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Coordinado por Lola Huete Machado
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Johannesburgo no es ciudad para peatones

Recién llegada a Johannesburgo me creí peatón. Aún debe de estar temblando la amiga a la que le anuncié que iría andando al jardín botánico del que me estaba cantando las virtudes. “Total, en media hora me planto”, le dije para intranquilidad suya. “Estás loca, nunca andes por la ciudad y menos si vas sola”, me respondió seria. Le faltó añadir “porque eres blanca”.

Con el tiempo he aprendido que en parte tienen razón. Johannesburgo no es ciudad para caminantes. Dejando a un lado si es segura o no, se asemeja bastante a la estructura urbana de Estados Unidos: centro relativamente pequeño y centenares de urbanizaciones alrededor con distancias que se miden por tiempo en coche. Los que han ido pariendo el diseño urbano se olvidaron o, peor, desprecian al peatón y aunque la capital puede presumir de unas avenidas largas, rectas y anchas no ha lugar para que se cuelgue la medalla de amiga de los que por necesidad u ocio quieren echarse a las calles a andar.

El problema es que la ciudadanía no tiene arraigado el concepto de espacios públicos. Sencillamente nadie piensa que la calle es suya. Da que pensar que tampoco las autoridades municipales, así que unos por otros, la acera sin barrer. Dígase en el centro de Johannesburgo, conocido como el CBD o el town, o en las urbanizaciones del norte que acogen a las clases medias o altas. En este aspecto, Sudáfrica iguala a ricos y pobres, blancos y negros en el maltrato a sus calles y a sus peatones. Unos, los privilegiados, porque siempre salen de casa al volante del coche, y los otros, los desfavorecidos, porque no se creen con derechos y realmente les disgusta andar. Desde aquí pido perdón por este retrato de línea gruesa que generaliza demasiado.

Pero son esos barrios de casita y jardín los que más llaman la atención. Los hay que incluso están protegidos por guardias de seguridad o barreras en la entrada, por lo que los vecinos no tendrían excusa para tomar las calles y aprovechar las buenas temperaturas diurnas que tiene Johannesburgo incluso en invierno. Pero no. No invitan a eso. Nadie podría imaginar en otra gran capital que áreas del mismo nivel económico tengan sus aceras tan dejadas. Un tranquilo paseo se convierte en ir evitando adoquines bailando, escombros de las obras particulares, la casita de madera del vigilante, un árbol con un tronco imposible de abrazar o con un auténtico jardín que el vecino de turno ha plantado delante de su casa para embellecer la entrada.

Cualquier acera es una pista de obstáculos. Y hay que estar atentos a cada paso que se da para no tropezar en socavones, tapas de alcantarillas abiertas como trampas, papeleras o señales situadas estratégicamente en el centro. Andar e ir, por ejemplo, tecleando el whatsapp puede perjudicar seriamente tus tobillos o rodillas. No es ninguna broma. Consejo para el peatón despistado: ojo avizor. Y más si empieza a oscurecer, porque otra cosa de la que carece la ciudad es de una buena iluminación pública, por lo que a veces, la pantalla del móvil es útil para alumbrar. Lo escribe la voz de la experiencia.

Así que en Johannesburgo no es fácil encontrase con ningún carrito de crío. Los ricos, otra vez, van a comprar a los incontables centros comerciales, y las negras prefieren llevar al retoño atado a su espalda por gruesas mantas (tipo las viejas paduana, por decirlo entendedor) en invierno y una simple toalla cuando el calor aprieta. De la misma manera no hay carros de la compra y las negras vuelven a demostrar su diferencia portando muchas veces una bolsa de fruta, una caja de cartón o lo que sea encima de su cabeza. Esto es equilibrio y no lo del Cirque du Soleil.

Hay quien dice que esta es una apreciación eurocéntrica porque los sudafricanos ni me entienden ni comparten la preocupación. Así se explica que no haya encontrado aún a ningún local que quiera acompañarme en mis visitas a pie por la ciudad y que todos los europeos que conozco añoren caminar. Pero es que atreverse a cruzar una calle es casi una epopeya. Los conductores se paran donde les pilla la luz roja, aunque cierren el camino de los pocos pasos de cebra habilitados, y si uno se descuida, se queda en la mitad de la carretera porque el semáforo verde está programado para un medallista olímpico. El peatón es poco menos que un fastidio o una molestia para el que está al volante.

Comentarios

Ni que decir de la injusta duración del color verde en las luces de los semáforos para peatones. Se pone en verde, bajás el escalón para empezar a cruzar y... ya está rojo.
Caminar en Johannesburgo, de día es una odisea, de noche una aventura a medio camino entre los exploradores y una película de crímenes. Da miedo y a la vez apacigua el saber que si no ves, al menos los demás tampoco lo harán. Una cárcel repleta de jacarandas es Johannesburgo. No es visión eurocéntrica, es una realidad que se da en algunos barrios de España también, pero lo de allí es para quedarse estupefacto. Buena descripción.
En Luanda, donde vivo, pasa exactamente lo mismo.
Ni que decir de la injusta duración del color verde en las luces de los semáforos para peatones. Se pone en verde, bajás el escalón para empezar a cruzar y... ya está rojo.
Caminar en Johannesburgo, de día es una odisea, de noche una aventura a medio camino entre los exploradores y una película de crímenes. Da miedo y a la vez apacigua el saber que si no ves, al menos los demás tampoco lo harán. Una cárcel repleta de jacarandas es Johannesburgo. No es visión eurocéntrica, es una realidad que se da en algunos barrios de España también, pero lo de allí es para quedarse estupefacto. Buena descripción.
En Luanda, donde vivo, pasa exactamente lo mismo.

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