El día que comí hormigas culonas
En los viajes siempre me ha sido de utilidad el refrán: “Allá donde fueres, haz lo que vieres”. Y además –añado yo- come de lo que hubiere. Pero a veces no es tan fácil seguirla.
Estoy en Barichara, en el departamento colombiano de Santander, y aquí el mayor placer gastronómico, el delicatesen nacional, son...las hormigas. Las culonas, para más señas. Un pedazo de insecto del tamaño de una abeja (llega a 2,5 cm. de longitud) con el culo más en pompa que Beyoncé y un sabor que enloquece a los santandereanos y hace temblar a los forasteros.
Así que para no ser descortés con mis anfitriones, fui a comer a la Fundación Escuela Taller de Barichara, y allí pedí para acompañar el plato principal una ración de hormigas culonas (hacen salsa también con ellas, pero eso es de nenazas: ¡hay que comerlas enteras!).
¿Qué se siente? Pues cuando muerdes la primera piensas: “uuummmm, no están tan mal… o al menos no saben a rayos”. Es como morder un cacahuete muy frito. A la segunda ya empiezas a sacarles un saborcillo raro entre la profusión de tostados. Con la tercera tu subconsciente sale del marasmo y empieza a enviarte señales de alerta: “¡Ojo, son insectos! ¡Atención, te estás comiendo una hormiga, muy grande además! ¡Al loro, tío; de esto no se come ni en tu casa ni en tu cultura!”.
El caso es que a la cuarta, aunque reconoces que no están malas y que no saben a hormiga (¿a qué sabe una hormiga, por cierto?) tu cerebro le ha quitado ya el mando de la operación al sentido del gusto y manda órdenes de parar ipso facto o vomitar. Pueden más los prejuicios histórico-culturales que su sabor real.
Así que para pasar la quinta hormiga culona tiré de la cerveza Club Colombia que había preparado hábilmente a mi lado y de un trago me bebí medio litro de espumeante cebada fermentada que se llevó por delante todo rastro de hormiga desde mi esófago hasta el duodeno.
“Listo compañeros. Ya les he probado. Yo ya he cumplido. ¿Dónde está ahora mi solomillo?”
Conclusión: las hormigas culonas son típicas del departamento de Santander, en Colombia, muy en especial de las localidades de Barichara y San Gil,y merece la pena probarlas. Fueron una fuente de proteínas muy importante para las poblaciones precolombinas. Las venden incluso en bolsitas de a 10.000 y 20.000 pesos y (4 y 8 euros) en puestos callejeros, para comerlas como si fueran pipas.
Pero sobre todo merece la pena interesarse por su curiosa forma de organización y por cómo las recolectan. Las reinas son las grandes hormigas ponedoras, las culonas, que solo salen del hormiguero una vez al año en temporada de lluvias (abril-mayo). Las jornadas previas hay una gran actividad en los pueblos de Santander tratando de acertar con el día y la hora a la que saldrán, porque solo tendrán un par de horas para recolectar todas las que se vayan a comer en un año.
Cogerlas es además un riesgo: las muy canallas tiene unas tenazas que cortan la carne y te atacan como kamikazes para protegerse. ¡Es una batalla épica para la que hay que tener preparación; si no, acabas como si te hubiera afeitado Eduardo Manostijeras!
Podéis aprender más de la interesante vida de la hormiga culona en esta web. Más datos sobre la hormigaAtta laevigata en Wikipedia.
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