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TORMENTAS PERFECTAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Siempre hay margen para quien lo busca

Mahmud Abbas se ha sacado de la manga una iniciativa que a todos ha cogido por sorpresa

Lluís Bassets

Quienes daban por amortizado a Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Palestina, han quedado con un palmo de narices. Probablemente no hay líder político en el mundo más débil e inerme. Su mandato está caducado. Sus 79 años no le permiten pensar en librar una batalla para presentarse de nuevo en caso de que pueda convocar unas elecciones. Lo que tiene entre manos es menos que un Gobierno regional europeo de un país intervenido por la troika. El suyo está ocupado militarmente, dependiente de la liquidez que le proporciona el ocupante y de las ayudas que le llegan de los donantes internacionales. No controla la franja de Gaza, bajo administración de Hamás, el partido islamista que ganó las elecciones parlamentarias en 2006. Nada ha conseguido desde que llegó a la presidencia, ni siquiera el pleno reconocimiento de Palestina por Naciones Unidas, tal como había prometido.

Y, sin embargo, amortizado y sin aparente margen de maniobra, Abbas se ha sacado de la manga una iniciativa que a todos ha cogido por sorpresa. Del presidente palestino se esperaban dos iniciativas: o su renuncia e incluso la disolución de la Autoridad Palestina y la devolución de las llaves de Cisjordania a Netanyahu, o un paso más en la firma de acuerdos internacionales, hasta llevar a Israel ante la Corte Penal Internacional por su ocupación ilegal de los territorios. La ya muy próxima fecha del 29 de abril, día en que vencían los nueve meses de negociaciones de paz patrocinadas por el secretario de Estado John Kerry, hacía temer la inminencia de una de las dos opciones cuando Abbas ha salido con una tercera. Siempre hay margen político para quien quiere buscarlo.

No hay que esperar al 29 de abril para terminar con las conversaciones de paz. Ya están rotas
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Esta es nada menos que la recuperación de la unidad palestina para la convocatoria de unas elecciones que devuelvan la legitimidad y el pleno funcionamiento a las instituciones. Una tal maravilla, imprescindible para que en algún momento se pueda firmar la paz, tiene el inconveniente de que solo se puede hacer gracias a la reconciliación con el islamismo intransigente de Hamás.

Por más técnico que sea el Gobierno de unidad, para Israel es un desafío: no puede haber paz ni nada hay a negociar con quien le ha declarado la guerra eterna hasta su destrucción. Así que no hay que esperar al 29 de abril para terminar con las conversaciones de paz. Ya están rotas.

Lo peor para Netanyahu, pero también para Obama, es que la iniciativa de Abbas les ha cogido por sorpresa. Los contactos permanentes, las giras diplomáticas y los servicios secretos han servido de poco. No es mérito tan solo del astuto dirigente palestino. La cocina de este acuerdo está en Oriente Próximo mismo, y más concretamente en los opulentos países del Golfo, lejos de los cocineros occidentales, cada vez más despistados e incómodos entre unos pucheros que ya no dominan.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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