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Columna
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El poder ladrón

La corrupción no solo nos escandaliza y asquea, sino que nos gobierna

Manuel Rivas

Un cura reprochó a uno de sus feligreses el no haber encargado ninguna misa por el padre difunto. “Si el viejo está en el cielo, ¿le valen de algo las misas?”, preguntó el paisano. “Hombre, en ese caso no”, dijo el párroco. “Y si está en el infierno, ¿le valen de algo?”. “En ese caso tampoco”. Pero el cura, claro, esperaba su momento triunfal: “Pero, ¿y si está en el purgatorio?”. A lo que el paisano respondió: “Ah, mire, en ese caso, si las hizo, que las pague”. Leo este duelo verbal en El declive del Imperio vaticano, de Javier López Facal, un libro serio tocado por un espíritu tan sutil que podría obrar el milagro de hacer sonreír al mismísimo monseñor Rouco. En la vida diaria, creyentes y no creyentes pueden compartir muchas cosas, empezando por el humor, e incluso concordar con la antífona de jueves santo: “En donde hay cariño y amor, allí está Dios”. Amén. A propósito de creyentes y no creyentes, ya en la órbita civil, hay una toma de conciencia común en España: la corrupción no solo nos escandaliza y asquea, sino que nos gobierna, en el sentido de ocuparlo todo, va marcando el ritmo del país, asfixiando el tiempo, como el avance de una noche maloliente incubada en espacios suntuosos. El poder oculto ha dejado de ser una metáfora. No solo expolia el dinero público, sino también el espectáculo. El aire chulesco anticipa el peor desenlace: los grandes corruptos ampliarán el negocio sin necesidad de ocultar la catadura, despreocupados del cielo y del infierno. La ciudadanía ha perdido la confianza básica en esta democracia usurpada. Lo que queda de derecha democrática e izquierda alternativa tienen que ponerse de acuerdo para hacer frente al todopoderoso Partido de los Ladrones. Quien las hizo, que las pague. Me temo que encima vamos a tener que pagarles las misas.

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