Podemos: el ascenso al poder
La pirámide de esta nueva formación es la de un partido comunista clásico
Con frecuencia, los tuits son como los insultos que se dirigen los automovilistas de un coche a otro. El agresor disfruta de la doble coraza del posible anónimo y de la brevedad impuesta del texto, lo cual justifica quedarse en un improperio, sin tomarse el trabajo de argumentar. Pero los hay ocurrentes, como uno que alcanzó notable difusión censurando un artículo mío: “Que dice Elorza que Pablo Iglesias va a traer la guillotina, a resucitar a Lenin y a convertirnos en Corea del Norte”. Estupendo. Y que, además, si cambiamos Corea del Norte por Venezuela, casi da en el clavo.
Ante todo por el sentido leninista de la acción y de la organización, ambas subordinadas al objetivo de una conquista del poder donde la política se militariza. Sin concesión alguna a los procedimientos democráticos, que aun eliminándolos, la tradición estalinista reivindicará en su vocabulario. Recordemos “democracia popular”, antecedente verosímil de la “plebeya” de Iglesias. Sirvan de muestra los dos preborradores elaborados en julio por el “equipo de preparación” de la asamblea constituyente de Podemos y los estatutos para constituirse en partido político. Una democracia ejemplar, donde los dirigentes se lo dan todo hecho a los afiliados, con textos cerrados, que solo admiten rectificaciones mínimas. El primero determina el objetivo principal: alcanzar el Gobierno a corto plazo, pues “ahora es el momento”, aprovechando la “ventana de oportunidad” que proporcionan la crisis, la deslegitimación del régimen y de “la casta”, fundamentalmente de la pieza clave de integración en el régimen constitucional, el PSOE. Es preciso hacerse con los centros del poder político, actitud estrictamente leninista. Sin reformismo. Y a una concepción militar del conflicto político corresponde necesariamente una estructura orgánica adecuada a tal fin.
Atendiendo a Podemos, sus relaciones de poder están definidas de abajo arriba; por eso será —dice el anuncio— “la estructura organizativa más democrática, abierta y plural que ha conocido nuestro país”. El ciudadano en el país de las maravillas. Dicho en lenguaje tecnocrático, todo funcionará bottom-top,desde la base al vértice. Todos participarán en las decisiones de manera “abierta, respetuosa (sic) y directa”, en la elaboración de los programas, y sobre todo mediante la Asamblea Ciudadana Estatal. Solo que la Asamblea Ciudadana solo se reúne cada dos años y por su número de participantes —pensemos en unos cien mil— lo que surge es una radical asimetría entre el centro de poder ya constituido hoy y lo que propongan los miles de “ciudadanos”, presentes o por vía telemática. Más aún con el liderazgo indiscutible ejercido por Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias propone una “apertura democrática plebeya”
Los círculos como células base y la informática como cauce básico de comunicación responden al esquema de Beppe Grillo, no menos personalista y autoritario, en su dominación ejercida sobre el Movimiento 5 Estrellas. Hay, no obstante, diferencias: los círculos en 5 Estrellas surgieron espontáneamente en torno al blog del excómico; aquí emergen tras la candidatura de Iglesias, pero en su funcionamiento efectivo el grupo dirigente intervendrá desde el primer momento: deben “adaptar la línea política de Podemos” a su ámbito. Y en cuanto a posibles discrepancias y oposiciones, en 5 Estrellas la expulsión puede ser sometida a votación; en Podemos tropiezan con la Comisión de Derechos y Garantías, un tribunal heredado de los partidos comunistas. Le resulta asignada en los estatutos como partido una larga lista de causas de sanción y expulsión.
Es en la estructura de los órganos ejecutivos donde el supuesto bottom-top se convierte en top-down. El centralismo democrático, red mediante, deviene centralismo cibercrático (De Rosa). Los nombres son otros —Consejo Ciudadano, Consejo de Coordinación, Portavocía— pero en la práctica estamos ante la pirámide Comité Central-Comisión Ejecutiva (Politburó)-secretario general de un partido comunista clásico. Incluso reforzada. El poder de decisión real se encuentra únicamente en el portavoz (P.I.), designado por la asamblea por sufragio directo, con la colaboración del Consejo de Coordinación, elegido por el Consejo Ciudadano a propuesta del portavoz, además único capacitado para autorizar que el Consejo vote. Mejor el consenso. Ningún cabo queda suelto. El portavoz definirá de modo permanente “la línea política” a aplicar por los órganos inferiores. Los círculos, a lo suyo. En suma, quien tendrá el poder absoluto dentro de la organización será el portavoz (Pablo Iglesias), cuya destitución —para empezar la mitad más uno de quienes le votaron— es prácticamente imposible. A los redactores se les escapó siempre en el preborrador “línea política”, lógico.
Pablo Iglesias pone sus cartas sobre la mesa. Propone una “apertura democrática plebeya”, “un gobierno nuevo al servicio de la gente” frente a la oligarquía y al “orden de 1978”. Con timidez, apunta a “un sentido constituyente”, objetivo a encubrir por ahora, igual que la filiación chavista. Ofrece “un discurso de excepción para una situación de excepción”. Y a instaurar de inmediato. Conviene aquí volver al tuit citado. Nadie se ha inventado que Pablo Iglesias cante a la guillotina y al principio inspirado en Robespierre de eliminación del “opresor”. Cuando regresa a la actualidad el genocidio de los Jemeres Rojos, basado en esa idea y en el terror soviético, no bastan buenas palabras. Hace falta una autocrítica en toda regla para verse reconocido como demócrata.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
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