Bernie Ecclestone, el dinero, todo el dinero y nada más que el dinero
Temido y reverenciado a partes iguales, el dueño de la fórmula 1 se sienta en el banquillo desde el jueves, acusado de corrupción y soborno. Un capítulo más en la peculiar vida de quien ha hecho del éxito y los millones su bandera, vengan de donde vengan
Bernie Ecclestone llegó el jueves al Tribunal de Distrito de Múnich sonriente y de buen humor. “Hace un día muy soleado y tengo mucha confianza”, les dijo a los reporteros que le esperaban. Ya en la sala, el poderoso patrón de la fórmula 1 siguió mostrando buen humor. “Las dos cosas. Pero me gusta sobre todo acordarme de la parte de divorciado”, le contestó al juez con ironía cuando este quiso aclarar si está casado o divorciado porque los papeles aseguraban que Ecclestone está divorciado, pero él pensaba que está casado.
El juez es Peter Noll, el mismo que en 2012 condenó a ocho años de cárcel al banquero alemán Gerhard Gribkowsky por aceptar un pago de 32 millones de euros de Ecclestone años atrás, cuando en 2006 el banco en el que trabajaba, BayernLB, le vendió al fondo de inversión CVC el paquete del 47% de la F1 que los alemanes controlaron entre 2002 y 2006. En aquel juicio quedó claro que Gribkowsky se embolsó el dinero de forma ilegal. Ahora se ha de determinar si aquel pago fue además un soborno abonado por Ecclestone para asegurarse de que la venta del paquete de acciones de BayernLB no le iba a impedir seguir controlando la fórmula 1. O si, como dice el magnate británico, pagó ese dinero porque Gribkowsky le estaba chantajeando y le había amenazado con denunciarle “con datos falsos” al fisco británico.
Es difícil imaginar que a sus 83 años, con una fortuna personal estimada en cerca de 4.000 millones y una agenda que le permite codearse con primeros ministros, presidentes, príncipes y reyes de todo el mundo, el gran patrón de la fórmula 1, el hombre hecho a sí mismo que de niño se ganó sus primeros centavos repartiendo diarios y los invirtió en panecillos que revendió a sus compañeros de clase, que de joven montó un negocio de venta de recambios de automóvil porque le apasionaban los coches y acabó transformando la fórmula 1 de una pasión de especialistas al espectáculo deportivo (quizá) más visto del planeta, que ese hombre pueda acabar en la cárcel. Pero el Tribunal de Distrito de Múnich es el mismo que hace poco más de un mes condenó a tres años y medio de cárcel por fraude fiscal a Uli Höness, héroe de la selección alemana de fútbol en los años ochenta y presidente del club más poderoso del país y uno de los más poderosos de Europa, el Bayern Múnich.
Ecclestone se enfrenta a una condena de hasta 10 años. Y, aunque un proceso criminal exige un nivel probatorio superior al de un proceso civil o administrativo, los precedentes inmediatos no son buenos para él. No solo porque Gribkowsky, ya condenado, va a testificar ahora contra él, sino porque las cosas no le salieron del todo bien al multimillonario británico cuando hace unos meses el caso llegó, para dilucidar una cuestión paralela, al Tribunal Superior de Londres. En febrero, la sala londinense concluyó que los acuerdos entre Ecclestone y Gribkowsky no habían causado perjuicio a la firma alemana Constantin Medien, que se había declarado perjudicada. Pero el juez concluyó que Ecclestone pagó “un soborno” como parte de “un acuerdo corrupto” con Gribkowsky.
Hasta ahora, su defensa no ha sido muy convincente. Cuando le preguntan por qué, si no tenía nada que ocultar, pagó tanto dinero al banquero alemán en lugar de llamar a la policía, él dice que, aunque las acusaciones eran falsas, habría tenido que dedicar muchas energías a defenderse frente a la Hacienda británica y corría el riesgo de acabar afrontando una factura de más de 2.000 millones.
Temido y reverenciado quizá a partes iguales en el mundo de la fórmula 1, la menuda figura de Ecclestone suscita menos respeto fuera de los circuitos. Las obscenas cantidades de dinero que se manejan a su alrededor, el lujo y la extravagancia que desprenden sus hijas y el carácter reaccionario de sus ideas políticas y sociales le convierten en un personaje con el que es difícil simpatizar.
Hijo de un pescador, Bernie Ecclestone nació en 1930 en un pueblecito de Suffolk y la familia se trasladó a Londres en 1938. En los cincuenta ya estaba metido en el mundo de las carreras, pero su primer gran paso hacia la fama y el dinero lo dio en 1970, cuando logró convertirse en mánager del legendario piloto Jochen Rindt, aunque este murió ese mismo año en un accidente en Monza.
Apenas se sabe nada de su primer y efímero matrimonio con Ivy Bamford, con la que en 1955 tuvo su primera hija, Deborah. Algo, pero no mucho más, se sabe de su larga relación con Dora Tuana Tan, una mujer de Singapur con la que vivió entre 1965 y 1982. Ese año conoció a Slavica Radic, con la que se casó en 1984, tuvo dos hijas, Tamara y Petra, y se divorció en 2009 a un coste estimado en unos 1.100 millones de dólares (casi 800 millones de euros al cambio actual). Ecclestone se casó en agosto de 2012 con la brasileña Fabiana Flosi, que tenía entonces 36 años.
Si de su hija Deborah se sabe poco, de Tamara y Petra se sabe demasiado. Sobre todo de su ajetreada vida sentimental y su gusto por el despilfarro. Nacida en 1988, Petra es, cómo no, diseñadora de moda de no mucho éxito y en 2011 se casó con su novio de casi siempre, el millonario coleccionista de arte James Stunt, con el que vive en una mansión de más de 5.000 metros cuadrados en Los Ángeles. Su boda en un castillo medieval al norte de Roma costó casi 15 millones, y los invitados bebieron Château Petrus a casi 5.000 euros la botella.
Pero la vida de Petra es terriblemente aburrida al lado de la de su hermana mayor, Tamara. Aunque su boda en la Riviera francesa en 2013 con un bróker acusado de estafa y al que había conocido un mes antes, Jay Rutland, costó menos de la mitad que la de Petra, Tamara se había ennoviado en 2002 con un chico al que años después denunció por chantaje —amenazaba con revelar secretos de alcoba— y en 2010 salió con un tal Omar Khyami, del que se separó después de que Ecclestone recibiera un vídeo sobre las hazañas bélicas de Omar en la cama con otras mujeres.
Tamara intentó convencer a los británicos de que su vida era digna de ser admirada protagonizando un programa de televisión llamado La chica del billón de dólares, en el que denunció la imagen que la gente tenía de ella como “un ser humano inútil, consentido, vacuo y vacío”. Poder ver la plataforma que le permitía sacar el Ferrari del garaje de su casa de Chelsea sin tener que maniobrar, sus 200 pares de zapatos y su colección de bolsos de Birkin, alguno de ellos valorado en casi 30.000 euros, no ayudó a disipar los estereotipos que circulan sobre ella. Tamara, eso sí, cree que el problema es que en Europa hay una cultura de la envidia que impide a la gente admirar los logros de personas con éxito como su padre.
A él nadie le ha negado su habilidad para conseguir dinero. Más discutible es, sin embargo, que ese éxito se base muchas veces en tratos de dudoso gusto con regímenes semifeudales en Oriente Próximo, aunque no es necesario ir tan lejos para cuestionar la elección de sus socios en los negocios.
También causan revuelo algunas de sus opiniones personales. Bernie Ecclestone es el hombre que cree que las mujeres, y en especial las mujeres que quieren pilotar coches, “deberían vestir de blanco, como los otros electrodomésticos caseros”. Es también el hombre que cree que, hiciera lo que hiciera, a Hitler no se le puede negar que tenía “don de mando y capacidad para conseguir que se hicieran las cosas”. Algo que, en su opinión, no se puede decir de las democracias. Y hace apenas unas semanas se alineó con las posiciones homofóbicas de Vladímir Putin y aseguró que no es el único: “El 90% de la gente está de acuerdo con eso”.
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