Un año luchando por controlar el petróleo en Sudán del Sur
Campo de despalzados en Juba. AP/Ben Curtis.
El 15 de diciembre se cumplió un año del comienzo del actual conflicto civil que sufre el país más joven del mundo, Sudán del Sur. Aquel día, un grupo de seguidores del ex vicepresidente Riek Machar se enfrentó con los seguidores del presidente Salva Kiir. Desde entonces, miles de hombres, mujeres y niños han tenido que abandonar sus hogares y refugiarse en países vecinos o en los campos de desplazados de la capital y otras zonas del país que en la actualidad acogen, según las Naciones Unidas, a más de 1.4 millones de personas. Además, cientos de personas han muerto, decenas de mujeres han sufrido violencia sexual y gran número de menores han sido forzados a luchar como soldados en las filas rebeldes, principalmente.
Los medios de comunicación están vendiendo esta disputa, una vez más, como un enfrentamiento étnico entre las dos tribus principales del país, los dinkas y los nuer. Sin embargo, no podemos ignorar que, aunque sobre el terreno la situación pueda parecer esa y se hayan producido matanzas étnicas, detrás de lo que sucede en el país encontramos una lucha entre grandes potencias por el control de los pozos de petróleo que utilizan y manipulan las diferencias internas para conseguir sus propios objetivos.
Tirando mano de la historia, nos encontramos que durante la larga guerra de independencia entre el Norte y el Sur, Estados Unidos impuso sanciones y embargos al gobierno de Jartum en su apoyo al de Juba. Estas tuvieron serias consecuencias sobre la economía de Sudán, por lo que el presidente del país, Omar al-Bashir, pidió ayuda a China, Irán y, en menor medida, a Rusia para salir de la situación en la que se encontraba el país.
China, en aquel momento buscando el petróleo que necesitaba para su despegue económico convirtió en el principal socio comercial de Sudán comprando el 78 % de su producción de crudo. Este país también construyó el gaseoducto para el transporte del mismo desde los campos del sur al puerto de salida, Port Sudan, en el mar Rojo.
Las empresas petroleras estadounidenses no pudieron soportar el monopolio chino en la zona por lo que presionaron al gobierno de Washington para acelerar la independencia del Sur, donde se encuentran más de la mitad de las reservas de petróleo de la zona, con la intención de cambiar la situación a su favor.
Sin embargo, en 2011, tras la independencia de Sudan del Sur y a pesar del gran apoyo económico y militar que los Estados Unidos habían proporcionado al nuevo país, los contratos permanecieron como estaban, es decir que la mayoría del crudo del Sur seguía en manos chinas. En diciembre de 2013, a pesar de las presiones y amenazas de Washington y las petroleras estadounidenses, la situación se mantenía igual, lo que provocó nuevas quejas por parte de los Estados Unidos ante el presidente de Sudán del Sur, Salva Kiir, que siguió ignorándolas.
Para defender sus intereses, visto que Kiir no les servía, no es de extrañar que los Estados Unidos, siempre empujados por sus compañías petroleras, buscasen un nuevo líder que inclinase la balanza a su favor. Este se les presentó en la figura del vicepresidente Riek Machar, que enseguida se puso manos a la obra. La defensa de intereses opuestos sería lo que llevó a Kiir a prescindir de su vicepresidente en julio de 2013, ante lo cual, este reaccionaría meses más tarde.
Evidentemente, Estados Unidos no apoyó abiertamente la rebelión que tuvo su inicio el 15 de diciembre de 2013, liderada por Machar, e hizo un débil llamamiento al diálogo y envió unos 100 soldados estadounidenses a apoyar al gobierno de Jartum. Sin embargo, por debajo seguía manipulando porque a pesar de lo anterior, nunca condenó la acción tomada por Machar como tal. Además, otro hecho muy significativo que pone en evidencia el doble juego estadounidense es que contrariamente a lo que suele ser su política habitual en otros conflictos, Washington no ha impuesto sanciones ni embargos de armas en este caso.
Este tipo de maniobras, que prolonga los juegos de la guerra fría aunque alguno de los actores cambie, ponen de manifiesto que lo único que importa en Sudán del Sur es el control de uno de los campos petrolíferos más lucrativos del continente, el cual genera miles de millones de dólares para el país más joven de África, para lo cual multinacionales y gobiernos se alían, una vez más.
Durante este año, el conflicto se ha centrado principalmente en las zonas productoras de petróleo, en el norte del país, estando convencidas las dos partes de que quién las controle tiene ganada la guerra. Desde el comienzo de la guerra civil, la producción de crudo se ha reducido en un 20%, siendo China el mayor perjudicado por este panorama. El país asiático ha tenido que cerrar algunas de sus infraestructuras y repatriar a cientos de sus trabajadores.
Evidentemente, los que más sufren en este conflicto, como siempre, son los civiles sursudaneses: expulsados de sus hogares, refugiados en otros países o zonas de Sudán del Sur, obligados a combatir, víctimas de abusos sexuales, muertos, heridos, sufriendo hambre, dependiendo de la caridad internacional…
Los menores son los que se encuentran en una situación más vulnerable como consecuencia de la situación que vive Sudán del Sur. UNICEF denuncia que desde el inicio del conflicto, aproximadamente unos 400.000 niños han tenido que dejar de ir al colegio, unos 12.000 están siendo utilizados por las fuerzas y grupos armados como soldados y esclavas sexuales y que la gran mayoría de los menores del país están sometidos a violencia, malnutrición y enfermedades.
El presupuesto de Sudán del Sur depende en un 96 % de los beneficios del petróleo. En la actualidad, las finazas del país han sufrido grandes reducciones. Además, la mayoría de los recursos existentes son destinados al ejército para apoyar la guerra contra los rebeldes. Consecuentemente, los servicios sociales y muchos de los logros que se habían conseguido en el país en materia de salud o educación están retrocediendo.
Un claro ejemplo de esta situación lo encontramos con respecto a la poliomielitis, enfermedad que, gracias a las campañas de vacunación apoyadas por UNICEF, se consideraba erradicada en el país. Sin embargo, como ya se preveía hace algunos meses, hace pocas semanas se han vuelto a registrar nuevos casos, debido a la imposibilidad de mantener las campañas de vacunación en muchas partes de Sudán del Sur.
En realidad no hay nada nuevo en este conflicto, en él se repite la vieja historia de la lucha socavada por el control de los recursos naturales de un país africano con consecuencias devastadoras para la población del mismo, sin que esto realmente importe a las multinacionales y los estados que las apoyan, los cuales ponen en marcha su maquinaria de beneficencia y cooperación para parchear lo que por otro lado ellos mismos provocan.
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