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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lecciones de París

España tiene que unirse a la voluntad europea de defenderse sin tomar falsos atajos

No hay país a salvo de ataques fanáticos, como lo han demostrado los trágicos días vividos en París. Esa constatación tiene consecuencias que las democracias no pueden obviar para seguir siéndolo. La eclosión del terrorismo yihadista, derivada de conflictos violentos que a veces se libran a miles de kilómetros del escenario de los atentados, obligan a España y a toda Europa a comprender las nuevas situaciones, participar intensamente en los esfuerzos comunes para protegerse y mantener las libertades y los derechos de una sociedad abierta.

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Es imposible garantizar por completo la seguridad de los ciudadanos, pero sería inaceptable facilitar la tarea a los profetas de la locura. La supresión de las fronteras internas llevada a cabo en la Unión Europea va a necesitar de excepciones y de controles mientras el peligro exista, según explica el ministro español de Interior, Jorge Fernández Díaz, en declaraciones a este periódico; pero esas medidas no pueden significar la supresión de la libre circulación, uno de los pilares de la existencia de la UE. Habrá que soportar mayores controles en los aeropuertos y en los demás transportes colectivos. Habrá que medir cuidadosamente el grado permisible de intervención de comunicaciones telefónicas y por Internet. Tampoco estamos acostumbrados a que el Gobierno maneje un fichero de viajeros de líneas aéreas, pero rechazarlo sería menos inteligente que encuadrar con rigor su alimentación y uso.

Los ataques en París elevan la conciencia de un peligro que tanto Al Qaeda como el Estado Islámico (EI) ya habían revelado. Mejorar los servicios de seguridad especializados y tupir la red de contactos con otros países es tan necesario como cortar el flujo de los que pretenden unirse a la lucha en Irak o Siria, y controlar a los combatientes que han regresado o pretendan hacerlo. Ahora bien, todo eso hay que hacerlo sin perder de vista a los elementos radicalizados en el territorio propio: los terroristas que han actuado en París eran veteranos de la yihad, conocidos de los servicios de seguridad.

No hay por qué caer en la histeria ni en las demandas de una legislación excepcional, como la que George W. Bush hizo aprobar en Estados Unidos a raíz del 11 de septiembre de 2001, encubridora de demasiados excesos. Es preciso ser implacables con los que han decidido convertir a Europa en uno de los objetivos de sus guerras, pero hacerlo con respeto al Estado de derecho y sin tomar falsos atajos.

El consenso político resulta tan importante como la voluntad de la ciudadanía. Por eso, la concentración de líderes prevista para hoy en las calles de París, al lado del pueblo francés, demuestra la voluntad de unirse para reafirmar el compromiso con las libertades, de una parte, y la determinación de enfrentarse a los que pretenden destruirlas. París debe convertirse hoy en el símbolo de una respuesta histórica.

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