Un retrete contra los abusos sexuales
La falta de váteres en India, donde la mitad de su población, casi 600 millones, carecen de él, se ha convertido en uno de los principales peligros para las mujeres. Un poblado del Rajastán ha buscado la solución.
A primera vista, el poblado de Dehelud es como cualquier otro de India. Las vacas andan a su aire y, como la vegetación escasea en el desértico estado de Rajastán, contentan sus estómagos vacíos lamiendo carteles y mascando cartones que encuentran en montañas de basura. Mientras tanto, los niños corretean alrededor semidesnudos, y disfrutan de un chaparrón ocasional rebozándose en el barro. El resto de los 5.000 habitantes de la localidad se afanan en sus labores habituales, ya sean preparar la comida, arreglar un carro de bueyes, vender champú en bolsitas individuales, o echar una siesta en el lugar menos pensado. Sin duda, nada hace pensar que, en realidad, este sea un pueblo diferente.
Pero lo es. Claro que, para descubrir el porqué, hay que entrar al interior de sus pequeñas casas unifamiliares. Todas tienen un váter. Puede parecer una cuestión nimia, pero nada más lejos de la realidad. Se trata de un gran logro que el gobierno indio premió con los galardones nacionales Nirmal Gram Puraskar y Premio al Pueblo Limpio, reconocimientos que se guardan como oro en paño en una vitrina del Ayuntamiento y que los lugareños no tardan en mencionar con orgullo a los pocos segundos de comenzar una conversación con un extraño. No en vano, ir al retrete es algo que en India no pueden hacer 597 millones de personas, casi el 50% de la población. En ningún otro país del mundo existe una carencia tan grande de un elemento sanitario cuya importancia va mucho más allá de la comodidad.
Se demostró el pasado día 28, cuando los habitantes del distrito de Badaun, ubicado en el estado norteño de Uttar Pradesh, encontraron ahorcadas a dos adolescentes que habían desaparecido la noche anterior cuando iban, precisamente, en busca de un lugar suficientemente apartado como para que les proporcionase la privacidad necesaria para hacer sus necesidades fisiológicas. Las dos chicas, que eran primas, fueron interceptadas por un grupo de cinco hombres que las violaron repetidamente y que luego, según ha apuntado el examen forense inicial, las colgaron de un árbol de mango hasta su muerte.
Desafortunadamente, su caso no es el único. Las mujeres son especialmente vulnerables cuando tienen que orinar o defecar en un espacio público, sobre todo por la noche. Es un momento en el que se producen numerosos abusos sexuales, una lacra que no sabe de edad y que tampoco es exclusiva de las zonas rurales. De hecho, un estudio reveló en 2011 numerosos casos de niñas de menos de 10 años que fueron violadas mientras buscaban un váter público en las barriadas de la capital, Delhi, y transcribió entrevistas con algunas de sus madres que contaron cómo tenían que enfrentarse a sus atacantes y exponerse a una violencia que puede resultar mortal. Además, el estigma y la desprotección policial y judicial que acecha a las víctimas hacen que muchas ni siquiera denuncien su caso.
Consciente de ello, el jefe del poblado de Dehelud, Shyoji Ram, hace años que se propuso convertir su localidad en un lugar sano y seguro. “Fue en 2005 cuando me nombraron alcalde. En aquel entonces, sólo el 3% de las casas tenían un váter, y el resto iba al campo a hacer sus necesidades. Los niveles de diarreas y de otro tipo de problemas de salud relacionados con la higiene eran muy elevados, así que puse en marcha un proyecto para construir una letrina en cada casa”, recuerda. Pero no fue fácil conseguir su objetivo. “Los hombres no entendían la necesidad de invertir dinero –entre 2.500 y 5.000 rupias (de 31 a 62 euros)– en una infraestructura para hacer algo que salía gratis, y las mujeres, que son las que más sufren las consecuencias de su falta, no se atrevían a dar su opinión”, explica Ram.
Campaña de Unifef Poo to the Loo (caca al váter).
Así que, después de darle vueltas al problema, el alcalde se decidió por una estrategia que ha tenido éxito en hacer cambiar de parecer al pueblo. “Comencé instalando váteres en la escuela para que los críos entendieran cuál es su importancia, sobre todo las niñas. Y en clase les mostrábamos las ventajas de tener uno en su vivienda, sobre todo en la erradicación de enfermedades que provocan muchas muertes. Luego, los alumnos regresaban a casa y convencían a la madre para que, finalmente, el padre accediera a su construcción. Algunas mujeres incluso se pusieron de acuerdo para negarse en grupo a hacer sus necesidades en la calle”, cuenta Ram.
Poco a poco, los pequeños añadidos de adobe o de hormigón comenzaron a hacerse habituales en los edificios. “A quienes están por debajo del umbral de la pobreza se les ha concedido una subvención de 2.200 rupias (27 euros), y ya no hay ninguna casa sin váter”. Y ahora nadie duda del valor que tiene una letrina. “Antes era una tortura”, asegura Laxmi Kadima, una de las habitantes de Dehelud. “Teníamos que hacer nuestras necesidades en el campo, pero, para que no nos viera nadie, sólo podíamos salir en la oscuridad, de noche o de madrugada. Ha habido muchas mujeres a las que les han mordido serpientes, y durante la estación de lluvias todavía es peor, sobre todo para los niños. Además, quien no podía aguantarse tenía que superar la vergüenza de que la vieran los hombres, que siempre nos buscaban para reírse o hacer comentarios soeces”. Afortunadamente, Ram asegura que no ha habido violaciones en su comunidad.
Un pueblo de Rajastán cuenta con letrinas en todos los domicilios, una infraestructura que cuesta de 31 a 62 euros
El acceso a agua potable y a sistemas de saneamiento adecuados son derechos humanos reconocidos por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2010, y están relacionados directamente con otros derechos fundamentales como la salud –las diarreas son, según Unicef, una de las principales causas de mortalidad infantil–, la educación –muchas niñas abandonan las escuelas en las que no hay váteres cuando alcanzan la pubertad–, o la igualdad de género. No en vano, los Objetivos del Milenio incluyen que para 2015 se reduzca a la mitad el número de personas que defecaban al aire libre en todo el mundo en 1990.
Pero un informe publicado hace unos días estima que mil millones continúan con esta práctica, y ha demostrado que no se va a cumplir esta meta. Por eso, Unicef ha puesto en marcha la campaña Poo to the Loo, algo así como cacas al váter, para concienciar a la población de la importancia del váter, y está tratando de que el asunto se convierta en uno de los más relevantes en los objetivos post-2015. India también hace esfuerzos al respecto. No en vano, el estado de Rajastán ha anunciado este mes que uno de sus distritos, el de Churu, hará historia al convertirse en el primero del país declarado "libre de defecación al aire libre".
Mientras tanto, en Dehelud, los resultados del trabajo de Ram saltan a la vista. “Los casos de diarrea –que se suelen transmitir por vía fecal-ora– se han reducido en un 40%”, asegura con una amplia sonrisa. Eso le ha dado fuerza para embarcarse en un nuevo reto: quiere que todos sus habitantes tengan acceso a agua potable. Para ello están cavando una serie de pozos que no están dando tan buenos resultados por culpa de la sequía. No obstante, todos en el pueblo consideran que Shyoji Ram será capaz de sacar adelante el proyecto. Porque su objetivo final es seguir los dictados de Mahatma Gandhi, cuyo rostro preside el premio con el que posa el alcalde: “Para mí la higiene es más importante que la independencia”, dijo el líder indio.
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