Los niños karen se retratan
El fotógrafo Joan Vendrell lleva cámaras al poblado de desplazados birmanos de Mae Sot, en Tailandia, para que los menores del lugar retraten su vida y entorno
Los karen son parte de una de las etnias birmanas que no pueden vivir en paz en su país. Los conflictos étnicos y las guerras civiles de Myanmar han desplazado a muchos de ellos a la frontera con Tailandia. Unos 160.000 se agolpan en campos de refugiados. Otros prefieren vivir en la irregularidad, tratando de subsistir de la agricultura en la selva. El fotógrafo Joan Vendrell ha querido retratar su vida cediendo la cámara a los niños de un poblado de Mae Sot para que fueran ellos quienes hicieran un relato gráfico de su entorno.
Vendrell se inspiró en un documental que vio hace una década sobre una fotógrafa alemana que también dejaba que los chicos fueran quienes tomaran las imágenes. “Los fotógrafos solemos contar historias que no hemos vivido nosotros. Éste es otro enfoque; ellos narran su propia cotidianeidad”, explica por teléfono desde Barcelona después de pasar 10 días de septiembre en Mae Sot, donde habitan algunos de los karen huidos de Myamnar.
La situación que encontró allí le impresionó: “Muchos niños no tienen padres. En la mayoría de los casos proceden de familias totalmente desestructuradas y es frecuente que alguno de sus progenitores haya sido asesinado. La escuela a la que acuden está en mitad de la selva, rodeada de animales. Y acuden porque les dan una comida, de lo contrario los padres no les mandarían allí. Viven en chabolas de bambú y lata y no tienen derecho a nada porque se encuentran en la más absoluta ilegalidad”.
Vendrell no conocía mucho de lo que sucedía allí antes de afrontar su proyecto, que ha titulado KM 42, igual que el colegio al que acuden los niños; es la distancia que separa la escuela del pueblo de Mae Sot. Entre Canon, que le aportó las 20 cámaras necesarias para que los niños pudieran hacer fotos y la ONG española Colabora Birmania, fue preparando su viaje a Tailandia durante más de un año. Decidió irse con toda su familia: esposa y dos hijos, de tres y seis años, para que también disfrutaran la experiencia. “Para los niños es una perspectiva distinta, lo afrontan todo con absoluta naturalidad”, apunta.
Los chavales birmanos con los que trabajó, de alrededor de 10 años, también adoptaron la tecnología con rapidez. “Les di unas nociones, no técnicas, sino más bien conceptuales: que con una cámara se puede captar tristeza, felicidad, cosas que están bien o mal... Al día siguiente, por ellos mismos, dominaban funciones de la máquina que yo ni les había mencionado: el temporizador, el vídeo. La comunicación fluía entre ellos, lo que descubría uno en seguida se lo transmitía a los demás”, cuenta.
En las fotos cada chaval se ha centrado en una cosa. Vendrell destaca la diferencia entre chicos y chicas: “Se llevaron las cámaras a casa. Mientras ellos se ponían sus mejores galas para hacerse selfies, ellas retrataron a sus seres queridos, su hogar… Lo que es común para todos es que el mundo digital no existe, así que imprimimos las fotos, que han guardado como un tesoro”.
Vendrell, que se ha dedicado principalmente a la formación fotográfica y nunca había tratado este tipo de temas, está ya preparando su siguiente proyecto. Será en España con una ONG que trae chicos de todo el mundo para practicarles operaciones que necesitan a las que no se pueden someter en sus países.
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