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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Miedo a la recesión

El euro necesita con urgencia una estrategia económica orientada a la inversión y el empleo

Aunque Alemania se empeñe en negarlo, la política económica de austeridad total está llevando a la eurozona al borde de una nueva fase de estancamiento económico (y quizá recesión) mucho más peligrosa que las anteriores. Y lo que es peor, con esa estrategia de ajustes y contracciones fiscales se corre el riesgo de detonar una nueva crisis de deuda. Alemania, reconocido impulsor de la economía europea, acaba de revisar a la baja su tasa de crecimiento para este año desde el 1,8% al 1,2% y para 2015 desde el 2% al 1,3%. La incertidumbre sobre la recuperación, agravada por la rebaja alemana, sembró el pánico en todas las Bolsas mundiales, con caídas entre el 2% y el 4%. Los mercados entienden que el euro no ha encontrado la estrategia correcta para crecer y que tampoco encontrará el camino a medio plazo.

Pero este diagnóstico, que parece tan claro a los analistas de los cinco continentes, resbala sin conmover la ortodoxia alemana (ahorro, austeridad, prohibición de endeudamiento). Mientras el ministro alemán anunciaba sus previsiones, explicaba sorprendentemente que “no hay motivo para cambiar nuestra política económica y fiscal”. Hay que suponer que “nuestra política económica” quiere decir “la política económica del euro”; es lo que se desprende de la insistencia de la canciller Merkel en las bondades de la austeridad, a pesar de la tensión ya manifiesta en la coalición de Gobierno.

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Lo cierto es que sí existen razones, y muy poderosas, para diseñar otra política económica. La primera es que la estabilidad de la zona euro corre un grave riesgo con todas sus economías nacionales aplicando políticas procíclicas. Basta con observar que áreas económicas han respondido mejor a la crisis (el dólar y la libra) para entender que la ortodoxia económica europea es inadecuada.

También es perniciosa en términos políticos. De hecho, puede deteriorar la unidad europea si, como ya sucede, Francia se niega a aceptar la imposición de un ajuste drástico y presenta un presupuesto razonablemente expansivo. ¿Tiene sentido para Berlín acorralar al Gobierno francés con exigencias que París rechaza y que, en el mejor de las casos, provocarían una crisis interna de notables consecuencias para la UE? A poco que Alemania se empecine en su intransigencia se va a encontrar no sólo con una nueva fase de estancamiento (en España empieza a ser visible la ralentización, con la caída de las exportaciones en agosto), sino con un nuevo episodio de convulsiones en las deudas nacionales causado por el temor a otra recesión.

El euro pide a gritos otra estrategia. Necesita de todas las baterías monetarias que pueda ofrecer el BCE (incluida compra de deuda), más una política económica coordinada de los Gobiernos orientada a estimular la demanda y el empleo. Y el cambio debe organizarse con presteza, no al ritmo de cumbres y grupos que se demoran por obstrucción política. Salvo que la eurozona se resigne a vegetar como el enfermo de la economía mundial hasta 2020.

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