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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bien están en El Prado

Quitarle obras a la principal pinacoteca es una ocurrencia dañina

MARCOS BALFAGÓN

Cada día ocurren en este país, y en el ancho mundo de las ocurrencias, razones para lanzar ese chascarrillo: “Eso no se le ocurre ni al que asó la manteca”. De manera notoria ha sucedido esta semana. El presidente de Patrimonio Nacional, que tiene en cartera hacer su propio museo, ha alimentado una idea que ya rondaba en la cabeza de esos ámbitos: desposeer al Museo del Prado de algunas de las más brillantes aportaciones que el arte ha hecho al concepto de felicidad y de belleza. Esas obras que el presidente de Patrimonio Nacional, José Rodríguez-Espiteri, reclama para su museo soñado son El descendimiento de la Cruz, de Van der Weyden, El jardín de las delicias y La mesa de los pecados capitales, de El Bosco, y El lavatorio, de Tintoretto. El argumento que esgrime Rodríguez-Espiteri es que esas obras pertenecen a Patrimonio Nacional y que se hallan en la principal pinacoteca merced a la generosidad de un organismo que ahora parece sentirse huérfano sin ellas. Vaya por Dios.

El Museo del Prado es un bien intangible del arte en el mundo; su prestigio está a la cabeza de lo que pudiéramos llamar la Marca del Arte, y no solo de España; es centro de atracción de millones de visitantes, que acuden con la dirección del palacio que lo alberga como destino favorito de sus andanzas turísticas o culturales. En cualquier lugar del mundo, en Francia, en Italia, en Alemania, en Estados Unidos o en Reino Unido, El Prado sería marcado con la señal que merecen los intangibles de un país.

La ocurrencia es dañina porque no proviene de un ciudadano cualquiera, relacionado o no con el arte, sino que cae desde una instancia estatal relacionada directamente con la acción gubernamental. Por fortuna, desde esta última instancia salió en seguida un mentís a la ocurrencia: el mejor lugar para esos cuadros sigue siendo el Museo del Prado.

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Y no vale alegar que obras de esa importancia pueden dejarse ahí en préstamo y hacerlas circular. Cuadros de estas características y de estas trascendencias no pueden someterse al riesgo de frecuentes excursiones motivadas por ocurrencias que solo cabrían en la cabeza del que asó la manteca.

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