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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Piercing’ y poder

Pablo Iglesias ofreció un nuevo capítulo de la construcción de su personalidad pública

Juan Cruz

Pablo Iglesias, el líder de Podemos, ofreció el domingo pasado en el programa Salvados de Jordi Évole un nuevo capítulo de la construcción de su personalidad pública. Es una construcción retransmitida, apoyada no sólo por los medios que visita sino por asesores que, por ejemplo, le aconsejan que ha de desprenderse del piercing que otrora adornó su piel. Esto no es nuevo, como es natural, pues desde Lincoln, Lenin y Stalin hasta Nixon, Kennedy y Felipe González, todos los líderes han tenido gente al lado diciéndoles qué tenían que hacer para parecer. Pues ser, se supone, ya eran, aunque en tiempos en que a los asesores no les resultaba imprescindible ocuparse de los piercings.

Lo que hacen estos asesores, a los que parece que Iglesias concede mucho crédito, es convertir al personaje que es en un concepto que vender. En este caso, la historia ha sido al revés, pues descubierto el personaje en las teles (en la suya y luego en las más variadas tertulias), y habida cuenta que vendía, lo que han hecho los que apoyan su concepto ha sido apuntalar algunos elementos, subrayar otros, hasta que, parece, ya tenemos al personaje que es, presto a asaltar los cielos. Tal como es, aspira ahora a gobernar en este país, y lo dice con todas las letras. Su ascensión no ha tenido sólo el apoyo de los que lo rodean, los numerosos fieles y también los fieles silenciosos; ha tenido, sobre todo, su propio apoyo. Es natural, pues quien quiere ser presidente del Gobierno es él. Y, como todos los ciudadanos, tiene derecho a aspirar a ello, exponiendo así su propio ego.

Estaría dispuesto a sentarse junto a la Reina Letizia siquiera fuera para convencerla de que la Monarquía se rija por el sufragio universal
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En ese viaje desde su tele (y desde casi todas las teles existentes en España) a la pista de despegue, se ha ido desprendiendo del piercing, por ejemplo, pero también se ha soltado otros lastres. En esa excursión por los abandonos, creí entender que ahora siente que le gusta el Papa y estaría dispuesto, incluso, a sentarse junto a la Reina Letizia siquiera fuera para convencerla de que la Monarquía se rija por el sufragio universal. Ese agrado (relativo, todo es relativo en este tramo del trayecto) por ambas instituciones resulta sucedáneos del gesto de desprenderse del piercing para tranquilizar a la audiencia.

No hay nada de malo en esas querencias o deseos; pero en el caso de Doña Letizia me llamó la atención, como periodista, el origen de su sueño: según le dijo a Évole, fue un periodista innominado quien le sugirió en un mensaje ese probable encuentro real, y entre risas y fiestas él le dio carta de naturaleza al chisme y lo proclamó sin tener en cuenta que noticias de este tipo hay que contrastarlas, pues muy bien ese periodista que él no parecía conocer podría ser un sucedáneo del ahora muy popular Pequeño Nicolás. No todas las ocurrencias venden, aunque uno las haya comprado encantado.

En esa misma excursión por la construcción de su personaje como aspirante a la Moncloa, Iglesias indicó que si no lograba ese objetivo no iba a estar en el Parlamento dando audiencia al centro de operaciones de la casta, sino que abandonaría el escaño. Ganar es la cuestión. Perder (eso que, según Beckett, hay que perseguir para ser alguien) está descartado en su concepto de lo que es la lucha por el poder. Y si gana, dijo, tener un programa de televisión sería “la hostia”. La hostia, como lucir piercing hasta que el asesor te dice que eso no es bueno para la carrera. 

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