El PP debe centrarse
Atacar a los adversarios no dota al partido gobernante de un discurso propio
La convención de este fin de semana representa la última oportunidad del Partido Popular para salir del discurso de la recuperación económica como único argumento y consumar un giro político al centro que le saque del aislamiento. El poder interno no está en juego, puesto que se trata de una convención y no de un congreso, pero es la ocasión de demostrar lo que el PP ha aprendido de los retrocesos electorales sufridos; aunque, por lo escuchado ayer a Mariano Rajoy, de momento no va más allá de atacar a Podemos por “apropiarse de muchas alcaldías en España” en municipios donde “ganó el PP”, y al PSOE por haber prestado sus votos a ese partido para conseguirlo.
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Denunciar a los demás es una posición a la defensiva y no dota al Partido Popular de un discurso propio. Y eso es lo que necesita a la vista del deterioro de su capital político, en gran parte debido a la ausencia de explicaciones sobre los sacrificios que impuso a amplias capas de la ciudadanía, más allá de recordar el déficit heredado del Gobierno de Zapatero. Si a ello se une la tardía reacción a los casos de corrupción, la falta de exigencia de responsabilidades políticas por la que afectaba a sus filas y la escasa empatía de Mariano Rajoy con la opinión pública, se obtiene un primer cuadro de los problemas que explican la compleja posición del PP a la hora de pedir a los votantes que le renueven la confianza.
Tras perder apoyos entre sus electores, las buenas expectativas de Albert Rivera en el centro del espacio político y la renovación del PSOE son otros tantos obstáculos alzados en el camino de Rajoy para obtener la reelección, visto su manejo de la mayoría absoluta y la escasa disposición a pactar con otros. Además, el presidente airea realidades estadísticas que solo tendrán impacto en los ciudadanos cuando estos las consideren creíbles. De ahí la contradicción entre los celebrados aumentos de la población ocupada y la precariedad de los puestos de trabajo creados, como saben los afectados y señala la OCDE en su última entrega sobre las perspectivas de empleo.
Rajoy tiene que bregar ahora con el mismo monstruo que lanzó contra el anterior Gobierno socialista: bastaba con cambiar de dirigencia para enderezar súbitamente la situación del país. Ahora su liderazgo es cuestionado por los restos del aznarismo —que insisten en que gire más a la derecha— y por la oposición, con Pedro Sánchez repitiendo (erróneamente) que basta con cambiar a Rajoy para arreglar todo lo malo que le pasa a España.
Al presidente del Gobierno y del PP no le queda otra que demostrar la capacidad de hacer autocrítica, empezando por su alergia a la comunicación con los ciudadanos y con el resto de las fuerzas políticas. Cambiar el logo y sustituir a un vicesecretario del partido por personas más jóvenes y telegénicas son respuestas cortas para un país necesitado de reformas políticas, incluida la de la Constitución, y de medidas sociales que realmente mejoren la situación de los más afectados por la crisis. El PP y su presidente deben darse cuenta de que la época de la mayoría absoluta se ha terminado y que les toca modernizarse si quieren poner pies en pared de cara a las próximas elecciones.
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