“La gente se ha sentido perseguida y tener ébola no es un crimen”
La antropólogoga analiza la lucha contra el virus desde el punto de vista de los comportamientos de las personas que lo tienen cerca
Cuando el ébola irrumpió en Guinea, la antropóloga madrileña Almudena Marí Sáez ya estaba allí haciendo una investigación sobre Lassa, otra fiebre hemorrágica endémica en la zona, para el Instituto de Medicina Tropical y Salud Internacional Charité - Universitätsmedizin Berlin. En concreto, su labor era estudiar las relaciones entre humanos y una especie de ratón, el Mastomys natalensis, que es el principal vector de transmisión de este mal. Sin embargo, cuando se declaró oficialmente la epidemia de ébola, el coordinador de este proyecto le propuso que investigara la transmisión primaria de este virus de animales a humanos y su efecto en la fauna salvaje. Tras seguir su rastro hasta los bosques donde se originó el brote, Marí Sáez ha estado tanto en Guinea como en Liberia estudiando la percepción que se tiene de esta enfermedad.
¿Por qué cree que hubo tanta resistencia por parte de la población a admitir la existencia del ébola?
Hay que tener en cuenta que es una enfermedad nueva en la región. Se produjo una reacción de negación, la gente no dejaba a los equipos médicos entrar en los pueblos y no quería ir a los centros de tratamiento (CTE). Era una mezcla de miedo y de falta de confianza. Además, en principio se dijo que no tenía cura, así que la gente se preguntaba que para qué iban a ir a los centros. Surgieron muchos rumores acerca de lo que pasaba en ellos, como que había tráfico de órganos, canibalismo o que todo era una conspiración para matar a la gente. Hay que entender que los familiares veían regresar un saco negro de plástico que no se podía abrir.
En ese contexto, ¿cuál era su labor como antropóloga?
Junto con mi coordinador, el epidemiólogo Matthias Borchert, dábamos recomendaciones al Ministerio de Salud. Por ejemplo, dejar de decir que todos los enfermos mueren o lanzar el mensaje de que las adaptaciones a la epidemia en materia de entierros o de contacto físico serían sólo por un tiempo. Además, aconsejamos que se permitiera a los familiares ver los cuerpos. Se trataba de restablecer la confianza entre las autoridades, el sistema sanitario y la población.
¿Cree que se hicieron las cosas mal?
El ébola no solo produce miedo en la población, sino también entre los propios expertos. La premura a la hora de contener la epidemia hace que no se tengan suficientemente en cuenta los aspectos culturales. En las tradiciones mortuorias esto fue muy claro. Si no permites que la gente vea los cuerpos, se alimentan los rumores.
Después del verano se fue a Liberia para trabajar en la aceptación de un CTE entre la población, ¿la situación seguía siendo la misma que encontró en Guinea?
El International Rescue Comittee decide abrir un CTE en Monrovia y mi coordinador, que estaba trabajando para ellos, propone la contratación de una antropóloga que ayude a facilitar la aceptación de este centro entre la población. En Monrovia en agosto había muy pocos centros y muchos casos, la gente moría en la calle porque no había plazas, los sanitarios tenían miedo, los enfermos se escapaban de los centros a buscar comida. En Liberia, además, el Gobierno ordena la cremación de los cadáveres. La gente percibe el CTE como un lugar donde si vas no vuelves, no te alimentan bien, no te dan ni agua, y encima si mueres te queman. Incluso si no tienes Ébola, allí te vas a contaminar. Había mucho misticismo en torno a los centros.
¿Y cuál fue su trabajo para combatir esta imagen tan negativa?
La gente que vive cerca de los CTE tiene miedo al tránsito de enfermos porque creen que supone un riesgo por la población. Lo primero que hicimos fue trabajar con las comunidades próximas a donde se iba a instalar el centro, creamos grupos de discusión con las mujeres, los jóvenes, los maestros y los líderes religiosos, para explicarles qué era un CTE y sobre todo escucharles, resolver sus dudas, saber cuáles eran sus miedos y percepciones de la enfermedad. Luego en los puntos calientes, donde estaban los enfermos, íbamos a escuchar también. Por primera vez, el personal que trabajaba en los centros salía a los barrios a explicarlo, iba el médico, el psicólogo, el higienista.
Antes mencionaba la cremación obligatoria en Monrovia como factor que genera aún más resistencia.
Esto choca frontalmente con el sistema de creencias y ha sido algo muy negativo porque genera rechazo a ir a los centros: sigue habiendo entierros secretos. Otras resistencias vienen de las clínicas privadas continúan atendiendo a enfermos y los líderes religiosos siguen haciendo ceremonias curativas. Además, como otros sí seguían siendo enterrados ha surgido una idea de discriminación entre unos y otros y un tráfico ilegal de certificados. Es increíble que en Monrovia aún no se haya encontrado un cementerio para enterrar a los fallecidos.
¿Sintió miedo al contagio, sobre todo tras participar en el seguimiento de contactos?
No. Sabía las vías de transmisión del virus y yo no iba a trabajar en zona de alto riesgo. Si no tocas nada ni a nadie no hay problema.
¿Cree que los cambios sociales fruto del Ébola van a perdurar?
Creo que no, que es algo pasajero. De hecho en Liberia ya se percibe una relajación en el hábito adquirido de lavarse las manos. Con los entierros igual, no creo que se hagan de forma segura para siempre. La atención sanitaria es otra cosa, el uso de guantes, sistemas de vigilancia y detección precoz, etc. La gente va a tener miedo durante mucho tiempo.
¿A qué tiene más miedo la gente?
A lo desconocido. En primer lugar a la enfermedad en sí misma, que mata muy rápido. A la respuesta sanitaria y al cambio de costumbres. A ir al CTE porque es un lugar del que no se volvía, incluso si no tenías Ébola allí te podías contagiar. Miedo a morir solo. Y en Monrovia, miedo a la cremación.
Más de un año después del inicio de la epidemia y pese a toda la información y sensibilización, sigue habiendo nuevos contagios, ¿por qué?
La transmisión sólo se detendrá cuando se restablezca la confianza. La gente no confía en la respuesta, en el sistema sanitario, ni en los extranjeros ni en las autoridades. Con esta epidemia hay voluntarios rastreando los barrios buscando casos y esto es un sistema de control de la enfermedad muy policial. Hay una violencia muy simbólica, la gente se siente perseguida, acosada. Y aunque todas estas medidas son importantes desde la óptica de la salud pública, el Ébola no es un crimen. La línea es muy fina. Y si en un momento de temores y desconfianza impones sistemas de control tan agresivos, la resistencia se acentúa aún más. La gente huye al campo o decide no ir a los CTE.
¿Y cómo restablecer esa confianza?
La gente necesita ver para creer. Cuando comprenden empíricamente lo que pasa ahí admiten que es verdad. Pero si no lo ven, nunca lo aceptarán. El ritmo de contagios ha bajado en las últimas semanas porque mucha gente ha tenido una experiencia cercana, más que por las campañas de sensibilización. En Monrovia el mensaje ha calado, sobre todo allí donde han trabajado las organizaciones desde la base, de abajo hacia arriba. Pero es increíble cómo surgen algunos focos. Hace pocas semanas, un hombre procedente del interior del país va a una clínica privada situada justo enfrente de un CTE con hipertensión. Al final, una enfermera va a tratarle a su casa y resultó que era ébola, lo que a través de ella generó un nuevo foco. Es paradigmático que esto ocurra con personal sanitario, que en teoría es la gente más concienciada, no estamos hablando de alguien aislado que vive en el campo, la sensibilización le había llegado, pero aun así ocurre. Ambos negaban la enfermedad, pensaron que a ellos no podía pasarles.
¿Qué cree que va a ocurrir a partir de ahora?
En Monrovia y en otros puntos parece que se ha ralentizado el ritmo de contagios, pero el problema es que en cada nuevo foco que surja hay que empezar de cero. Si la sensibilización hubiera funcionado no habría nuevos focos y sin embargo están surgiendo. En Faranah (Guinea), donde he trabajado en Lassa, por ejemplo, ahora está habiendo de nuevo casos. Como dije antes, hay que seguir trabajando en la confianza, que pasa por ir y escuchar, no una sino dos, tres veces. Están hartos de recibir información y hacer encuestas. Hay que invitar a la gente a los centros, que los conozcan, que sepan lo que pasa allí dentro, el hecho de que sean centros cerrados no ayuda, hay que desmitificar los CTE.
¿Por qué es importante la antropología en la lucha contra el ébola?
Una de las respuestas a esta pregunta es porque no tiene cura conocida, sólo se abordan los síntomas, pero no nos podemos olvidar de que la gente necesita cuidados. Y no estoy hablando solo de medicinas, sino de cuidados sociales, espirituales, acompañar a la gente en el proceso y en el momento de la muerte, conseguir que sea un proceso digno y correcto. Por ejemplo hay que facilitar las visitas de los familiares, con todas las medidas de precaución, pero hay que impedir que se sientan solos. Alguien me dijo en Monrovia que la soledad que una persona siente al entrar en el ETU puede matarle antes que el ébola.
Se ha puesto mucho el acento en las prácticas rituales como factor favorecedor de los contagios.
Es cierto. El lavado de los cuerpos durante el entierro es una de ellas. En Monrovia, por ejemplo, le lavan los dientes a los fallecidos. Se trata de identificar dichas prácticas y hacer una adaptación. Habrá resistencia dependiendo de cómo lo hagas. Si hay un proceso de negociación y acuerdas unos mínimos, como permitir ver el cadáver, dejarles que introduzcan cosas en el saco mortuorio para el viaje, hacer foto del difunto para que tengan un recuerdo... pues la resistencia será menor. No permitir estos cambios ha sido un error, adaptaciones tan cruciales en prácticas que tienen que ver con el cuidado de los enfermos y la muerte deben ser bien explicadas.
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