitoria de la Cataluña actual, no dejándose arrebatar la conciencia de que el español es la otra lengua de los catalanes. En nuestra opinión, los partidos federalistas deben optar desacomplejadamente por la opción del bilingüismo, esto es, la presencia y uso razonable de las dos lenguas de Cataluña en las instituciones y la educación.
Las razones son claras. El federalismo, que además de una técnica jurídica es una cultura política, se desarrolla en aquellas personas que sienten tener una identidad dual. Aunque el concepto de identidad es complejo en las sociedades contemporáneas y de ninguna debe verse como algo cerrado y concluso, resulta útil como herramienta para nombrar una realidad recogida por la sociología política: ¿cómo se auto-describen hoy los catalanes? Sabemos que la respuesta es variada: igual de españoles que catalanes, más catalanes que españoles, solo catalanes, etcétera. A este complejo nudo de sentimientos de pertenencia lo llamamos identidad. No siempre en la historia ha sido así, y quizá en el futuro pierda importancia, pero es patente que las personas tienen en la lengua uno de esos rasgos de identidad. De ahí se sigue que la condición bilingüe refuerza la identidad dual o compartida que el federalismo necesita.
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Porque el federalismo en España busca poder conjugar de forma equilibrada lo propio (de las comunidades autónomas) con lo común (aquello que compartimos todos los españoles). Por su parte, es comprensible que el independentismo opte por la estrategia monolingüista. Para su victoria es prerrequisito el debilitamiento de la identidad compartida por todos los españoles y la promoción y elevación incesante de lo propio. Para ello necesita hacer del español en Cataluña algo ajeno e impropio, aunque por el camino proceda a mutilar a la propia cultura catalana (y recordemos que, al desprenderse de su parte española, Cataluña compromete también, como escribía Santiago Roncagliolo, su dimensión iberoamericana).
Defender el bilingüismo pasa por reformar el modelo educativo catalán. La inmersión lingüística obligatoria ha agotado ya la función integradora que pudo haber tenido en el pasado para convertirse en un sistema anómalo que impone un estigma sobre la lengua española, tratada de extranjera. La inmersión, en su actual forma intransigente, puede ser objeto de diversas críticas, tanto de carácter pedagógico como desde el punto de vista de los derechos ciudadanos. Pero hay otro aspecto que pasa desapercibido y es el político: al hacer de algo común —la lengua española— algo ajeno, la inmersión sitúa a lo propio —la lengua catalana— como lo único y así adelgaza la identidad compartida entre todos los españoles. Justo lo que quieren los nacionalistas y justo lo que no conviene a los federalistas. Sin sentimiento de comunidad difícilmente puede haber federalismo exitoso.
Con el monolingüismo, los soberanistas buscan el debilitamiento de la identidad compartida
Además del bilingüismo educativo, el federalismo debería defender el bilingüismo institucional. Actualmente todas las instituciones catalanas son monolingües y las modificaciones pro-bilingüismo que tímidamente quiere introducir alguna de ellas, se encuentran con la feroz oposición de los nacionalistas. Sirva de ejemplo el Ayuntamiento de Lleida, donde un pacto entre el PSC y Ciudadanos ha acordado empezar a enviar comunicaciones bilingües a los leridanos y realizar publicidad institucional en ambas lenguas. La presión para evitarlo es enorme, con el único argumento, manido e inverosímil, de que el bilingüismo encubre un ataque al catalán. En general, las demandas de bilingüismo institucional y educativo son más numerosas de lo que los medios catalanes están dispuestos a admitir. En los últimos meses, un nacionalismo cada vez menos preocupado por disimular difunde la tesis de que “el bilingüismo mata”. Y, efectivamente, el bilingüismo mata, pero no a la lengua catalana, sino al proyecto de la identidad-única que sirve a la empresa de la separación.
Por eso mismo sorprende que los federalistas no se atrevan a levantar con fuerza la bandera del bilingüismo y que en Cataluña el PSC se vea arrastrado a defender públicamente un modelo de educación monolingüe que históricamente no era el suyo. Solo se puede afirmar lo contrario desde la desmemoria. No se puede confundir el objetivo inicial de la plena normalización del catalán como lengua de comunicación social con la mal llamada inmersión lingüística o con políticas de exclusión del castellano del espacio público.
No existe la disyuntiva inmersión o segregación: el uso de las dos lenguas no requiere separar a los alumnos
En privado, muchos dirigentes socialistas catalanes reconocen que sería conveniente enseñar algunas materias troncales en español, tanto por razones funcionales como afectivas, y también que la escuela se ha convertido en demasiadas ocasiones en un instrumento de “nacionalización” política. Pero la hegemonía del relato soberanista es tan potente que el PSC tiene dificultades para articular un discurso bilingüe desacomplejado. Estar en contra de la secesión es una cosa, y aún así le ha costado al PSC muchos disgustos, pero cuestionar la inmersión todavía es un tabú. En el debate público, cuando se plantea el asunto parece que la disyuntiva sea entre segregación escolar o inmersión, cuando ya no queda ningún partido que defienda lo primero y cuando lo cierto es que la conjunción de lenguas no requiere separar a los alumnos. Por eso, el PSOE de Pedro Sánchez debería tomarse la política lingüística de Cataluña como un asunto nuclear en su proyecto global y ayudar al debilitado PSC a transitar un camino en el que converja la identidad federal con la defensa de una propuesta bilingüe de verdad.
Desde hace meses existen sectores reformistas que promueven la idea de un gran pacto lingüístico que culmine el reconocimiento y articulación del Estado plurilingüe en España (y el Estado ha recorrido un gran trecho en este camino desde la aprobación de la Constitución de 1978). Es difícil avanzar en ese camino si al mismo tiempo no se asume el compromiso de respetar el bilingüismo dentro de las comunidades. Estas dos tareas, reconocimiento pleno de la naturaleza plurilingüe del país y destierro del fundamentalismo lingüístico en algunos territorios, han de ir de la mano y son parte del mismo empeño en acabar con el mal de lenguas de España.
Joaquim Coll es historiador, Juan Claudio de Ramón es ensayista y Mercè Vilarrubias es lingüista.
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