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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Consecuencias perversas

Suiza rechaza la libre circulación de trabajadores en plena ola populista en Europa

Aunque por corta mayoría (50,3% de los votos expresados), la victoria de los que se oponen a la “inmigración masiva” en Suiza tendrá consecuencias para el conjunto de Europa. No solo cuestiona el acuerdo de libre circulación de personas establecido con la Unión Europea, sino que refleja la agitación populista y xenófoba que atraviesa el Viejo Continente, a poco más de tres meses de las elecciones europeas.

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Este es el peor resultado posible para la mayoría de los políticos y de las organizaciones empresariales suizas. Los votantes del “sí” han respaldado la iniciativa de un partido populista, la Unión Democrática de Centro (UDC), que obliga a restablecer cuotas de inmigrantes y de demandantes de asilo, así como a tener en cuenta la “preferencia nacional” en un país cuya tasa de paro solo se mueve en torno al 3% de la población activa.

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Lo sucedido desafía las posibilidades de hacer política cuando un partido extremista, como la UDC, juega a participar en las instituciones sin dejar de actuar como oposición. En este caso ha logrado, a través de un referéndum, sabotear un acuerdo con la UE valorado como beneficioso por los medios económicos de su país, que realiza el grueso de sus intercambios con la UE. La mayoría del Parlamento federal se encuentra también en el bando de los derrotados. A su vez, el voto divide a Suiza entre el oeste francófono, partidario de continuar con el sistema de libre circulación, y la Suiza central y oriental, donde ha ganado el deseo de atar en corto a la inmigración.

De poco ha valido el posicionamiento de una docena de organizaciones patronales, en enero pasado, en la que advertían que la libre circulación permite reclutar en Europa la mano de obra especializada que se necesita. La UDC se felicita del éxito de sus argumentos, centrados en el hacinamiento que supone recibir a más de 80.000 inmigrantes cada año en un país de ocho millones de habitantes, de los cuales son extranjeros el 23%.

Las corrientes centrales de la política europea tienen que reaccionar ante tal estado de cosas: en primer lugar, poniendo fin a la debilidad de su propio liderazgo y reafirmando los valores europeos de cara a los sectores angustiados por la apertura de fronteras —y en definitiva, por la globalización—, que creen ver la solución a los problemas de la crisis en el repliegue sobre sí mismos.

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