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David Ferrer: la leyenda del tiburón

Así le llaman los suyos. por su afán competidor en la pista Hijo de un contable y una profesora, el tenista superó tras el último Gran Slam a Nadal y a Federer en el ‘ranking’ mundial Ahora reivindica su sitio. También es un campeón

Juan José Mateo
Ferrer admite en esta entrevista que siempre le han gustado los libros de autoayuda. En la imagen, con camisa de Hackett. Estilismo: Beatriz Moreno de la Cova
Ferrer admite en esta entrevista que siempre le han gustado los libros de autoayuda. En la imagen, con camisa de Hackett. Estilismo: Beatriz Moreno de la CovaGORKA POSTINO

La Guerra Civil. Cómo lo vivieron todo los republicanos. Cómo se vivió el franquismo. Me hubiera gustado ver esa época desde fuera. Ver cómo fue realmente, todo lo que sufrieron nuestros antepasados, nuestra historia. Mucha gente pasó hambre. De 1936 a 1939”. El tenista David Ferrer, número tres del mundo tras el torneo de Wimbledon, no es un tenista cualquiera. Campeón de tres Copas Davis y finalista de Roland Garros, el alicantino (Xàbia, 1982) es un hombre temperamental que ha ido modelando su carácter con el paso de los años y el sumar de las lecturas. Ferrer, que querría trasladarse a los años treinta del siglo XX para aprender, fue un tenista volcánico que rompía raquetas y soltaba demonios por la boca al mismo ritmo vertiginoso con el que jugaba sus partidos. Hoy, instalado en el ático del tenis, sigue siendo un competidor intensísimo, un tipo de puño cerrado y toalla mordida entre las mandíbulas, pero vive en paz consigo mismo tras empaparse de novelas, libros de historia y manuales de filosofía.

"A veces el jugador busca otros culpables antes de mirarse a sí mismo. Es complejo de inferioridad"

“Antes era diferente porque tenía complejos conmigo mismo”, cuenta el tenista durante una tarde de verano, sentado en una terraza desde la que se dominan una decena de pistas. “Hasta que no llegué a aceptar cómo era realmente yo, cuál era mi límite personal, hasta dónde podía llegar… igual eso me hacía ser de una forma que no era la real”, continúa. “Ahora tengo más confianza en mí mismo porque me conozco mucho más. No tengo vergüenza en decir lo que pienso o en decir lo que no sé. En la pista sigo siendo expresivo. Siempre he tenido un carácter luchador. Siempre me ha gustado competir. El tenis me apasiona… Cuando uno tiene complejos personales, directamente van a los profesionales”, añade.

“¿Por qué rompía yo tantas raquetas? Tú puedes explicar que cuando lo hacía estaba sacando el carácter. Pues no. Romper una raqueta es de ser un maleducado, de no aceptar que el contrario también participa, que tú puedes fallar, que no puedes jugar siempre a esto de la línea [separa dos dedos un poco] y ganar todos los partidos”, argumenta. “Cuando alguien no quiere aceptar eso, tiene complejos de que va a perder, y no quiere aceptarlos, rompe la raqueta. Ahora lo acepto mucho más. Por supuesto que me sigo enfadando cuando pierdo y analizo la derrota, pero antes analizaba las derrotas intentando engañarme a mí mismo. Al final, eso es un complejo de inferioridad. A veces, el jugador busca excusas, otros culpables, antes de mirarse a sí mismo. Eso es complejo de inferioridad”.

G. P.

Ferrer, hijo de un contable y una profesora, es un competidor con un marcado sentido de la autocrítica. Leyendo El arte de no amargarse la vida (“Siempre me han gustado los libros de autoayuda, de cómo enfocar la vida, de cómo vivirla”) vio cómo la multitud de mensajes que había ido recibiendo de su entorno a lo largo de su carrera (“la vida son dos días, hay que disfrutarlos”, por ejemplo) cobraban sentido. Coincidió con un momento vital de tranquilidad. Ferrer, que fue finalista de la Copa de Maestros en 2007, es el único tenista del top ten que nunca ha tocado una pieza de su equipo. Javier Piles, su entrenador, lleva con él casi 15 años, desde cuando tenían que viajar con la máquina de encordar raquetas y el técnico pedía el plato más barato del menú en las cenas para no gastar dinero. David Andrés Paramio, su preparador físico, trabaja con él desde hace 11, toda una carrera. Rafael García, su fisioterapeuta, fue su primer rival en una pista, así que casi se conocen desde niños. Todos ellos han presenciado la transformación de Ferrer, su paso de la adolescencia a la madurez, la metamorfosis de niño en hombre.

Javi [Piles] es una mezcla entre un segundo padre y un hermano mayor”, explica el preparador físico de Ferrer. “La clave podría residir en que sus personalidades son distintas, pero complementarias. Javi le ha aportado a David una capacidad de trabajo impresionante, y esa ha sido la base para que David exprimiera al máximo sus capacidades y su talento natural”.

Piles, que predica con el ejemplo su credo de esfuerzo constante y sacrificio diario (corre maratones por debajo de las tres horas), formó el carácter de su pupilo con conversaciones, entrenamientos y viajes. Muy puntualmente, hizo otras cosas. “David era muy joven, creo que tenía 17 años, y era un poco rebelde, así que un día que no quería entrenarse Javi lo encarceló un rato para que reflexionara, y lo encerró en el cuarto de las bolas”, recuerda Andrés, que apunta otra anécdota que está en el origen de quién es hoy Ferru, el tenista de hierro, el competidor constante, un pitbull, en definición de Feliciano López, un jugador que sale ganador de la pista o con los pies por delante. “También probó de albañil. David dijo que no quería jugar al tenis y su padre le dijo que, entonces, a trabajar. David dijo que bien, que así ganaría su dinero y que el fin de semana lo tendría libre. Jaime, su padre, habló con un amigo que trabajaba en la construcción y le dijo que le apretara al máximo. El caso es que David estuvo de peón una semana, llevando y trayendo ladrillos, carretillas… Al llegar el sábado, ¡David no tenía fuerzas ni para salir a dar una vuelta con los amigos!”.

“Te lleva al límite”, dice sobre él su compatriota Rafael Nadal. “Es muy duro”, retrata Del Potro

“Cuando eres adolescente, ciertas personas te marcan”, asiente Ferrer. “No estás hecho, no te conoces a ti mismo. Javi me marcó. Vi a una persona trabajadora, honrada, que se preocupaba por mí. Me enseñó a sacrificarme. No conozco a nadie tan honrado como él. Esos valores me ayudaron mucho para ser ahora el tenista que soy. No solo me decía: ‘Hay que sacrificarse’. Se sacrificaba conmigo. Entrenaba con él, hacía el físico con él; cuando no había dinero, él era el primero que se preocupaba en no gastar… todo eso tiene un valor sentimental brutal”, subraya sobre el técnico, ausente en el momento de la entrevista por asuntos personales y mudo durante todo el último Roland Garros para la prensa. “Se preocupó por mí”. “Es importante que la gente que tienes alrededor, la familia, te digan la verdad”, afirma el alicantino, que vuelve a Xàbia en cuanto puede, porque ahí está su corazón, su núcleo y su vida; porque ahí están sus amigos reunidos en la asociación de La Comuna; porque David es más David cuando está entre los suyos. “Vivimos en un mundo irreal, pero sé cómo funciona todo, cómo está el país. Somos privilegiados. Para saber lo que hay, necesitas que la gente que hay a tu alrededor sea sincera para bien y para mal. Lo importante es que te digan las cosas malas. Creo que en eso he tenido suerte con mi equipo, que me habla de lo que hago mal, no de lo que hago bien”.

La mejora de Ferrer ha sido lenta, constante y progresiva. A los 31 años suma 20 títulos y más de 20 millones en ganancias solo por esos trofeos, sin contar sus contratos publicitarios. En el circuito gasta fama de tipo duro. “Te lleva al límite”, dice de él Rafael Nadal, campeón de 12 grandes, el único español que, como el alicantino, ha superado la barrera de las 100 victorias en los torneos del Grand Slam. “Es muy duro”, le fotografía Juan Martín del Potro. “Es alguien que merece todo el respeto”, añade Novak Djokovic, el número uno del mundo. “Un tipo fantástico que se lo merece todo”, le gradúa don Manuel Santana, el pionero del tenis español, campeón de Wimbledon en 1966.

Ferrer ha llegado hasta el podio del tenis, adelantando a Nadal y Federer, pese a sus limitaciones. Es el top ten más bajo del circuito (1,75 metros). Su estatura perjudica a su saque, porque carece de las palancas necesarias para impulsar las bombas que distinguen a los sacadores del mundillo. En la red no tiene la muñeca fina de otros tenistas. Y, aun así, es un competidor temible por todos.

“Yo mido 1,75. No quiero medir 1,80 metros ni jugar como Roger Federer, porque no soy Roger Federer. Soy David Ferrer y tengo que adaptarme a mis condiciones y exprimirlas al máximo. A partir de aceptarme a mí mismo como soy, he podido evolucionar”, razona Ferrer, de quien Andy Roddick, todo un ex número uno mundial, dijo que “juega sobre ruedas”. Así de bien, así de rápido, se mueve sobre la pista el alicantino.

Mido 1,75. No quiero medir 1,80 ni jugar como Federer. No soy Federer. Soy David Ferrer”

“Lo que distingue a David es que a esa velocidad sume una resistencia sobresaliente”, cuenta Andrés, su preparador físico, que ha visto cómo su pupilo ha pasado de prepararse con carreras a nivel de buenos atletas a optar por la bicicleta, para desgastar menos las articulaciones, especialmente las rodillas. “Hay tenistas fuertes y rápidos, o fuertes y resistentes, que es más difícil, pero rápidos y resistentes hay pocos, son cualidades antité­­ticas por el tipo de fibras musculares que se requieren para una y otra cualidad. La innata en David es la velocidad, y la adquirida, la resistencia”, cierra el preparador.

“De él destaco su capacidad de sufrimiento y sacrificio. En ocasiones ha jugado con dificultades físicas y dolores que a otros jugadores les hubieran incapacitado”, cuenta el doctor Ignacio Muñoz, alguien que le ha tratado de cerca, en los grandes y fuera de ellos, a él y a los mejores tenistas españoles. “Durante los últimos años, David ha madurado mucho física y también mentalmente. Físicamente sabe que la edad es un factor negativo a la hora de recuperarse de los partidos y las lesiones, por eso cuida mucho más su alimentación y su preparación física. La palabra que le define es tenacidad”.

“Un tipo fantástico que lo merece todo”, argumenta sobre David Ferrer (en la imagen, vestido de Hackett) Manuel Santana, pionero del tenis español. Estilismo: Beatriz Moreno de la Cova
“Un tipo fantástico que lo merece todo”, argumenta sobre David Ferrer (en la imagen, vestido de Hackett) Manuel Santana, pionero del tenis español. Estilismo: Beatriz Moreno de la CovaGORKA POSTINO

Tenaz como pocos, Ferrer busca un gran título que culmine su carrera. El alicantino ya tiene un Masters 1000 (Paris-Bercy), pero a ese título de prestigio le rodean varios sinsabores. Junto a Feliciano López, tuvo cuatro bolas de partido que le convertían en medallista olímpico en los Juegos de 2012, y se quedó con la miel en los labios. Enfrentado a Andy Murray en la final del Masters 1000 de Miami –el quinto grande, que le dicen–, tuvo otra bola que le daba la victoria, y la perdió por el camino. Cruzado con Rafael Nadal en la final de Roland Garros, no conquistó el título con el que probablemente soñaba desde niño.

Hay que equivocarse para aprender”, razona con todas esas decepciones en perspectiva. “El que siempre ha ganado, al que siempre le han ido bien todo, cuando pierde lo tiene mucho más difícil para encarar las cosas y volver a ganar”, dice, compartiendo los pensamientos que le ayudan a superar esas desilusiones. “Para saber ganar, primero hay que saber perder. La vida te da lecciones. Hay que aprender de ellas. No puede ir todo siempre rodado”.

Ferrer, dicen en su entorno, es un hombre “ávido de conocer historias y anécdotas”. Vive la vida con orejas abiertas, oídos atentos e inquietudes constantes. Se preocupa por mejorar su inglés, agradece la oportunidad de ver mundo, entiende que cada persona de otra cultura que conoce es una opción de enriquecerse. Por eso y por cómo juega y compite, los suyos le llaman el Tiburón.

“Estábamos en el Abierto de Estados Unidos 2012, que se disputaba al mismo tiempo que los Juegos Paralímpicos de Londres, y tras su partido de cuartos, Albert Molina, su agente, nos contó una historia de superación”, recuerda el doctor Muñoz. “Lo contó de forma muy dramática, explicando la anécdota de Achmat Hassiem”, sigue. “Haciendo surf, Hassiem vio que un tiburón se aproximaba para atacar a su hermano. Se tiró al agua para llamar la atención del tiburón, que finalmente le atacó a él y le amputó una pierna. Salvó su vida y posiblemente la de su hermano gracias a su fuerza y a que peleó hasta la extenuación para deshacerse del depredador”, cuenta el doctor. “Desde entonces, a David le llamamos así, el Tiburón. Es lo que hace en las pistas: pelea hasta la extenuación. Da todo de sí mismo y siempre incomoda a sus contrincantes y los lleva hasta el límite. Por eso le respetan y temen”.

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Sobre la firma

Juan José Mateo
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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