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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una nueva era

El pacto con Irán abre expectativas más allá de la dimensión nuclear

El acuerdo alcanzado entre las potencias occidentales e Irán para dilatar al menos una década su acceso al arma atómica representa, con todas sus limitaciones, un enorme paso adelante. El compromiso de Viena, después de 12 años de frustrantes negociaciones a todos los niveles, se erige como prueba de que la diplomacia sigue siendo un arma insustituible para manejar las amenazas globales. Pero será el desarrollo y cumplimiento estricto de lo pactado, cuya mayor parte permanece todavía en una nebulosa informativa, lo que otorgue o no al documento su dimensión histórica.

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En Viena se han congelado las ambiciones atómicas de los ayatolás a cambio de rescatar a Irán del gueto económico y diplomático. En las casi cien páginas del pacto y sus anexos se contempla la reducción por Irán de sus existencias de combustible nuclear, del número de sus centrifugadoras para enriquecer uranio o el desmantelamiento parcial de su infraestructura atómica. Pero, por encima de los recovecos técnicos, el acuerdo entre Irán y Occidente representa el mayor esfuerzo desde la revolución islámica de 1979 por establecer un clima de aproximación y confianza mutua.

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En el camino de la negociación han ido quedando exigencias que se consideraban irrenunciables por parte de EE UU y sus aliados; desde la liquidación de la capacidad nuclear iraní y de su programa de misiles balísticos hasta la ilimitada capacidad inspectora de los expertos de la ONU. La nula credibilidad de Teherán durante décadas de ocultamiento requerirá ahora un exhaustivo sistema de verificaciones.

Irán ha obtenido su más preciado objetivo: el levantamiento de las sanciones internacionales que mantienen de rodillas su economía, aunque con la provisión nominal de ser reimpuestas en caso de incumplimiento. Esas sanciones han yugulado las exportaciones de petróleo y amputado a los bancos iraníes del resto del mundo. El acuerdo significará para Teherán recuperar alrededor de 100.000 millones de dólares en activos congelados, regresar al sistema financiero y reanudar la libre venta de crudo. El ansia de los iraníes por salir de la postración ha sido el motor fundamental del presidente Rohani para negociar hasta el final un compromiso que afrontará la hostilidad de sectores políticos y militares muy poderosos.

Para Obama, Viena representa el florón de su política exterior, por el que ha apostado muy fuerte desde que hace más de dos años iniciara su diplomacia secreta hacia Teherán. El presidente estadounidense cree que el acuerdo abre un nuevo capítulo en las relaciones internacionales; en todo caso, en su cumplimiento sostenido estaría sin duda la semilla de un sustantivo cambio geopolítico en Oriente Próximo. La resocialización de Irán puede alumbrar un giro, hasta ahora impensable, en la sangría sectaria que asuela un arco que abraza desde Afganistán al norte de África, y cuyo nervio es la pugna entre suníes y chiíes. En esa guerra, en la que Arabia Saudí abandera la facción suní, Irán desempeña un papel determinante con su apoyo al genocida régimen de Damasco, al tambaleante de Bagdad o a milicias integristas como Hezbolá y Hamás.

Obama debe convencer a un Congreso escéptico, dominado por los republicanos, de las bondades de un documento que muchos quieren tumbar. Pero no solo. A la Casa Blanca le toca también disipar los temores de aliados estratégicos, como Israel y Arabia Saudí, de que un Irán libre del dogal económico no empleará su potencial para expandir su designio. Ni Netanyahu ni la económicamente todopoderosa monarquía absoluta saudí van a permanecer de brazos cruzados ante un acuerdo que consideran incompatible con sus intereses.

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