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Areva y la lesionada autoestima de los franceses

La desastrosa gestión del estandarte atómico genera un profundo malestar en el país

Carlos Yárnoz

La moral de los franceses se hunde. A la sexta potencia mundial, quinta hasta hace unos meses, le cuesta salir de la crisis más que a sus vecinos. Alemania, su competidor de referencia, le come terreno mes tras mes. Washington ha espiado a sus tres últimos presidentes. Marruecos le ha torcido el brazo por haber molestado al jefe de sus espías. Los mayores disgustos para la autoestima, sin embargo, se han originado en casa.

En año y medio, dos emblemas de la industria y la tecnología han pasado a manos extranjeras. Alstom, para los americanos de General Electric; Alcatel-Lucent, para los finlandeses de Nokia. Ahora, tiemblan los cimientos de Areva. En un país con el 75% de su energía eléctrica de origen nuclear y con armas atómicas en su arsenal, el estandarte francés del sector atómico mundial está al borde de la bancarrota. Cerró 2014 con pérdidas de 4.830 millones. La puesta en marcha de su reactor estrella, el EPR de tercera generación, único en el mundo, lleva siete años de retraso. Ya ha costado 9.000 millones, el triple de lo previsto. Se vendió una unidad a Finlandia, donde será instalada como pronto en 2018, nueve años después de lo programado. Y dos a China, donde analizan cómo resarcirse de los problemas.

El último traspiés ha sido el peor. La Autoridad de Seguridad Nuclear ha detectado que la cuba que contiene el corazón del reactor no impide posibles fisuras por la presión que debe soportar. La pieza de acero y níquel, de 425 toneladas, será reemplazada. Nuevo retraso sine die. Los franceses descubren ahora también que su estrella nuclear adquirió en 2006 y 2007 caras minas de uranio y níquel que aún no explota.

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El Gobierno, que controla el 87% de la nuclear, está forzando a que la eléctrica EDF, también propiedad del Estado, absorba Areva a cambio de unos miles de millones. Y quizás entren nuevos socios, entre otros los chinos, que acaban de comprar los aeropuertos de Niza y Lyon. El desastre, repite el Ejecutivo, no afectará al arsenal nuclear. Escaso consuelo para quienes ya tienen destrozada la autoestima.

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Sobre la firma

Carlos Yárnoz
Llegó a EL PAÍS en 1983 y ha sido jefe de Política, subdirector, corresponsal en Bruselas y París y Defensor del lector entre 2019 y 2023. El periodismo y Europa son sus prioridades. Como es periodista, siempre ha defendido a los lectores.

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