Controversia parece, 'nontroversia' es

“Desafortunadamente, cada vez que nos encontramos con uno de esos casos en los que sentimos que hemos pillado en un renuncio a algún personaje conocido, a lo que realmente nos enfrentamos es a una falsa controversia fabricada por los medios y propulsada en forma de bucle por las cadenas que ofrecen 24 horas de noticias, las cuales, según un estudio de Political Fallout, sólo contienen 30 minutos de noticias nuevas al día”. Esto escribía en 2009 el periodista estadounidense TM Lindsey. Por aquel entonces, Twitter era capaz de retener durante más de un mes a poco más del 40% de quienes se daban de alta en la red social, la Primavera Árabe no había inspirado empáticos tuits por parte de David Bisbal añorando a los turistas en Luxor y Blatter, medio achispado, aún no había confesado que prefería a Messi. Pero el término nontroversy –podríamos traducirlo como nontroversia–, referido a la forma en que la más trivial de las salidas de tono puede llegar a amplificarse hasta el punto de convertirse en controversia, ya llevaba dos años circulando en el mundo anglosajón. En aquel tiempo era prácticamente solo utilizado en el ámbito de la política, pero, claro, entonces no era como en 2013, cuando 125 jefes de estado tienen cuenta en Twitter.

El origen del término parece encontrarse en un artículo publicado por Tom Keegan en 1998 en el diario The New York Post. La pieza versaba al respecto de una polémica alrededor de ciertas pastillas ingeridas por el jugador de bésibol Mark McGwire, a quien se acusaba de estar dopándose. McGwire informaba de que los productos que tomaba el jugador eran medicamentos de los más común y no sustancias dopantes. “No es una controversia, es una nontroversia”, redactó.

Hace unas semanas, el palabro era recuperado en referencia a unas declaraciones realizadas por Nigella Lawson, célebre presentadora de programas de orientación gastronomía en Reino Unido, quien en el transcurso de una entrevista concedida a The Observer Food Monthly parecía responsabilizar al feminismo del pavor que sienten hoy algunas mujeres a la cocina. Que durante la conversación Lawson se declarara feminista y culpara de falta de sentido del humor a quienes censuraban algunos de los guiños –incluido el mismo título- de su último libro, How to be a domestic goddess (Cómo ser una diosa doméstica) pareció no importar a la armada de tuiteros furibundos que arremetieron contra la falta de sensibilidad de la mujer, a quien, por primera vez en su vida, le llamaron de todo menos guapa.

El mayor error de Lawson fue dar una buena entrevista, dotar a sus declaraciones de cierto sentido del humor y no rehuir ninguno de los temas que le proponía el entrevistador, quien, curiosamente, no fue adoctrinado antes de la conversación al respecto de qué tratar y qué no con ella. La nontroversia que acompañó el caso de Lawson fue, en cierto modo, el reverso de la que protagonizó meses antes el actor galés Rhys Iffans. El tipo se encontró con la periodista Janice Carter, quien iba a entrevistarle para el rotativo británico The Times. A Carter, el publicista del actor le facilitó una lista de temas que no debía tocar durante el encuentro con su representado: Sienna Miller, Anna Friel y su incidente con un asistente a la entrega de los premios BAFTA que culminó con Iffans abofeteando al hombre. Así pues, Carter decidió arrancar la entrevista con el sentimiento galés del actor. Inmediatamente, se dio cuenta de que su entrevistado no iba a hablar de nada que no fuera lo mismo que ya había comentado en previas entrevistas. Inasequible al desaliento, la periodista siguió intentando que el protagonista soltara algo que no fuera un tópico inane. Y lo consiguió. El actor se levantó y abandonó la sala declarando estar tremendamente aburrido. Horas más tarde, le llegaba a la reportera un email del publicista justificando la actitud de su representado: estaba tomando antibióticos. A la mañana siguiente, Carter tituló su texto: “La entrevista infernal”. La nontroversia llegaba entonces a través de lo que no decía Iffans. “Este caso es el más claro ejemplo de lo absurdo de casi todas las entrevistas con celebridades. Como género periodístico, parece cada vez más claro que el proceso es una pérdida de tiempo para todos los involucrados: entrevistador, entrevistado, publicista y, sobre todo, lector”, escribía al respecto del caso Roy Greensdale, catedrático de periodismo en la Universidad de la City de Londres.

El caso del actor galés apareció comentado en los principales medios británicos. Desde el Daily Mirror hasta The Guardian se hicieron eco del incidente, y aprovecharon la ocasión para denunciar la impostura y estupidez asociadas a las entrevistas promocionales. Nuestros famosos ya no nos cuentan nada interesante. Existen dos motivos para eso: uno, nadie quiere desaprovechar la oportunidad para vender lo que toca en aquel momento, porque, para la celebridad y su séquito, los medios de comunicación ya definitivamente solo medios de difusión; dos, una declaración fuera del guion llega rápidamente a las redes sociales, donde siempre habrá alguien dispuesto a mofarse o a indignarse, o ambas cosas a la vez. Iffans es el ejemplo de lo primero; Lawson, de lo segundo. Y para combatir la superficialidad y uniformidad de las apariciones de las celebridades en los medios nació la nontroversia. Si ellos quieren solo hablar de la nada, nosotros convertiremos la nada en titular de portada, en trending topic.