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Columna
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Dimisiones

Cuando se ha cometido una fechoría, casi mejor contar la verdad

Jorge M. Reverte

Enrique López, magistrado del Constitucional hasta hace pocos días, ha sido víctima de sí mismo, cuando le han pillado a las 7.30, borracho y sin casco, a bordo de una moto de gran cilindrada. Él mismo ha sabido que se tenía que marchar del cargo, por mucho que intentara esgrimir que había razones personales que explicaban los hechos, pero que no venían al caso. Y es que lo peor no ha sido que pusiera en riesgo su seguridad y la de otros, sino tener que explicar en casa qué le había llevado a esa situación. Lo otro, lo de la seguridad vial, todavía está muy comprendido en nuestro país. ¿Quién no se ha tomado unas copas y ha conducido después diciendo que borracho tenía mucho más cuidado?

Lo de Rafael Blasco, exconseller de la Generalitat valenciana, entra mejor en la categoría de lo imposible de compartir: organizó una trama para saquear fondos de cooperación. Unos cuantos nicaragüenses se quedaron sin casa para que él tuviera un chalé mejor. Pero Blasco no parece haberse arrepentido, aunque robó el dinero de cooperación para enriquecerse. Los jueces han estimado que no había que castigarle en demasía por eso, porque no había nada oscuro detrás de su acción. Si Blasco reúne la para él ridícula cifra de 200.000 euros, no entrará en prisión.

Todo apunta a que Blasco ha cometido un crimen monstruoso. Y le dejan en libertad.

Enrique López nos ha ahorrado una vergüenza similar. Gracias, señoría.

La moraleja en todo caso, es que cuando se ha cometido una fechoría, se cuente la verdad, porque a veces te creen y porque la verdad puede ser menos grave que lo que se llega a imaginar.

—¿De dónde vienes a estas horas, cariño?

—De cazar unicornios.

Y ya está.

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