Pactos, no coartadas
Albert Rivera acierta al intervenir frente al peligro de la falta de acuerdos
Las reuniones mantenidas por Albert Rivera con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, suponen una intervención significativa en un momento de dificultades para llegar a acuerdos que permitan constituir Ayuntamientos y Gobiernos autónomos. A falta de conocer los detalles de lo hablado, ambos encuentros potencian la imagen de Rivera como el actor político capaz de jugar sus cartas en dirección tanto a la izquierda como a la derecha, gracias a su posición centrada en el tablero político. Y además ha elegido un terreno de compromisos, el de la regeneración de la vida pública, que conecta con las aspiraciones de muchos electores.
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Contrasta esa situación con la de Podemos, que solo tiene un adversario importante con el que podría llegar a acuerdos: el PSOE. Pablo Iglesias advierte que los electores no han votado “pacto”, sino “cambio”, y que los socialistas tienen que dar un giro de (nada menos que) 180 grados para entenderse con Podemos. Esas gesticulaciones reflejan el intento de buscar coartadas por parte de quien tiene que ganarse la confianza de amplias capas de ciudadanos, sin la cual es muy difícil que toque el poder; pero que pretende cuidar a sus electores con gestos hostiles hacia las patas del anterior bipartidismo.
No es inmadurez lo que se aprecia en Pablo Iglesias y los suyos, sino tacticismo. No se han presentado con su marca a las municipales y juegan a la ambigüedad respecto a las candidaturas de unidad popular en las que participan, como las encabezadas por Manuela Carmena en Madrid y Ada Colau en Barcelona. Sin embargo, en las comunidades autónomas donde ha concurrido con su sigla, Podemos ha obtenido resultados estimables, pero mitigados en cuanto a las posibilidades de alcanzar cuotas de poder territorial o, en el futuro, ganarse el derecho a gobernar el Estado. Y no se sabe si es maquiavelismo o bisoñez haberse negado a apoyar la investidura de Susana Díaz en Andalucía, que no les exigía grandes compromisos, y escandalizarse ahora de que el PSOE tantee la posibilidad de acuerdos con el PP para desbloquear el gobierno del partido más votado.
Por eso, las reuniones de Rivera con Sánchez y Rajoy son una piedra en el estanque de las contradicciones inherentes al nuevo sistema de partidos alumbrado por las elecciones autonómicas y municipales. Es un error dar la impresión de que en realidad no hay nada que pactar, porque solo cabe adherirse al pliego de condiciones que cada cual presente a los demás. Estas supuestas muestras de fortaleza resaltan la debilidad relativa de las formaciones políticas: cada una de ellas cuenta con un número de votos demasiado corto como para imponerse al resto. Por tanto, se encuentran en la misma situación que la gran mayoría de sus colegas a lo largo y ancho de Europa, y conviene observarles, en lugar de enrocarse en absurdas intransigencias. Es bueno que este país aprenda la cultura del pacto, a menudo menos agresiva que la polarización bipartidista.
Es evidente el mensaje de las urnas: la política ha de hacerse de otra forma. El desorden que esto ha generado en el PP y las dudas que ha creado entre los socialistas no implican que las fuerzas emergentes pueden mantenerse al margen del complejo escenario. Batallas como la de la Comunidad de Madrid evidencian que de las maniobras poselectorales saldrán ganadores y perdedores. Pero, más allá de esa lógica, de la habilidad de los actores políticos dependerá que el pluralismo deseado por los votantes no termine en la frustración de la ingobernabilidad.
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