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Cómo leer 140 'e-mails' en una hora

El entrenamiento visual, la tecnología o el propio cerebro influyen en la celeridad del proceso. Un consejo: con la literatura, frene

Correos electrónicos, información web, presentaciones en Power Point, mensajes de texto, notificaciones de redes sociales; y, por supuesto, libros, de papel o digitales. Hoy en día, allí donde miramos hay algo para leer. Y no siempre se trata de una actividad placentera, a la que entregarse sin prisas. A menudo, no podemos ejercerla con el placer de la lentitud (como ocurre con la comida o muchas otras delicias). La tecnología ha cambiado en cierto modo la forma de acercarnos a los textos. Disponemos de poco tiempo y mucha información: digerirla requiere rapidez.

Parece obvio que quienes leen asiduamente lo hacen más rápido que quienes se enfrentan a las palabras escritas de forma ocasional. Está aceptado que un adulto debe leer entre 200 y 300 palabras por minuto. Pero desde hace años algunos han querido ir más allá. En la década de 1950, la profesora estadounidense Evelyn Wood implantó un método para mejorar la dinámica de lectura, entre cuyos incondicionales estaba John F. Kennedy, de quien se decía que alcanzaba 1.200 palabras por minuto. Desde entonces han proliferado programas de todo tipo y atletas de la lectura. Existe el Campeonato Mundial de Lectura Rápida, ganado en seis ocasiones por británica Anne Jones, quien en 2007 engulló Harry Potter y las reliquias de la muerte (640 páginas) en 47 minutos; como prueba, a su término escribió la reseña para The Sun.

Estas técnicas consisten básicamente en emplear una estrategia selectiva que pasa por omitir palabras o frases enteras. A veces el lector solo se fija en tres o cuatro puntos de cada línea. Otros prefieren centrarse en la fracción superior las palabras (sí, partirlas por la mitad): afirman que así se procesa mejor. Sin embargo, un estudio sobre la efectividad de estos métodos realizado en 2009 por la Universidad de Bath (Reino Unido), reveló que ayudan a retener las ideas importantes de un texto pero no las secundarias. Aunque admitía que “leer por encima” puede ser un método efectivo para filtrar textos, reconocía las ventajas de leerlos en su totalidad: “Cuando necesitamos una comprensión más profunda del contenido, hay que detenerse en las microproposiciones que sitúan el texto y aportan coherencia”, explicaron los investigadores.

Entonces… ¿estas técnicas no funcionan?

Sí que lo hacen, pero en mensajes sencillos, como el correo electrónico que le envía un compañero (si este se compone por algo más de 100 palabras, por ejemplo, superar la velocidad lectora media le acercaría a la lectura de 140 e-mails por hora). ¿Pero y si necesito comprender a fondo la complejidad del mensaje? Retener la información es, a fin de cuentas, el objetivo de la lectura, por encima de nuestra habilidad para devorar párrafos. José Luis Galve, doctor en Psicología y catedrático, ya retirado, de Psicología y Pedagogía, lo refrenda: “Debe primar la comprensión frente a la fluidez. De nada nos sirve leer muchas palabras si realmente la información que procesamos está alterada o incompleta”, afirma.

Evidentemente, un adulto no lee siguiendo el método infantil de juntar consonantes y vocales. “No leemos realmente todas las palabras”, aclara el doctor Galve. “El buen lector lo que absorbe son las raíces significativas y ciertas terminaciones, y del encaje que hace de todas esas palabras a nivel cognitivo saca la comprensión. Por eso la lectura silenciosa es más rápida que la lectura en voz alta; permite omitir ciertos elementos”. Sin embargo, aquí no hay técnica: es algo que surge de una práctica recurrente. Es decir, del entrenamiento. “La lectura espontánea obedece a un estímulo apetitivo”, expone el psicólogo. Y ese apetito por la lectura, añade, debe inculcarse en la escuela. “Los buenos lectores se inician en segundo de primaria, en torno a los ocho años. Un niño que rompe a leer en el ciclo inicial de primaria y disfruta con la lectura, va a leer de forma espontánea. Y a partir de tercero lo hará por placer. En cambio, un niño que lee por imposición, progresivamente, perderá el hábito de hacerlo”.

Un adulto no lee realmente todas las palabras, sino que absorbe las raíces significativas y ciertas terminaciones" (José Luis Galve, psicólogo)

En la tarea, participan varias zonas del cerebro. El doctor David Pérez, jefe de la sección de Neurología del Hospital Universitario Infanta Cristina (Parla, Madrid) y director de la Fundación del Cerebro, precisa: "Esta acción involucra dos áreas, la de la visión, que corresponde a los dos lóbulos occipitales, y la del lenguaje, que en la mayoría de las personas está en el hemisferio izquierdo. En este, la corteza temporal se encarga de decodificar el lenguaje escrito e interpretar qué es lo que estamos leyendo. Y posiblemente después tendrá que viajar al lóbulo frontal, donde tomamos decisiones sobre lo que hemos leído y decidimos si tiene o no interés. Requiere la integración de una gran parte del hardware cerebral”.

Tecnología para 'pisar la quinta'

Las nuevas tecnologías también han llegado al terreno de la lectura rápida; soluciones digitales para leer —a toda pastilla— en dispositivos electrónicos. En 2014 se presentó Spritz, un software que perfecciona el método RSPV (Rapid Serial Visual Presentation), desarrollado en los años ochenta y que supone un adiós a las palabras alineadas en renglones y a la lectura de izquierda a derecha. Este sistema, disponible a través de diversas apps, muestra los vocablos de uno en uno y a gran velocidad, resaltando su “punto de reconocimiento óptimo” (ORP), es decir, el trazo a partir del cual el cerebro procesa su significado. Spritz promete un mínimo de 330 palabras por minuto.

La comunidad científica lo ha recibido con recelo. La Universidad de San Diego, en California (EE. UU.), destacó en 2014 que las apps de lectura rápida pueden afectar la comprensión al limitar la capacidad de volver atrás. Para los investigadores, nuestra capacidad de releer palabras o frases por las que ya hemos pasado es esencial para la comprensión. Nuestros cerebros, según insisten, controlan cómo nuestros ojos se mueven por el texto asegurándose de que recibimos la información correcta en el momento correcto.

No existen estudios concretos que expliquen si el cerebro funciona de modo distinto cuando seguimos estos nuevos sistemas. El doctor Pérez opina que no. En cualquier caso, nuestra habilidad para asimilar lo esencial de un texto también reside en el cerebro. “No necesitamos toda la información escrita para poder interpretarlo, posiblemente con algunas palabras clave somos capaces de hacerlo”, dice. En ese proceso, prosigue, es decisiva “la labor que hacen nuestros lóbulos frontales a la hora de centrar la atención en aquellas áreas que creemos que son importantes”. La efectividad de esta área de la corteza cerebral no se relaciona con la inteligencia. “Es como la gente que memoriza más: algunos retienen largas listas de cosas pero luego en la vida real no son capaces de alcanzar un nivel intelectual elevado. Es solo una buena herramienta, igual que una buena percepción auditiva es una herramienta para inteligencia musical”, puntualiza el especialista.

A favor de estas nuevas tecnologías, un argumento: estas aplicaciones pueden ayudar a quienes padecen de presbicia o problemas para ver de cerca. Diseñadas para funcionar en teléfonos móviles, donde los textos (artículos, libros) aparecen constreñidos por las dimensiones del terminal, presentan las palabras sueltas a toda pantalla, de modo que el esfuerzo del ojo para verlas es mínimo. La velocidad a la que aparecen se puede regular para una adaptación progresiva.

¿Sustituirán los nuevos sistemas algún día a la lectura tradicional? No parece probable, al menos mientras exista un reducto para los textos hermosos en los que merece la pena demorarse o lectores empecinados en detenerse a admirar la construcción de un párrafo o la cadencia de una frase. Para otros textos, y otras necesidades, la rapidez es una opción válida. Pero para el arte hecho palabra, por favor, frene.

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