Desastre y desarrollo
Toda estrategia de desarrollo sostenible debe integrar el tema de la reducción del riesgo. Filipinas puede servir de ejemplo.
Cuando el Tifón Hagupit tocó tierra en Filipinas el 6 de diciembre, estaban frescas en el recuerdo las más de 6.300 muertes que causó el Tifón Haiyán. Según las Naciones Unidas, cerca de 227.000 familias (más de un millón de personas) fueron evacuadas. El tifón, uno de los más fuertes de la temporada, causó unas 30 víctimas. Todas las muertes por desastres son una tragedia, pero el hecho de que este número no fuese mucho mayor da cuenta del nivel de preparación que Filipinas ha alcanzado para los desastres naturales.
Como Administradora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, he visto de primera mano la devastación y los daños emocionales provocados por desastres acaecidos en todo el mundo. Desde principios de siglo, más de un millón de personas han muerto en tormentas como Hagupit y otros desastres de envergadura, como el terremoto de Haití en 2010, con un daño económico total de cerca de 2 billones de dólares (1,78 billones de euros).
Son pérdidas trágicas, pero también evitables, y sirven de recordatorio de que estar preparados para un desastre no es un lujo opcional sino un proceso constante e intenso, y necesario para salvar vidas, proteger infraestructura y salvaguardar el desarrollo.
El argumento para invertir en preparación para desastres es sencillo. Si los países esperan sufrir embates naturales, como temporadas de fuertes tormentas o terremotos de alta intensidad, invertir tiempo y recursos en prepararse ante ellos salvará vidas y protegerá a las comunidades de otras pérdidas.
Lamentablemente, a menudo los gobiernos plantean prioridades diferentes cuando se trata de prepararse para desastres. Con frecuencia tienen precedencia otras inversiones y la historia nos señala que los donantes tienden a financiar ayuda de socorro ante hechos consumados mucho más rápido que la preparación para evitarlos. Y las medidas que se implementan tienden a ser aisladas, en lugar de formar parte de un plan mayor y sistemático de reducción de riesgos.
La rápida y eficaz respuesta del gobierno filipino salvó muchas vidas, pero es importante hacer notar que no fue meramente una reacción de la noche a la mañana
Es necesario que eso cambie. Países como Filipinas siguen demostrando los beneficios de invertir en preparación, especialmente cuando se hace en el marco de una iniciativa de reducción del riesgo de mayor alcance. El Tifón Hagupit no es más que el último acontecimiento en demostrarlo.
La rápida y eficaz respuesta del gobierno filipino salvó muchas vidas, pero es importante hacer notar que no fue meramente una reacción de la noche a la mañana ante la tormenta que se avecinaba, sino parte de un esfuerzo nacional bien planificado que se venía preparando de mucho antes. Las autoridades tuvieron la sabiduría de reconocer las vulnerabilidades de su país y comprometer los recursos y el capital necesarios para desarrollar mecanismos de resistencia.
Filipinas incluyó la preparación como un componente clave de su estrategia general de reducción del riesgo ante desastres. A lo largo de la década pasada, las autoridades del país han elevado el nivel de concienciación, han creado y fortalecido entidades de manejo de desastres y se han esforzado por recuperarse de desastres pasados, como el Tifón Haiyán. Se han mejorado los planes nacionales y locales de acción ante desastres, además de establecerse sistemas de alerta temprana. El resultado final ha sido una verdadera transformación del modo como el país reacciona ante estas situaciones.
El PNUD, y las Naciones Unidas en general, están prestando apoyo a los gobiernos que ponen un mayor acento en la reducción de los riesgos ante desastres, incluida la preparación, fortaleciendo su capacidad institucional para planificar y actuar cuando sea necesario. Además de prestar ayuda de emergencia, es crucial que la comunidad internacional contribuya a introducir procedimientos básicos para responder mucho antes de que se produzca el desastre.
Por ejemplo, quienes dan los primeros auxilios necesitan entrenamiento y herramientas. Los refugios de emergencia y las rutas de evacuación se deben planificar y crear mediante evaluaciones de riesgos y simulaciones reales. Si se espera que las comunidades usen los recursos a su disposición, han de participar en el diseño y el desarrollo de planes de emergencia. Tanto la reducción de riesgos como la preparación ante ellos tienen un fundamento sólido si es buena la capacidad de respuesta de los organismos de gobierno.
En marzo de 2015 se acordará en Sendai, Japón, un nuevo marco global para la reducción de desastres. Es esencial que allí los delegados presionen por un cambio transformacional que subraye la preparación y salve vidas. Más aún, toda estrategia de desarrollo sostenible debe integrar el tema de la reducción del riesgo.
Filipinas puede servir de ejemplo. El archipiélago siempre estará en el camino de las tormentas tropicales: poco pueden hacer las autoridades para que no sea así. Pero lo que pueden hacer —y han hecho— es mejorar la reducción del riesgo y fortalecer la preparación, con lo que se salvan vidas y se logra resistir mejor. Se trata de una lección que todos debemos aprender.
Helen Clark, ex primer ministro de Nueva Zelanda, es Administradora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Copyright: Project Syndicate, 2014. www.project-syndicate.org
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