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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Putin y los homosexuales

Las leyes y abusos contra determinados sectores revelan las dificultades de Rusia para conquistar una democracia plena

Marcos Balfagón

La ONG rusa Spectrum Human Rights Alliance (SHRA) ha informado este jueves de que un joven homosexual ha muerto víctima de las torturas  a las que fue sometido por parte de un grupo de neonazis”. Esta noticia, así redactada o con alguna variante, y con su correspondiente fotografía —vía YouTube—, inundó el jueves pasado las redes sociales y fue recogida por casi todos los periódicos europeos de prestigio, incluido EL PAÍS. Hasta hoy, no se ha confirmado asesinato alguno, aunque sí la veracidad de algunas de esas imágenes de maltrato, así como la existencia de esos grupos dedicados a golpear y humillar a homosexuales.

Nada extraña que tales aberraciones se produzcan y se aplaudan por una gran parte de la opinión pública rusa, cuando es el propio Gobierno el que aprueba leyes contra la homosexualidad —o su publicidad— incompatibles con los criterios de libertad y tolerancia a las minorías que deben gobernar cualquier régimen que quiera considerarse democrático. La fanática posición de la Iglesia ortodoxa no hace, sino apuntalar estos rasgos vergonzantes de una sociedad que se niega a admitir uno de los derechos humanos básicos, como es el del respeto a la propia sexualidad.

Rusia tiene un problema importante, entre otras cosas porque ante la celebración de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, en febrero próximo, numerosas asociaciones defensoras de los derechos humanos han planteado la posibilidad de promover un boicot activo, mientras el propio Comité Olímpico Internacional ha exigido garantías. El Gobierno ruso se ha visto obligado a hacer una declaración pública, ya de por sí humillante, de que se respetarán debidamente los derechos de los homosexuales.

Faltaría más. Parece mentira que en 2013 todavía haya que luchar —bajo peligro de cárcel o algo peor— por estas cosas. Seguramente esa virilidad de la que tanto presumen los mandatarios rusos, con Putin al frente —solo superado por el inigualable Silvio Berlusconi en su afán de ejercer bobamente de hombre-hombre—, tenga mucho que ver con la permanencia de ciertos atavismos en una sociedad, como la rusa, que no acaba de encontrar el camino hacia una democracia plena.

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