Aislados
La desaparición de algunos asuntos en el discurso de Mariano Rajoy se debe más a la desidia, a la mediocridad y el repliegue paleto que a un cálculo político
Un país ensimismado. El presidente del Gobierno, que es el protagonista obligado del debate sobre el estado de la nación, consiguió minimizar asuntos de gran calibre como el aborto, el anteproyecto de ley de Seguridad Ciudadana o la situación de alarma social en que viven millones de españoles tocados ya por la pobreza y la exclusión.
Todo eso fue voluntario. No por falta de tiempo, desde luego, porque gastó muchos minutos en repetir el mensaje que su gabinete de comunicación le había marcado: la recesión se ha acabado. Hasta conseguir que a todos los ciudadanos nos retumbe la cantinela incluso dormidos.
Pero me da la impresión de que la desaparición de otros asuntos en su discurso se debe más a la desidia, a la mediocridad y el repliegue paleto que a un cálculo político. Porque también forma parte del estado de una nación todo lo que tiene que ver con su lugar en el mundo. Y los españoles nos hemos quedado colgados sin tener la más remota idea de qué pintamos en muchos terrenos. Para empezar, ni más ni menos que en Europa. Muchos comentaristas decían tras el debate que este había sido, en realidad, el pistoletazo de salida para las elecciones europeas.
¿Ucrania? ¿No le afecta nada al Gobierno español la posibilidad de que ese país reviente?
Puede ser, pero es una manera un tanto friki de dar esa señal, porque no se habló de Europa. Ni de los avances que habría que consolidar en el terreno financiero, en el de la democracia, ni de la posición española ante retos fundamentales que nos afectan mucho como europeos. Ucrania. ¿Qué piensa el Gobierno español sobre Ucrania? ¿No nos afecta nada la posibilidad de que ese país reviente, se parta o, incluso genere un conflicto estratégico de larga duración? Tampoco hemos sabido nada de la prolongada crisis diplomática que seguimos viviendo con Argentina, con Venezuela o con Cuba, que son países tan próximos que deberían ser colocados en el escaparate de nuestras preocupaciones más directas.
Para qué hablar mucho de la Justicia Universal, a la que, como denuncian los fiscales de la Audiencia Nacional en bloque, hemos renunciado de manera vergonzosa. ¿Nos da lo mismo lo que suceda en el Tíbet, que se pisoteen los derechos humanos allí o en Uganda, donde los homosexuales se enfrentan a una persecución de carácter hitleriano? ¿De veras no tenemos nada que decir en el mundo?
Los problemas internos de la nación son enormes. Hemos retrocedido muchos años en renta, en empleo, algunos incluso piensan que en calidad democrática…, pero hemos retrocedido décadas en presencia en el mundo. El ensimismamiento del país, que es gran responsabilidad del Gobierno, nos lleva a recordar la prolongada ausencia de España desde principios del siglo XX hasta los años ochenta de esa centuria. Algo que nos llevó a las terribles guerras africanas porque aceptamos los dictados de las grandes potencias, y nos apartó de América, pero también de Europa en fechas cruciales. No vale esgrimir el argumento de que ese apartamiento nos libró de dos guerras mundiales, porque eso se podría haber conseguido de todas maneras. Somos un país ensimismado. De segunda categoría.
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