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Tribuna
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Todos somos extras

La gran industria del cine que utiliza México en sus localizaciones refleja, sin pretenderlo, la desigualdad entre la situación en el país y el papel que juega en el mundo. Las elecciones de mañana pertenecen a la industria del conflicto

Juan Villoro
EULOGIA MERLE

El 26 de marzo de 2015, a seis meses de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, una marcha tomó las calles de la Ciudad de México. De manera simultánea, la plaza de la Constitución se llenó de esqueletos, calaveras y guadañas de afilada artesanía. Un helicóptero filmaba ese festival de los difuntos. Curiosamente, los disfraces fúnebres no pertenecían a la manifestación de protesta, sino al rodaje de Spectre,nueva película de James Bond. Aun así, se trataba de un gesto político: no hay modo de ver una calavera en México sin pensar en desaparecidos.

En su más reciente superproducción, 007 beberá martinis mientras conquista chicas de irrefutable aspecto y cuestionable proceder. Una escena lo hará despeinarse en el Distrito Federal. ¿Qué papel jugará ahí la población local? El mismo que en la arena política: el de extra.

Un clima de falsa participación determina nuestra democracia. Tal vez porque llevamos la impuntualidad a dimensiones épicas, tardamos 71 años en liberarnos de un sistema de partido único. En 2000 conocimos finalmente la alternancia. ¿Qué pasó en los últimos 15 años? Los escándalos salpican a toda la clase política, las consignas partidistas son intercambiables y ningún candidato parece capaz de cumplirlas.

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Sin otro control que ellos mismos, los partidos descubrieron la industria del conflicto, donde lo más redituable no es resolver problemas sino preservarlos. Eso permite hacer negociaciones interesadas y pactos en los que se obtienen dividendos.

El Partido Verde Ecologista de México ha sido multado con más de 36 millones de euros por violar la ley en anuncios publicitarios, y los paga con el optimismo con que promueve la pena de muerte. La sanción le afecta poco porque las mentiras que difunde, y su alianza con el PRI, le garantizan un 7% de los votos, lo cual significa obtener prebendas superiores a las multas, que en realidad son una inversión de futuro. El PVEM no es una anomalía de nuestro sistema político; es la agrupación que mejor aprovecha su funcionamiento.

Con olímpico desdén, Borges se refirió a la democracia como “ese curioso abuso de la estadística”. En la hora mexicana, la frase adquiere inquietante radicalidad. Los votos no obligan a actuar en forma definida; sirven como un pretexto o, en el mejor de los casos, como un sondeo para justificar el negocio de los partidos. En este ambiente de kermés, no es de extrañar que Morena, agrupación de izquierda, seleccione a sus candidatos plurinominales por medio de una rifa.

El domingo 7, los mexicanos abusaremos de la estadística. Votar resulta preferible a no hacerlo porque la abstención favorece al partido más poderoso (en este caso, el PRI); sin embargo, estamos ante la elección más desangelada desde 1976, cuando sólo hubo un candidato a la presidencia: José López Portillo, del PRI.

Los votos sirven, en el mejor de los casos, como un sondeo para justificar el negocio de los partidos

Los partidos se desmarcan de los ciudadanos y el Gobierno opta por el aislamiento, blindándose ante la crítica. Las presiones arrecian sobre los periodistas (la ONG Artículo 19 ha detectado más de 300 agresiones en el último año). Hace poco, Virgilio Andrade fue nombrado secretario de la Función Pública; sin embargo, este fiscal anticorrupción carece de autonomía porque depende del presidente. Heinrich von Kleist renovó la comedia alemana con El cántaro roto, donde un juez investiga un crimen que él cometió. En México, eso recibe otro nombre: “Legalidad”.

Más de seis meses después de las desapariciones de Ayotzinapa no hay una versión fidedigna de lo ocurrido. En un intento por cambiar los usos del lenguaje, el procurador llamó “verdad histórica” a una hipótesis: los muchachos fueron entregados por la policía a narcotraficantes que los quemaron hasta convertirlos en cenizas. Sin embargo, para calcinar cuerpos al aire libre habría sido necesaria una cantidad de leña o neumáticos de la que no hay rastros. Berta Nava, madre de uno de los desaparecidos, visitó el presunto lugar de los hechos y dijo: “A la redonda, estaba verde”. No había huellas de una pira descomunal. Por su parte, el equipo internacional forense encargado de revisar los restos se ha quejado de intromisiones y manipulación de datos.

Si el Gobierno da por buena su “verdad histórica”, ¿dónde están los responsables? El 11 de mayo, el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, criticó la “fragmentación de la investigación”: “Más de trece causas penales en seis juzgados de distintas ciudades del país”. Eso impide tener una visión integral de los hechos.

En La guerra de las imágenes, Serge Gruzinski describe a la población del DF como “caos de dobles”. Se diría que ésa es la función actual de la ciudadanía (dada la violencia, podríamos precisar que se trata de “dobles de riesgo”, como los que suplantan a Daniel Craig en las escenas peligrosas de Spectre).

Seis meses después de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa no hay versión fiable

Las superproducciones brindan involuntarias metáforas de México. En 1997, a tres años de la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, Titanic se rodó en las playas de Baja California. Los bloques de “hielo” en el agua eran trozos de poliuretano, y los “ahogados”, extras mexicanos. Este símbolo del intercambio desigual entre norte y sur, al que México aporta cuerpos flotantes, también ha encarnado en la ciencia-ficción. En Total Recall (1990) y Elysium (2013), la Ciudad de México fue usada como escenario natural —sin retoque alguno— de la devastación y sus habitantes participaron como una horda menesterosa, los pordioseros de una edad futura.

¿Tenemos vocación de extras o la historia nos orilla a ese papel vicario? Tal vez por eso cada año México presenta la mayor concentración mundial de muertos vivientes en el Zombie Walk.

Según las cláusulas de nuestro sindicato cinematográfico, quien pronuncia un parlamento califica como “actor”. Los extras no tienen voz. En el cine de alto presupuesto, los mexicanos son náufragos, limosneros del porvenir, heraldos de la muerte. Están ahí, pero no influyen. Si se necesitan más, pueden ser replicados por computadora: “Dobles de dobles”.

Nuestra situación electoral no es muy distinta. Mientras la política no se ciudadanice, no seremos protagonistas.

“Muestra tu rostro al fin para que vea / mi cara verdadera, la del otro, / mi cara de nosotros siempre todos”, escribió Octavio Paz. La democracia comienza cuando los extras hablan.

La elección del 7 de junio pertenece a la industria del conflicto. Resolverlo dependerá de los dobles, los desaparecidos, los mexicanos.

Juan Villoro es escritor

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