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Cascarrabias institucional

Para alguien como yo, insociable y rutinario, la peor época del año es la comprendida entre el 6 de diciembre y el 7 de enero. La Navidad me produce empalago, estrés y un gasto siempre superior al presupuestado. Pero como la Navidad me ha acompañado toda la vida, me trae algunos recuerdos entrañables. Y está tan arraigada en nuestra cultura, que la soporto con resignación. No así el llamado puente de la Constitución, que me pone frenético. Como casi todos los inventos tardíos, es una chapuza. Para empezar, uno nunca sabe cuántos días dura. Según el año, pueden ser tres o cuatro o nueve, y esta inconstancia, en una economía basada en el consumo y el ocio, es inadmisible. El comercio y la hostelería no pueden depender de los vaivenes del calendario. No sé si hay que reformar la Constitución, pero el calendario gregoriano está pidiendo una reforma a gritos. Que el día de la Constitución sea fiesta, me parece bien. En su momento fue un gran logro y lo sigue siendo, por más que ocasionalmente divida a un sector de la ciudadanía. Pero lo que no tiene pase es lo de la Inmaculada Concepción.

En el fondo, esto pasa con todas las fiestas: tanto si celebran hitos patrióticos como religiosos, es inevitable que agraden a unos y molesten a otros. Los paganos, más listos que nosotros, ajustaban sus fiestas a los ciclos naturales: el equinoccio, el solsticio, la vendimia y cosas así

En rigor, la inmaculada concepción es una particularidad de la Virgen, que fue concebida sin pecado original. La fiesta de la Inmaculada conmemora la proclamación, el 8 de diciembre de 1854, de este dogma abstruso, que la mayoría de católicos no entiende o confunde, y que para los no católicos no tiene sentido. Festejar la efeméride puede herir la sensibilidad de los numerosos musulmanes, budistas, adventistas, testigos de Jehová y otros creyentes que votan y pagan sus impuestos. Hace siglos, incluso antes de que el Vaticano proclamase el dogma, un rey piadoso decidió nombrar a la Inmaculada patrona de España. Como además de piadoso era absolutista, nadie se atrevió a señalarle la incorrección gramatical y lógica de su decisión. Durante un tiempo, la Inmaculada compartió patrocinio con Santiago Apóstol. Menos afortunado, Santiago perdió su fiesta, el 25 de julio, aunque sin duda reunía más méritos y tenía más solera. En cambio, la Inmaculada ahí sigue, sin que nadie diga nada, por más que su figura, sin ánimo de ofender a los devotos de María, contribuya a afianzar arquetipos patriarcales. En el fondo, esto pasa con todas las fiestas: tanto si celebran hitos patrióticos como religiosos, es inevitable que agraden a unos y molesten a otros. Los paganos, más listos que nosotros, ajustaban sus fiestas a los ciclos naturales: el equinoccio, el solsticio, la vendimia y cosas así. Luego los bárbaros por una parte y la iglesia por otra, nos volvieron violentos y simbólicos. El problema es que a estas alturas sería muy difícil hacer marcha atrás, porque sea cual sea su significado, a todo el mundo le gusta que haya días libres de trabajos y obligaciones.

Aun así, estoy seguro de que a nadie le gusta la peor fiesta del año: el 1 de enero, otra fiesta que solo obedece a los caprichos del calendario. Es obvio que no tiene pies ni cabeza que el año empiece a mediados del invierno, sin más ni más. De hecho, casi todas las actividades sociales importantes se rigen por un ciclo natural: el año académico, la liga de fútbol, etcétera. Como la festividad es una aberración, los ciudadanos, de un modo consciente o no, nos preparamos comiendo y bebiendo más de la cuenta. De este modo empezamos el año oficial de la peor manera posible: todo cerrado, el estómago y la cabeza dando vueltas; y para quien no padezca de delirium tremens, ahí están los valses de Viena. Solo así esta fiesta adquiere significado: a partir del día uno, lo que venga será mejor. Y como no quiero acabar con una nota negativa, diré que de todos los festivos de este periodo, el que menos me irrita es el día de Reyes, un momento tan ligado a la infancia que no se empeña en persistir cuando uno crece. La víspera y el día de Reyes no obligan a nada. El que es niño o tiene niños, disfruta. Y el que no, pasa. Y con esta consideración doy por finalizada mi lista de agravios. Feliz año.

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