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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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Antes del zarpazo

La región oriental de Ucrania es un lugar de donde huir lo antes posible, según nos cuentan las crónicas de los periodistas allí desplazados

Lluís Bassets

Las treguas suelen servir para que los contendientes preparen la siguiente jugada. Así ha sucedido con la que firmaron en Minsk (Bielorrusia) el 5 de septiembre los representantes de Ucrania, Rusia, la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) y los representantes de los separatistas prorrusos de la cuenca de Donbas. Aunque terminaron los combates generalizados, en ningún momento hubo un auténtico alto el fuego, y ahora mismo las crónicas que llegan de la zona nos anuncian la inminencia de un nuevo zarpazo ruso sobre Ucrania. Además, los independentistas han aprovechado la pausa para celebrar un remedo de elecciones, constituir Parlamentos y Gobiernos, y colocar a los jefes rusos de la revuelta al frente de las autoproclamadas repúblicas populares de Donetsk y Lugansk.

La región oriental de Ucrania es un lugar de donde huir lo antes posible, según nos cuentan las crónicas de los periodistas allí desplazados. La mitad de la población en edad escolar ha desaparecido. Un millón y medio de personas, jóvenes en su mayoría, han emigrado hacia otras regiones de Ucrania o hacia Rusia. Gran parte de los que no han podido partir son ancianos, enfermos y pobres. En las ciudades hay centenares de animales domésticos abandonados. La economía, lógicamente, está bajo mínimos, casi colapsada. La desconexión con el resto de Ucrania es cada vez mayor, entre otras razones porque la frontera interior, fuertemente militarizada, se está convirtiendo en intransitable; mientras que la frontera con Rusia cada vez es más porosa.

Que se prepara un golpe de mano, probablemente para las próximas horas o días, lo revelan las informaciones sobre la entrada desde Rusia de varias columnas de blindados y artillería pesada, acompañados de un sigiloso ejército de soldados con uniformes verdes sin insignias ni banderas, como el que invadió Crimea. Esta ha sido una de las novedades bélicas del año, acompañada de los malos presagios acerca de una nueva guerra fría entre Moscú y Washington.

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Una nueva realidad toma cuerpo en Europa sin que apenas nos demos cuenta ni tengamos denominación exacta para nombrarla. No sabemos si estamos regresando a otro tipo de confrontación Este-Oeste. De momento, Ucrania está experimentando una forma de guerra diferente, a la que algunos denominan híbrida, en la que se combinan elementos convencionales con la guerra cibernética y, sobre todo, con la acción de los servicios secretos, a veces en funciones militares camufladas, como esos sigilosos ejércitos de uniformados de verde.

Gracias a este tipo de guerra, Rusia consiguió anexionar Crimea en tres semanas sin entrar en combate y con solo tres víctimas mortales y ahora puede obtener, con algo más de tiempo y a costa de 4.000 muertos y de la destrucción de ciudades, industrias e infraestructuras por los bombardeos, otro bocado de un país que hasta febrero pasado era plenamente soberano, pero que está sometido ahora a la fragmentación y a las apetencias de tan poderoso vecino.

La repetición de la jugada, sin que la reacción internacional sea muy distinta, confirmaría la regla que asigna a Putin un poder geopolítico determinante respecto al conjunto de Europa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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