Compartir desde la tierra hasta el frigorífico
El consumo colaborativo ha irrumpido en la cadena alimentaria. Gracias a Internet, se puede cultivar el huerto de un extraño o intercambiar semillas
Un día, la francesa Catherine decidió compartir parte de su comida. Empezó colocando un enorme macetero de la verja de su jardín. En él crecían, ufanas, varias plantas de fresones. Del macetero colgaba, a su vez, un cartel: Nourriture à partager. Servez-vous librement, c'est gratuit! (Comida para compartir. Tomad lo que queráis libremente. ¡Es gratis!). Con este gesto, Catherine se estaba sumando al movimiento de origen británico Incredible Edible, que invita a quienes poseen pequeños cultivos caseros a compartir los alimentos que producen sus tierras, ya sean hortalizas, frutas, hierbas aromáticas o medicinales.
Francia es terreno abonado para este tipo de iniciativas porque es frecuente poseer un terruño, un macetero o, en su defecto, agenciarse el del vecino para hacer crecer algo que llevarse a la boca. Así, cuando un grupo de amigos visita una casa como la de Catherine, suelen aparecer con una bolsa de ciruelas porque son incapaces de consumir todo lo que produce su ciruelo. Si, por el contrario, invitan ellos a comer, la ensalada que servirán como entrante llevará rábanos de su huerto, que además habrán sido recolectados pocas horas antes del festín.
La eclosión del consumo colaborativo y las posibilidades que Internet ofrece para llevarlo a cabo han permitido un crecimiento exponencial de ese deseo ancestral de invitar a alguien a sentarse a la mesa. ¿Qué es un compañero, a fin de cuentas, sino alguien con quien compartimos el pan?
En Francia, en Reino Unido y también en España proliferan, de un tiempo a esta parte, las plataformas en la Red que permiten realizar un consumo compartido de toda la cadena alimentaria. ¿Quieres cultivar pero no tienes tierra? Huertos compartidos, Tu huerto ecológico, Huertas Lúdicas y Huertos de ocio, entre otros, ponen en contacto a los interesados con propietarios de tierras que no tienen tiempo o ganas de cultivarla y están dispuestos a cederlas o alquilarlas.
Terreno más desconocido es el de las semillas. En Francia nació en 2012 Graines de Troc, una iniciativa que promueve el intercambio de simientes. Hasta la fecha, más de 2.000 personas de 30 países han participado a través de una plataforma en Internet. Pero no todo se queda en lo virtual. Graines de Troc ha impulsado además la creación de grainothèques o granotecas, es decir, espacios físicos donde se pueden dejar o recoger semillas libremente. La mediateca de la localidad de Lagord (en el departamento francés de Charente-Maritime) acogió en enero de 2013 la primera del país y hoy ya existen unas 60 repartidas por toda Francia. La última iniciativa de Graines de Troc busca sensibilizar a los niños sobre la importancia de la biodiversidad. Así, Drôles de graines (semillas raras o divertidas, en español) tiene por objetivo que los menores de la región de La Rochelle planten hasta 1.000 tomateras de 200 variedades diferentes que también ellos recolectarán llegada la hora. Recuperarán, además, las semillas plantadas para compartirlas con otros.
Un consumo colaborativo clásico es el que proponen desde hace años los grupos de consumo de proximidad: comprar entre varias personas a un mismo productor local para conseguir un mejor precio, favorecer la economía del entorno y consumir alimentos de mayor calidad y de temporada. Internet y las plataformas que se han creado para ello han logrado modernizar y aumentar su potencial. En España acaba de aterrizar La colmena que dice sí, una iniciativa creada en Francia que ahora busca expandirse también en Gran Bretaña con el nombre de The food assembly. Los promotores utilizan Internet para poner en contacto a productores locales y consumidores organizados en grupos de consumo. Yo compro sano, por otra parte, ayuda a crear grupos de consumo de proximidad y Ecoagricultor, otro ejemplo, reúne a agricultores, productores ecológicos, grupos de consumo y particulares.
En Francia también se han propuesto compartir los electrodomésticos que mantienen los alimentos en buenas condiciones con el objetivo de reducir el desperdicio alimentario. Partage ton frigo (Comparte tu frigorífico) anima los usuarios a intercambiar los productos de la nevera y así aprovecharlos al máximo. Incluso incita a dar un paso más allá: que instalen un frigorífico compartido en el edificio o la comunidad donde viven, o en su espacio de trabajo. La empresa que hay detrás de este nombre se encarga de la instalación del aparato, de su mantenimiento y limpieza, así como de la formación de los usuarios del servicio compartido.
¿Qué alternativa hay para quien no quiere semillas, ni tierra ni frutas, ni alimentos, sino a alguien cocine en su lugar? Compartoplato.es permite sacar partido del buen hacer gastronómico de los vecinos a un precio módico. ¿Por qué no comprar una porción de puchero cuando no hay ganas de trastear en la cocina? Super-marmite.com es la misma idea, que ha calado muy bien en la sociedad francesa.
Y si el puchero no es suficiente, ya que el consumidor aspira a sentarse a la mesa de alguien y que le sirvan, existen iniciativas como Eatwith, SocialEaters o Cookflat. Todas parten de la idea de ir a comer a casa de alguien, aunque con diferentes matices: se puede ir a hacer amigos, a encontrarse con extranjeros o a que esos extranjeros conozcan a autóctonos. En resumidas cuentas, quien quiera encontrar compañeros, oportunidades no te faltan.
Lista completa de proyectos de consumo colaborativo en la web de Consumo Colaborativo: proyectos en España y en América Latina.
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