Las alambradas se alargan y amplían
La nueva Agenda Europea sobre Migración puede ser peligrosa para los refugiados

El ejemplo español con las enormes vallas erizadas de pinchos que se levantaron en Melilla cunde en Europa. Ahora es Bulgaria la que está instalando una valla de treinta kilómetros de largo en su frontera con Turquía, una larguísima alambrada que está previsto completar en septiembre. El objetivo es el mismo: impedir la entrada de lo que en lenguaje europeo se llama “inmigrantes” ilegales, pero que, en muchos casos, deberían llamarse, más apropiadamente, refugiados. De hecho, la mayor parte de las personas que intentan desesperadamente atravesar esas fronteras terrestres (también en España) son sirios que huyen de la guerra civil, así como nacionales de Malí o de Irak, aterrorizados por el avance del sangriento Estado Islámico.
No hay que extrañarse, pues, de que muchos se pongan en manos de redes de “intermediarios” (traficantes de seres humanos, en la terminología europea) para atravesar el Mediterráneo, como la única manera de llegar a Europa. Es cierto que esas redes se merecen el adjetivo de criminales, dado que hacinan a sus “clientes” en embarcaciones precarias y que ponen en grave peligro sus vidas. Pero también lo es que sin esos intermediarios, “empresarios privados que ocupan un vacío dejado por las instituciones”, como se definía a sí mismo uno de los traficantes detenidos, los ciento y pico mil sirios que han llegado a Europa jamás lo hubieran conseguido.
Algunos expertos en inmigración se muestran muy reluctantes a lanzar una guerra contra estos “intermediarios”, porque esos traficantes juegan un papel crítico, decisivo, en ayudar a los refugiados a alcanzar la seguridad. Muy pocos se atreven a decirlo en público, pero no pocos especialistas lo piensan. Anne Gallagher, la abogada australiana, gran experta en el tema, no lo comparte. Rechaza cualquier visión ingenua de los traficantes, capaces de someter a los refugiados a los peores abusos, pero aun así lamenta que los gobiernos crean que una mayor acción internacional contra esas redes vaya a suponer el menor alivio al grave problema que afrontan.
La Unión Europea hará público el próximo mes de mayo su nueva Agenda Europea sobre Migración. Según explicó el pasado martes el comisario encargado del tema, el ex ministro de Defensa griego Dimitris Avramopoulos, el documento se basará en cuatro pilares: “1) Sistema común para la concesión de asilo, 2) nueva política para inmigración legal, 3) enérgica lucha contra los traficantes, y 4) fronteras que protegen a una Europa que permanece abierta”. Salvo el último pilar, un bla bla bla asombroso, lo demás habrá que estudiarlo aunque, en principio, la famosa Agenda no augura grandes novedades. ¿Derecho de asilo con cuotas europeas? ¿Contratos de trabajo regulados y garantizados? No parece muy probable.
De hecho, los expertos se temen que la principal noticia termine siendo una muy peligrosa para los refugiados: la idea europea de “ayudar” a terceros países a instalar campamentos en los que retener a las personas que intentan llegar a la UE. ¿Se trata de campamentos en los que solo estarán un tiempo claramente limitado, mientras se estudia su solicitud de asilo o de trabajo? ¿O podrán ser retenidas durante meses o años, sin explicación? ¿Cómo se les retiene, con policía o militares locales? ¿Se hará cargo de los campamentos personal contratado por la UE, con práctica en el respeto a los derechos humanos y conocimientos adecuados de intendencia? ¿O se dejarán en manos de países que no tienen medios ni conocimientos apropiados y a los que simplemente se les dará dinero?
Si como dice Gallagher (OpenDemocracy, 13 de Abril), en ausencia de una cooperación genuina, construida sobre la confianza y el sentido de una responsabilidad compartida, la única salida frente a la llamada inmigración ilegal es el despliegue de una fuerza masiva y la violación de los derechos humanos, los europeos deberíamos dejar de escondernos. No es de esperar que esa responsabilidad compartida se convierta en un programa real. Así que, por lo menos, vigilemos para que no se cometan las peores atrocidades contra los derechos de las personas, con la estúpida excusa de que no las vemos o de que no seamos nosotros mismos, directamente, quienes las cometemos. Lo hacemos. Quede claro.
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