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MIRADOR
Columna
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El orgullo

Ningún avance es fácil, así que casi todos requieren de presión social y las causas nobles encuentran su mejor aliado en un punto de arrogancia y de indómita resistencia

David Trueba

La marcha del orgullo gay y el referéndum griego se erigieron el fin de semana pasado en expresiones distintas de un mismo impulso. Aún se sostiene una discrepancia entre las distintas valoraciones de la palabra orgullo. Los diccionarios advierten de que pueden confundirse la arrogancia, la vanidad y un exceso de estimación propia, con ese otro orgullo que nace de causas nobles y virtuosas. Las madres les decían a sus hijos que no fueran orgullosos y sin embargo, cuando traían buenas notas a casa, no disimulaban el orgullo que sentían por ellos. Y así hemos ido apreciando y despreciando el orgullo hasta que Faemino y Cansado mediaron en la discordia titulando su comedia con el expresivo lema de “El orgullo del Tercer Mundo.”

Las marchas del orgullo gay cobraron un sentido absolutamente defendible cuando estaba en juego la dignidad de las personas. Este año hemos celebrado los 10 años de la aceptación del matrimonio gay en España, pero nadie de los que se opusieron con ahínco, insultaron a los promulgadores de la ley y a los defensores civiles de la reforma, ni tan siquiera los que llevaron su prejuicio al Tribunal Constitucional para que negara la igualdad, hayan pedido excusas por su cerrazón. El tiempo tiene la curiosa virtud de imponer su ley pero nunca nos regala a un tipo que reconozca públicamente que se ha equivocado. Es tan complicado que solo das con él si sus excusas responden a una estrategia de imagen urgente y dictada por la supervivencia pública.

En Estados Unidos, ha tenido que ser el Tribunal Supremo quien intervenga para someter a la fuerzas represoras a un cierto orden lógico. Esto significa que el mundo aún necesita de las expresiones de orgullo de quienes son marginados para acabar de concederles un espacio en el que sentirse libres. Ningún avance es fácil, así que casi todos requieren de presión social y las causas nobles encuentran su mejor aliado en un punto de arrogancia y de indómita resistencia. En la votación griega, más que cualquier detalle concreto, se solicitaba al votante un gesto público de su repulsa a sentirse pisoteado, desdeñado e ignorado en la batalla financiera. El orgullo de los griegos fue invitado a expresarse entre ambigüedades, pero vino a recordarle a quien corresponda que el concepto de Europa no es compatible con parte de sus ciudadanos en el desamparo, marginados de unos derechos mínimos, y que todas las cuentas son inaceptables si las personas se contabilizan como ceros a la izquierda.

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