Las cartas sobre la mesa
El Marina Bay Sands, en Singapur, es uno de los activos más pujantes de Sheldon Adelson, el magnate del juego que planea Eurovegas. Visitamos este país asiático y conocemos cómo se gestó y cómo funciona un ‘resort integrado’: hotel, centro comercial y de convenciones, teatros, museo... y un casino. Un negocio en el que no todos ganan.
El crupier reparte las cartas para apostar al bacará. Dos por jugador. El objetivo es sumar un nueve o acercarse lo más posible. Los clientes asiáticos, que son mayoría en el casino del Marina Bay Sands, en Singapur, maltratan los naipes. Doblan con firmeza la parte más larga, y luego la corta, tapando con sus dedos pulgares el número, comprobando cuántas figuras asoman, anticipándose a un posible resultado. Si no les gustan, soplan para alejar la mala suerte. Pura superstición. Retorcidas e inservibles, se destruyen tras un solo uso. Un gasto insignificante en un juego redondo para el casino. Mientras que en la ruleta se disputan una veintena de partidas por hora, en el bacará esta cifra se puede elevar a cincuenta. Más dinero en juego, más ganancias para la banca, en un entorno que abre las 24 horas del día, donde no hay luz natural y es fácil perder la noción del tiempo, donde centenares de cámaras de seguridad vigilan las mesas y donde los ruidos de diferentes maquinitas y juegos captan nuestros sentidos.
Si las proyecciones, los planes y las exigencias se cumplen, el mismo dueño del Marina Bay Sands abrirá un casino similar en Madrid en alguna fecha todavía indeterminada. Las Vegas Sands y su presidente, Sheldon Adelson, ven en Singapur un modelo para Eurovegas, el macroproyecto que tanta polémica ha levantado en España. De llevarse a cabo –está supeditado a cambios legislativos y a incentivos fiscales exigidos por el magnate estadounidense–, presumiblemente Alcorcón verá cómo en su municipio se alzarán seis casinos alrededor de doce hoteles de 3.000 habitaciones cada uno, una sala de conciertos para 15.000 personas, siete teatros, restaurantes, campos de golf…
El Marina Bay Sands es un entramado turístico, comercial y de negocios. Tiene 2.560 habitaciones de hotel distribuidas en tres torres de 55 alturas, coronadas (y unidas) por una plataforma llamada Sky Park (Parque del Cielo) cuyo atractivo más espectacular es una piscina infinita de 150 metros de longitud en la que el objetivo no es nadar, sino hacerse fotos; hay un centro comercial con 300 tiendas; un centro de convenciones con 250 salas y capacidad total para 45.000 personas; dos teatros en los que caben casi 4.000 personas, y un museo. Un envoltorio efectista para el corazón físico y financiero del negocio: un casino de 15.000 metros cuadrados, 600 mesas y 2.500 máquinas tragaperras, donde está permitido fumar. “Solo representa el 3% del total de la superficie del Marina Bay Sands”, repiten desde el equipo de comunicación. El CEO (director ejecutivo) del complejo, George Tanasijevich, reconoce que “alrededor del 80% del beneficio proviene del casino”. A lo que añade, con claridad: “Gracias a esos ingresos, el modelo de negocio es posible. El casino nos permite poder invertir en todo lo demás”.
Gracias a los ingresos del casino, el modelo de negocio es posible. Singapur identificó una oportunidad para su economía”
En abril de 2005, Singapur debatió y aprobó en su Parlamento la legalización del juego, hasta entonces prohibido en esta ciudad-Estado independiente desde 1965 y que se ha desarrollado históricamente a través de los negocios de la banca y del transporte marítimo, convirtiéndolo en el cuarto país por renta per capita del mundo según el Banco Mundial. Un territorio ordenado, limpio y que funciona. El primer ministro Lee Hsien Loong abrió el camino a los resorts integrados (en Madrid se han bautizado como “centros integrados de desarrollo”), y Tanasijevich alaba hoy aquella decisión: “Singapur identificó una oportunidad para su economía. Lo buscaba desde hacía décadas, pero faltó el liderazgo suficiente para tomar esas decisiones antes. El Gobierno inventó el término resort integrado porque no quería que la gente se concentrara demasiado en el casino. Porque si lo llamas casino, estás ignorando el 97% de la superficie del Marina Bay Sands. Se hizo un gran trabajo en decir a la gente que se construiría un gran complejo de entretenimiento que iba a impulsar la economía, crear decenas de miles de puestos de trabajo, incrementar el turismo extranjero y atraer el de alto valor”.
Desde la Cámara de Comercio de Singapur, que siempre apoyó la llegada de los casinos, su jefe ejecutivo, Phillip Overmyer, recuerda: “Antes de que se pusieran en marcha había dos grupos muy diferenciados de gente. Los que decían: ‘¡sí, sí, vamos a construir un casino precioso!’, y los que decían: ‘¡por encima de mi cadáver!’. Estaba al 50%, y había temores. Pero, con el tiempo, pienso que en general ahora la gente está feliz”. Los miedos al juego, dice, se solventaron mediante la aplicación de normas disuasorias. Los ciudadanos de Singapur y los extranjeros con permiso permanente de residencia tienen que pagar 100 dólares singapurenses (unos 60 euros) por entrar durante 24 horas. Además, hay pautas de exclusión: uno puede aplicárselas a sí mismo o a un familiar, como forma de controlar los problemas derivados del juego. “La adicción no depende de que haya un casino, sino de quién eres tú como individuo. El Estado quería proteger a sus ciudadanos. No quería sacar el dinero a los locales”, explica Leow Fangyi, del equipo de prensa del Marina Bay Sands.
Singapur abrió a concurso dos ubicaciones: una, junto al distrito financiero (Marina Bay) en noviembre de 2005, y la otra, en una isla tradicionalmente turística (Sentosa) en abril de 2006. Se presentaron 19 empresas en total y ganaron dos. Por un lado, la malaya Genting, que se enfocó al público familiar, y por otro, la estadounidense Las Vegas Sands, más centrada en los visitantes de negocios y las convenciones, un argumento apuntado por los responsables políticos madrileños desde que se conoció el proyecto de Eurovegas. La diferencia con Singapur está en que mientras que allí un Gobierno eligió entre varias opciones, en España ha sido una empresa la que puso a competir a dos ciudades, Madrid y Barcelona, cuyos dirigentes regionales lucharon públicamente por hacerse con el dinero de Adelson, decimoquinta fortuna mundial, según Forbes.
Escogida la Comunidad de Madrid, Alcorcón será la ubicación para el proyecto europeo de Adelson, supeditado, eso sí, a que las autoridades cumplan varias exigencias de su compañía. Cambios legales e incentivos fiscales para favorecer una inversión que llegaría en aproximadamente un tercio directamente de Sands, y el resto, a través de créditos bancarios. Hasta ahora, el Gobierno regional madrileño ha modificado leyes como la de Medidas de Política Territorial, Suelo y Urbanismo, así como la de Medidas Fiscales y Administrativas, rebajando el impuesto de ingresos procedentes del juego del tipo máximo actual del 45% a uno único del 10%; previendo una bonificación para los “centros integrados de desarrollo” del 95% en el impuesto de transmisiones patrimoniales y de actos jurídicos documentados; permitiendo que los casinos abran las 24 horas del día, y eliminando el límite de altura a los rascacielos. Pero aún faltan más requisitos, estos a nivel nacional, como el de la modificación de la Ley Antitabaco, para que se pueda fumar dentro del casino, o uno más espinoso, el de la Ley de Blanqueo de Capitales, para abrir la puerta a los apostadores vip.
“Cada vez que entras en un mercado que no tiene tradición de casinos se necesita que haya ajustes en el régimen legal para permitir su llegada. En el caso de Singapur, los cambios que se acometieron se hicieron con el beneplácito del Parlamento”, defiende Tanasijevich, el CEO de Sands en Singapur. Hablamos con él en una suite con tres habitaciones, vestidores, baños, cocina, despacho, salones, sauna, peluquería, sala de masaje…
Tratamos de conocer la opinión del Gobierno para que explique cómo fue el proceso, cómo fueron las negociaciones, el concurso, la modificación y creación de leyes… Pero ni el Ministerio de Comercio e Industria, ni el de Desarrollo Nacional, ni el de Asuntos Sociales y Familia recibieron a El País Semanal. También rechazaron una entrevista la Autoridad de Urbanismo, la Autoridad Reguladora del Juego y el Consejo Nacional de Adicciones al Juego. Todos y cada uno de ellos remiten a sus notas de prensa y sus páginas web.
Desde el lado oficial solo nos reciben en Turismo de Singapur, cuya directora ejecutiva y responsable del área dedicada a los resorts integrados, Carrie Kwik, sonríe y guarda silencio cuando le comentamos que ella es la única persona cercana al poder que acepta un cara a cara. Días más tarde, en una visita a la Universidad de Nevada Las Vegas, que ofrece un curso de hospitality management (algo así como la gestión en el sector turístico), explican que el país “carece de libertad de expresión, que la prensa (solo hay un periódico, el Straits Times) es una herramienta del poder y que el Gobierno se caracteriza por su conservadurismo y opacidad”. La Universidad, que en Nevada ofrece varias carreras relacionadas con el negocio de los casinos, aterrizó en Singapur en 2006 ante la perspectiva generada por la legalización del juego en el país. Sin embargo, no ha logrado los objetivos que pretendía y abandonará la ciudad-Estado en 2015.
Kwik ofrece datos que avalan el pelotazo turístico de Singapur, especialmente desde la apertura de los dos resorts integrados en 2010. El país ha pasado de 9,7 millones de visitantes en 2009 a 11,6 en 2010, 13,2 en 2011 y 14,4 en 2012. Para el año actual, la previsión es superar los 15 millones. En términos económicos, Singapur ha aumentado sus ingresos turísticos desde 7.400 millones de euros en 2009 hasta más de 14.000 millones en 2012. “El 70% de nuestros visitantes proceden de Asia, la mayoría del sureste del continente. El crecimiento se puede atribuir a los resorts, aunque también tenemos otras actividades muy importantes, como la Fórmula 1. Además, hemos logrado un crecimiento muy fuerte en MICE (en inglés, meetings, incentives, conferences and exhibitions, o reuniones, incentivos, conferencias y exposiciones) situándonos en el top 5 del mundo”, asegura. Un negocio que, en el caso de Marina Bay Sands, solo supone alrededor del 5% de los ingresos brutos, cuyo total en 2012 ascendió a 2.900 millones de dólares. Para Las Vegas Sands en conjunto, sus casinos y hoteles en Singapur y en Macao han impulsado sus resultados en los últimos tiempos: de 4.745 millones de dólares de ingresos brutos en 2008 a 11.864 millones en 2012. Un dinero que en un 78% proviene del juego.
En Singapur no hay jubilación obligatoria. El Gobierno anima a que se trabaje todo lo que se pueda, porque nos mantiene activos”
Cuando se habla de los beneficios de un complejo como el que tiene Adelson en Singapur, uno de los argumentos de mayor peso es el del empleo. Más de 9.000 personas trabajan en sus instalaciones, además de otras casi 4.000 en las tiendas del centro comercial. En cuanto a los puestos indirectos, el Gobierno de Singapur cifra en cerca de 40.000 personas las que se benefician del poder económico del Marina Bay Sands y del Resorts World Sentosa juntos. A estas cifras hay que sumarles miles más en la construcción, la mayoría de ellos procedentes de Bangladesh, India, China, Indonesia y Filipinas. Son cifras jugosas para un país como España, que ansía paliar sus alarmantes cifras de paro (Adelson ha prometido 250.000 empleos si Eurovegas cuaja). Sin embargo, ¿es posible llevar a buen término este proyecto en un contexto tan diferente al asiático? El Marina Bay Sands es un símbolo del poderío turístico y del crecimiento económico, de eso no hay duda, pero en la trastienda se descubre un modelo político y social que choca con las raíces de Europa.
En Singapur no hay sindicatos como los entendemos en el Viejo Continente. Solo hay uno, el NTUC, que en la práctica es una extensión más del partido en el poder, el conservador PAP, que lleva gobernando el país desde su independencia. Las huelgas están prohibidas desde 1968, y cuando el pasado febrero se produjo la primera en tres décadas, por parte de unos conductores de autobús de origen chino que protestaban por lo que entendían una discriminación salarial respecto a los trabajadores de otros países, cuatro de ellos fueron detenidos y encarcelados. “Singapur y España son lugares completamente distintos. ¿En España hay sindicatos? Bueno, con eso no puedo ayudarte, pero sí puedo explicarte cómo se hicieron los resorts integrados aquí. Los problemas se resuelven hablando con el ministro y solucionándolos juntos”, ilustra Overmyer, de la Cámara de Comercio de Singapur.
En el informe 2012 de Las Vegas Sands se reconoce que la práctica totalidad de sus 46.000 empleados en todo el mundo “no están cubiertos por convenios colectivos”. Según Tanasijevich, en sus instalaciones de Singapur no hay problemas: “No creo que la opinión de nuestros trabajadores fuera muy distinta si hubiera sindicatos. La relación laboral en este país se mueve dentro de un ambiente muy positivo, a tres bandas entre empresa, trabajadores y Gobierno. Todo está diseñado para asegurarse de que las preocupaciones de los empleados se tengan en cuenta, para cuidar de todo el mundo y para premiar a quien hace bien su trabajo”.
Edward Chia es botones del hotel. Tiene 63 años y no para de agradecer a sus jefes la oportunidad de trabajar. Este hombre se había jubilado tras 32 años de dedicación profesional en una fábrica de estampaciones metálicas. Sin embargo, se dio cuenta de que su plan de pensiones privado no era suficiente (apenas 300 euros al mes) y de que necesitaba un empleo para aumentar sus ahorros. “Me gustaría trabajar hasta más allá de los 65 años, hasta que mi cuerpo aguante”, asegura. Una responsable de comunicación de la empresa explica: “En Singapur no hay jubilación obligatoria. Tu pensión depende de ti. El Gobierno anima a los ciudadanos a que trabajen todo lo que puedan, para que no se queden en casa, porque esto es positivo y ayuda a que la población esté activa”.
“No me gusta este lugar. Aquí todo es dinero, y el trabajo nunca se acaba. En apariencia, ves que Singapur es bonito, pero es muy agotador: trabajas y pagas, trabajas y pagas…, hasta el día que mueres y llegas a destino. Hay mucha gente mayor que con 73 y 75 años sigue trabajando. Porque retirarse sale caro. Y enfermarse, también. Hay un dicho en Singapur que dice: ‘Puedes morir; pero, por favor, no enfermes’. ¿Cuánto cuesta que te traten una gripe normal y corriente en tu país?”, nos pregunta un taxista que cree que somos turistas y que dice haber nacido en Singapur. Le respondemos que en España hay sanidad pública, que la pagamos con los impuestos y que cuando acudes al médico no abonas nada. Entonces replica: “¿Gratis? Aquí vas al hospital por un catarro y pagas 95 dólares [57 euros]. ¿Crees que es posible quedarse mucho tiempo por aquí?”.
A pesar de sus quejas, es un afortunado. Dentro de la estructura piramidal en la que se apoya la sociedad, en las catacumbas están los trabajadores de la construcción, de los que son mayoría los procedentes de Bangladesh y de India. Acuden a Singapur con la esperanza de mejorar, pero algunas estadísticas muestran que esto no siempre sucede: solo un 20% de los trabajadores de Bangladesh regresan a casa en mejores condiciones de las que tenían cuando llegaron, según el Alto Comisionado de Bangladesh en Singapur. Porque, de entrada, parten con una losa: “Pagan a los reclutadores de las obras alrededor de 5.000 euros para trabajar. Es ilegal, pero es un estándar. Cada año tienen que volver a pagar, cada vez cifras menores, pero se meten en una deuda de la que muchas veces son incapaces de salir”, explica Debbie Fordyce, fundadora de la ONG Transient Workers Count Too (Los Trabajadores Transitorios También Cuentan).
Shabdar Ali es de Bangladesh. Tiene 31 años y lleva cinco en Singapur. Siempre tuvo que pagar por trabajar. Durante año y medio participó en la construcción del Marina Bay Sands, como electricista, en el recinto del casino. “Trabajaba para una subcontrata y me pagaban muy poco. Ganaba 11 euros al día. La seguridad creo que era buena. Tenía casco, botas…, de todo. Aprendí a ser electricista en mi país. En Singapur no recibí ningún entrenamiento especial”, asegura. Después fue cambiando de trabajo, siempre en la construcción y como electricista, hasta que en el último ganaba entre 400 y 500 euros mensuales, incluyendo horas extra. “Me pagaban dos euros por cada hora extra. Solía hacer entre dos y cinco horas, además de las ocho reglamentarias. El mes que más hice fue unas 100 horas extra, y entonces gané casi 700 euros”, recuerda. Con el dinero que recibía pagaba la deuda contraída, enviaba parte a casa y ahorraba hasta la extenuación.
En esa ecuación, las cuentas solo salen si se pernocta en un dormitorio, que suelen pagar los jefes (nos cuentan que abonan alrededor de 50 euros por persona). Son lugares prohibidos para las visitas. Si entras, puedes tener un problema con los vigilantes e incluso con la policía. Así que cuesta un poco de trabajo convencer a dos personas para que nos cuelen en sus propias habitaciones. Cuando por fin lo hacemos, encontramos espacios de entre 10 y 12 metros cuadrados en los que duermen de seis a ocho personas, hacinadas en literas sin apenas espacio entre ellas. Lugares sin mucha ventilación, viciadas por el olor y la humedad, con cuerdas que cruzan de un lado a otro y que sirven para colgar la ropa. Sitios donde hay que madrugar para hacer cola en el baño antes de ir a trabajar.
La activista Fordyce nos explica que los trabajadores son materia prima de usar y tirar. Un accidente laboral, sea grave o no, lleva a la pérdida de por vida del permiso de trabajo. “Teóricamente, se lo quitan para que su lesión no empeore, pero lo que está en el fondo es ‘no quiero que pidas más dinero, más indemnizaciones”, asegura Fordyce. Ella acoge en su casa a personas que, como Shabdar Ali, han sufrido accidentes y no les permiten volver a trabajar. En el caso de este chico, el pasado marzo, un cable suelto de grandes dimensiones y peso le aplastó contra el suelo. Perdió un ojo, le destrozó la mandíbula, le lesionó los oídos y le causó daños en la espalda. Salvó la vida por poco. Nos enseña la factura del hospital, privado, por supuesto: 20 páginas y una cifra: 162.000 dólares de Singapur (casi 100.000 euros). Su jefe debería haber pagado, pero no lo ha hecho. Ali tampoco ha recibido una compensación económica. Siempre escucha lo mismo: “Mañana”. Se encuentra atrapado en el país, sin poder trabajar y sin dinero para regresar a Bangladesh.
El discurso oficial (y optimista) muestra un lugar donde todos ganan: gobernantes, empresarios, trabajadores, turistas… A veces parece que no hubiera sitio para la crítica. “¿Qué te hace pensar que hay trabajadores que viven en condiciones menos que ideales?”, dice Janice Tai, periodista del Straits Times, cuando le preguntamos por las duras condiciones de los dormitorios. Escuchamos eufemismos como ese cada día en Singapur. No hay “problemas”, sino “retos”; en las cocinas del Marina Bay Sands no se “prepara la comida”, sino que se acometen “operaciones”; no se “cambian las leyes”, sino que se hacen “ajustes en el régimen legal”; no es “un casino”, sino “un resort integrado”; no se juega “dinero”, sino “fichas”…
Las moneditas de plástico han llegado a todos los públicos, que juegan con su dinero y también a crédito. Es uno de los secretos del éxito de Las Vegas Sands y de negocios como el suyo, la captación de individuos que jamás hubieran pisado un casino antes: “Hay dos tipos de jugadores: los que quieren apostar y son grandes jugadores, que se lo puedan permitir o no, es un tema distinto; y hay otro tipo de clientes que nunca han entrado, pero que dicen, hagámoslo, vamos a pasarlo bien”, explica Overmyer. Es decir, que pasan junto a las tiendas, los restaurantes, el hotel… y se dejan caer un rato entre las mesas y las tragaperras.
Trabajaba para una subcontrata en la construcción del casino, como electricista. Ganaba 11 euros al día”
Pero también hay un tercer tipo de clientes que no se dejan ver, que apuestan en la cuarta planta del casino con ventanas literalmente opacas, allí donde jugadores premium mueven cantidades estratosféricas de dinero en privado (en Singapur solo pagan un 5% de impuestos por beneficios, frente al 15% del resto de apostadores). Según Tanasijevich, esos clientes no son los famosos junkets, aunque Sands sí reconoce que los tienen (y les suponen una “porción significativa” de sus ingresos) en Macao. Se trata de intermediarios (amparados por la ley en Singapur y también en Macao) que cobran por llevar a jugadores vip y que los representan, lanzando por ellos apuestas de 400.000 dólares por mano a cambio de un porcentaje y del anonimato, lo cual abre las puertas al blanqueo de dinero, un problema que no es nuevo para Adelson. Su compañía pagó recientemente 35 millones de euros a las arcas públicas de EE UU para evitar un juicio por esta causa. Se le acusaba de no haber notificado a las autoridades los ingresos desorbitados de dinero por parte de Zhenli Ye Gon, un empresario chino, nacionalizado mexicano, acusado de narcotráfico y que transfirió 58 millones de dólares (42 millones de euros) en negro a las cuentas de Las Vegas Sands.
Un escándalo que se sumó a otro, el de los supuestos sobornos a funcionarios chinos para el aterrizaje de la compañía en Macao, el único lugar de China donde el juego es legal. Fue un ex alto ejecutivo de la empresa, Steve Jacobs, quien acusó a Adelson de las prácticas ilegales, incluido el control de una red de prostitución en sus casinos, asunto por el cual el propio Adelson demandó a Jacobs por difamación. “Las Vegas Sands y Sands China creen que están por encima de la ley: demasiado grandes, demasiado importantes y demasiado influyentes para respetar las reglas”, declaró Jacobs a finales del pasado julio, mientras espera que los tribunales se pronuncien.
En el análisis de riesgos que reconoce la compañía en su último informe anual, uno de ellos es “el resultado de los pleitos en marcha o futuros”. También le preocupa que un junket no cumpla con las normas: “Podemos sufrir daños en nuestra reputación, así como empeorar nuestras relaciones y sufrir multas de los reguladores del juego y de las autoridades”. Es decir, a Sands no le gusta la mala publicidad. Antes de viajar a Singapur, la responsable de comunicación en España dice: “Nos da miedo lo que podáis escribir. La última vez que unos periodistas españoles hicieron un reportaje en Singapur a propósito de Eurovegas dijeron una serie de cosas que no eran verdad. Estuvimos a punto de ponerles una demanda”.
En el asunto Eurovegas, cada uno sopla como puede, como en el bacará, para cambiar su suerte. “Las Vegas Sands continúa persiguiendo agresivamente nuevas oportunidades de desarrollo alrededor del mundo”, afirman en su informe 2012, que apunta no solo a España, sino a Japón, Corea del Sur, Vietnam o Brasil. Tanasijevich, además de ser el gran jefe de Sands en Singapur, es el responsable de explorar el mercado asiático. “Te puedo hablar de Japón. Ellos han considerado este negocio desde hace años, y el Gobierno ha trabajado en una legislación que lo permita. El país está lleno de energía tras ganar Tokio la candidatura olímpica para 2020, y reconocen que un resort integrado sería importante. Porque los Juegos van de eso, de atraer a turistas y potenciar la imagen de un país y una ciudad”.
¿La derrota de Madrid 2020 disminuye las opciones? “No sé nada de eso…”, dice. Su jefe, Sheldon Adelson, espera que las exigencias que apuntó en su día sean satisfechas por el Gobierno de Mariano Rajoy. Este tendrá que decidir si acepta permitir la figura del junket y los jugadores vip; consentir las apuestas a crédito; modificar la Ley de Enjuiciamiento Civil para facilitar la ejecución de deudas de juego; cambiar la Ley del Impuesto sobre la Renta de no residentes, para que los premios solo estén sujetos a tributación en el país de residencia del jugador, y eliminar de la Ley de Blanqueo de Capitales y de Financiación del Terrorismo el requisito de que los jugadores que transfieran fondos al casino para apostar tengan que identificarse. Una vez que se superen esos escollos vendrá lo demás: la convocatoria de un concurso público; la determinación del lugar, del tamaño y del alcance de la primera fase; la evaluación completa de financiación, y la compra de los terrenos. El tiempo dirá si Eurovegas acaba siendo un negocio beneficioso para todos o un ejemplo de que la banca siempre gana.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.