Escritor tenaz, curioso impenitente e intelectual comprometido con su tiempo, este año su trabajo ha sido reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Por Elvira Lindo
Antonio es un hombre brillante y laborioso. También discreto, dedica muchas horas a la escritura y al estudio, pero jamás alardea del esfuerzo que en ello emplea. Siente curiosidad por mil cosas, lo que inevitablemente le ha convertido en un erudito, aunque jamás emplearía esa palabra para definirse a sí mismo, porque él solo se ve como novelista. Cuando algo le apasiona, se entrega a fondo: sea un cuadro del Bosco, un mes específico de 2007 o las rutas urbanas en bicicleta. Jamás se aburre. No tiene prejuicios, aprecia de igual manera una novela gráfica que un cuadro de Kiefer, una ópera que una canción popular. Habla con fluidez cuatro idiomas. Si le preguntas cómo los aprendió, te contesta que el inglés, en un curso por correspondencia que le regaló su padre; el francés, en el instituto, y el italiano, en los libros de historia del arte. Ahora lleva en la mochila un diccionario de portugués. Ni su cultura ni su inteligencia se traducen en un temperamento arrogante: es accesible y generoso con los alumnos que le piden consejo. Con los años, su carácter se ha dulcificado; ahora le gustan más los niños, los perros y los árboles, aunque conserva el sentido del humor áspero y sentencioso que dice haber heredado de su abuela Leonor. Jamás ha movido un dedo para asegurarse un reconocimiento, no es un escritor gregario ni dado a la chismografía literaria. Por tanto, si alguna vez le han atacado, ha tenido que defenderse solo. Los que lo conocen de cerca lo consideran un hombre bueno, en absoluto retorcido, cordial, considerado. Algunos que no lo conocen, elucubran sobre todo lo que habrá tenido que medrar para ser premiado tan generosamente. No es de extrañar que exista este tipo de razonamiento mezquino en un país tan habituado al amiguismo y al compadreo. Este 2013, Antonio recibió el Príncipe de Asturias, y a veces se le veía tentado de pedir disculpas. Cuando todo hubo pasado, volvió a su cuarto y a su rutina tan querida, a una intimidad de la que disfrutamos los que compartimos la vida con él y de la que acaban beneficiándose también sus lectores, porque en cuanto se le deja un poco en paz escribe un libro.
Elvira Lindo es escritora