Villancico
Movidos por la dulce llamada de Belén los clientes cargan con las bolsas repletas de bienes y la caja registradora los despide con un alegre tintineo
En este supermercado de lujo suena el villancico Adeste fidelesy su melodía resbala sobre baterías de jamones de Jabugo y barricadas de patés, embutidos, mariscos, turrones, vinos y licores, pirámides de frutas importadas de países exóticos, gollerías encajadas como joyas en estuches dorados. A este supermercado solo pueden acceder los muy adinerados, señores con la mandíbula violácea y mujeres muy perfumadas. Los precios son un puro esnobismo y marcan la línea roja infranqueable para una clase media desaparecida. El resto de los mortales no cuenta. Ha nacido el Rey de los ángeles, venid a adorar al Señor, dice el villancico, pero en este establecimiento el único Rey es el jamón de pata negra orlado con guirnaldas de plata. Movidos por la dulce llamada de Belén, los clientes cargan con las bolsas repletas de bienes, la caja registradora los despide con un alegre tintineo y para llegar hasta sus cochazos aparcados en tercera fila deberán vadear el bulto de una pordiosera en la acera que tiene un niño Jesús drogado y dormido en su regazo. En la esquina, una docena de mendigos aguarda la hora alrededor de un cartel con una flecha que indica que ese lugar es el punto de recogida solidario. Cada uno lleva un carrito de la compra cargado de latas, paraguas rotos, antenas, cables, varillas. Sobre estos desechos extraídos de los contenedores de basura un mendigo rumano ha plantado una gran bandera española, que exhibe como un trofeo. Por esa bandera se produce de repente un grave altercado. Un mendigo español ha intentado arrebatársela. No se trata de ningún patriota. Conoce a un chamarilero que le dará un euro por su asta de aluminio. Sale un dependiente del supermercado, deposita en el suelo unas cajas de comida caducada y la refriega se calma.
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