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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Portentosa familia

La comisión antifraude del Parlament está resultando mucho más útil de lo que sugieren, entre otros, los Pujol

Aunque el expresidente de la Generalitat Jordi Pujol (y su portentosa familia) hace lo imposible por ridiculizar las instituciones de autogobierno que él mismo contribuyó a edificar, no acaba de triunfar en el empeño. La comisión antifraude del Parlament ante la que ha declarado de nuevo tras su autoconfesión de perpetrar un fraude fiscal durante 34 años está resultando mucho más útil de lo que él y otros sugieren.

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En un país con escasa tradición de investigaciones parlamentarias, y más si se solapan con procedimientos judiciales criminales, la expectativa de grandes resultados no debe exagerarse. Pero la comisión antifraude catalana está realizando una tarea notable: contribuye a la desacralización de los mitos y leyendas asociados al nacionalismo catalán durante 30 años. No se trataba, contra sus autoproclamas, de la representación de “todo lo bueno catalán”, frente a los presuntamente malos catalanes y los pésimos españoles. Los tics autoritarios, personalistas y clientelares del pujolismo están quedando palmariamente reflejados.

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También queda al desnudo una manera de gobernar patriarcal y despectiva, proteccionista y excluyente, la del fundador del movimiento. Los desplantes y burlas del veterano político, su altanera esposa y su escurridizo primogénito configuran un sabroso aunque lamentable anecdotario que teje una cortina de humo sobre sus presuntas irregularidades, sí. Pero al tiempo balizan una sospecha cada vez más creciente, profunda y extendida: ¿por qué no acompañan sus protestas de inocencia de un solo dato concreto? De la documentación correspondiente al presunto legado del abuelo Florenci; o de los movimientos de las cuentas corrientes de ese legado y de los legatarios, en los paraísos fiscales donde se ocultó la fortuna ilegal y secreta. Con un mero extracto todo quedaría claro: sería o el antídoto o la prueba más eficaz sobre las habladurías, que él minimiza con el triple sonsonete: “Diuen, diuen, diuen”.

La declaración de Jordi Pujol Ferrusola sobre su amistad íntima con el sucesor político de su padre, Artur Mas, sea ingenua o amenazante, o ambas cosas, recuerda lo que Mas trata obsesivamente de hacer olvidar: que es el heredero no solo del movimiento. También de la familia.

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