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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acuerdo sobre Kosovo

El pacto entre Belgrado y Pristina representa una esperanza de estabilidad para los Balcanes

El acuerdo de normalización de relaciones entre Serbia y Kosovo, concluido solo semanas después de que se diera por imposible, representa un hito para los dos países de la antigua Yugoslavia, tras 15 años de conflicto sangriento y una guerra zanjada por los aviones de la OTAN en 1999. Si se respeta, el compromiso de Belgrado y Pristina —un triunfo para la jefa de política exterior de la UE, que ha llevado directamente las negociaciones— es también una esperanza de estabilidad para la región de los Balcanes occidentales.

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Kosovo declaró unilateralmente su independencia de Serbia en 2008, reconocida por EE UU y la mayoría de la UE, pero no por España. Nada alentaba el acuerdo entre los dos enemigos históricos, y menos que nada el historial de sus signatarios. El primer ministro serbio, Ivica Dacic, fue portavoz del genocida Slobodan Milosevic. El jefe del Gobierno de Pristina, Hashim Thaci, comandante en su día de la guerrilla kosovar. El tercer actor decisivo, Aleksander Vucic, líder del partido mayoritario de la coalición serbia, un antiguo ultranacionalista. Las concesiones de unos y otros y su coraje abonan la teoría de que adversarios irreconciliables son capaces de desbloquear situaciones intratables. En su pacto, Serbia no reconoce como Estado a su antigua provincia de mayoría albanesa, pero sí su control de la totalidad del territorio, incluyendo Mitrovica, la región norteña más conflictiva. Aquí viven aproximadamente 50.000 de los 140.000 serbios de Kosovo, que a cambio tendrán una amplia autonomía en ámbitos como sanidad, educación, policía y justicia. Bruselas había hecho del compromiso precondición para hablar con Belgrado de su futura incorporación a la UE.

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Los agravios y el odio entre serbios y albanokosovares han crecido sin freno durante años. La oposición a lo pactado será intensa por los ultramontanos, lo que hace imprescindible el apoyo sostenido de Europa y sus incentivos. Pero la barrera psicológica se ha roto y el dinero de Bruselas y Estados Unidos, decisivos tras las bambalinas, ayudará. Atacando de frente el más peligroso de los contenciosos dejados por las guerras yugoslavas de los años noventa, la UE eleva la presión sobre otros países de la zona donde se dan situaciones parecidas, sobre todo Bosnia-Herzegovina. Y demuestra que, pese a su crisis, puede hacer política exterior si es capaz de hablar con una sola voz.

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