_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La sombra persistente de la Gran Guerra

Aprendimos de la historia lecciones que hacen que el mundo resulte más seguro

Joschka Fischer

Este año marca el centenario del estallido de la I Guerra Mundial, razón suficiente para reflexionar sobre qué nos enseña hoy esta catástrofe europea. De hecho, las consecuencias de la Gran Guerra para las relaciones internacionales y el sistema global de Estados siguen sintiéndose hoy. ¿Hemos aprendido algo de los fracasos en materia de políticas de los Gobiernos, las instituciones y la diplomacia internacional que ocurrieron en el verano de 1914?

Grandes sectores del hemisferio norte siguen luchando contra los legados de los grandes imperios europeos —Habsburgo, ruso y otomano— que colapsaron luego de la I Guerra Mundial, o cuya decadencia, como la del imperio británico, se desató con la guerra y quedó sellada con su secuela aún más sangrienta una generación después. Las zonas de fractura resultantes —en los Balcanes y Oriente Próximo, por ejemplo— son el origen de algunos de los riesgos actuales más graves para la paz regional y mundial.

Después del fin de la guerra fría y el colapso de la Unión Soviética, la guerra regresó a los Balcanes bajo condiciones muy similares a las que prevalecían en el periodo anterior a 1914, con un nacionalismo agresivo que terminó reconfigurando la Yugoslavia que se desintegraba en seis Estados separados. Por supuesto, el presidente serbio Slobodan Miloševic', cuyo llamado a una “Serbia mayor” encendió la guerra, no estaba solo: por un momento, Europa corrió peligro de regresar a la confrontación de 1914. Francia y Reino Unido respaldaban a Serbia, mientras que Alemania y Austria favorecían a Croacia.

Afortunadamente no hubo ninguna recidiva, porque Occidente había aprendido la lección de los errores históricos. Hay tres factores importantes para evitar el desastre: la presencia militar de Estados Unidos en Europa, el progreso de la integración europea y el abandono por parte de Europa de la política de las grandes potencias. Pero no tiene sentido engañarse: solo si los países de los Balcanes creen en la Unión Europea y en los beneficios de pertenecer a ella, la precaria paz en la región podrá volverse permanente.

Una de las pocas características positivas en Oriente Medio es que hoy no existen rivalidades entre potencias globales

No existe esta esperanza actualmente para Oriente Próximo, cuyas fronteras políticas contemporáneas fueron establecidas en gran medida por Gran Bretaña y Francia durante la I Guerra Mundial, cuando los diplomáticos Mark Sykes y François Georges-Picot negociaron la división del Imperio Otomano. De la misma manera, la creación de Israel se remonta a la Declaración de Balfour de 1917, por la cual la subsiguiente potencia mandataria británica en Palestina respaldó el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío.

El Oriente Próximo que se creó entonces es, en mayor o menor medida, el Oriente Próximo de hoy. Sin embargo, ahora somos testigos de su desintegración, porque el designio de Sykes-Picot siempre implicó una fuerte potencia hegemónica externa (o dos), dispuesta a mantener la estabilidad canalizando (o reprimiendo) los numerosos conflictos de la región. Gran Bretaña y Francia, las primeras potencias hegemónicas, fueron sucedidas por Estados Unidos y la Unión Soviética y, finalmente, solo por EE UU.

La desventura de Estados Unidos en Irak, su pérdida de fuerza como potencia mundial y su reticencia a mantener su nivel previo de compromiso en la región han tornado insostenible la estructura Sykes-Picot, porque no existe ninguna otra fuerza externa disponible. El vacío resultante ha sido ocupado por varias corrientes del islam político, terrorismo, movimientos de protesta, levantamientos, intentos de secesión por parte de minorías nacionales o religiosas y poderes hegemónicos regionales con aspiraciones (Irán y Arabia Saudí).

Una de las pocas características positivas de la región es que hoy no existen rivalidades entre potencias globales. Pero la lucha regional por ejercer control entre Irán y Arabia Saudí (con Israel como un tercer actor) podría resultar mucho más peligrosa, dada la mentalidad prevaleciente y profundamente arraigada de la política de las potencias tradicionales. En la región prácticamente no existen instituciones y tradiciones que respalden una resolución cooperativa del conflicto.

El recuerdo de 1914 puede generar mayor preocupación en el este de Asia, donde se han acumulado todos los ingredientes de un desastre similar: armas nucleares, el ascenso de China como una potencia global, disputas territoriales y fronterizas no resueltas, la división de la península coreana, resentimientos históricos, una obsesión por el estatus y el prestigio, y prácticamente ningún mecanismo de resolución cooperativa del conflicto. La desconfianza y la política de la fuerza están a la orden del día.

Y, sin embargo, existen motivos para ser optimistas en el este de Asia. El mundo ha cambiado drásticamente desde el verano de 1914. En aquel momento, la población del mundo era de 2.000 millones de personas; hoy hay 7.000 millones. Esto, junto con la revolución de las telecomunicaciones, ha aumentado las interdependencias y ha forzado una mayor cooperación entre los Gobiernos —al igual que la presencia continua de Estados Unidos como estabilizador en la región, algo que resultó indispensable—. Si bien las armas nucleares representan un peligro, también impiden el riesgo de una guerra como medio de política de fuerza ya que la destrucción mutua sería una certeza.

La tecnología militar, la mentalidad de los políticos y los ciudadanos y la estructura de la diplomacia internacional han cambiado en el siglo transcurrido desde que estalló la I Guerra Mundial. Y sí, hemos aprendido algunas cosas de la historia que hicieron que el mundo resultara más seguro. Pero no nos olvidemos: en el verano de 1914, la mayoría de los actores consideraban que el desastre inminente era imposible.

Joschka Fischer, exministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

© Project Syndicate, 2014.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_