La reacción social
A pesar de los efectos de la crisis, no existe un modelo alternativo creíble y operativo
Como pensaba Marx, la revolución es mundial, o no es, y nada indica que pueda explotar una revolución en un mundo en el que el capitalismo está férreamente asentado y las viejas y las nuevas potencias luchan por la hegemonía mundial dentro de este modo de producción. Estamos muy lejos, si es que llega algún día, de uno tan integrado en el que simultáneamente puedan producirse movimientos sociopolíticos que alcancen a todo el planeta.
Cierto que el capitalismo, como todo, es perecedero y algún día acabará, pero desde el horizonte previsible no se detecta un orden socioeconómico alternativo que pueda funcionar, ni mucho menos una vía para llegar a él. Es este el dato fundamental que hemos de tener muy presente a la hora de imaginar con algún realismo lo que pueda suceder. El socialismo, con las muchas facetas diferentes que tuvo en el pasado, desde el libertario al socialdemócrata, ha dejado de tener un contenido concreto, diluido hoy en pura retórica. Los que lo evocan como alternativa al orden establecido no ofrecen un concepto claro y convincente, ni trazan el camino que conduciría a una meta definida de manera tan imprecisa.
Una revolución solo lograría convertir en fallido al Estado donde se diera
El último residuo que del socialismo de los dos últimos siglos queda, la socialdemocracia, ha pasado de aguardar paciente la revolución, que indefectiblemente traería consigo las contradicciones insuperables del capitalismo, a intentar transformarlo desde dentro con la conquista del voto universal, que ciertamente ha posibilitado la integración política de la clase obrera, y con ella la social y la económica, de modo que se creyó que por la vía democrática se podría llegar al socialismo, entendido todavía como un nuevo orden socioeconómico en que se habría superado el antagonismo entre asalariados y dueños del capital.
El paso siguiente consistió en abandonar la meta de un orden distinto, aceptando la “economía de mercado”, como el mejor modo de producción, y la democracia representativa, como la culminación del proceso de democratización en que se decía consistiría el socialismo. La socialdemocracia aún pretendía hacer las correcciones necesarias para lograr domeñar el paro y achicar la desigualdad social con un mejor reparto de la renta nacional, pero ha acabado por asumir sin la menor corrección el orden socioconómico existente. Hoy aspira únicamente a defender los intereses de la mayoría más desfavorecida, una pretensión que, en el común afán de ganar votos, comparte con los demás partidos.
Un reciente informe de FMI señala que España no recuperá el PIB del 2008 hasta el 2018, manteniéndose un paro en torno al 20 %. Con tamaño descenso del nivel de vida, las instituciones sufren una pérdida de legitimidad y aumenta el descontento social, provocando manifestaciones, huelgas, movimientos como el 15-M o el 25-N, y una variada gama de protestas todavía por ensayar, que el Gobierno tratará de encauzar endureciendo las medidas represivas, combinadas con pequeñas concesiones y el anuncio permanente de que se saldrá pronto del túnel. Al enjuiciar los efectos sociales de la crisis, el hecho contundente que hay que recalcar es que por perversos que sean para una buena parte de la población, y por deslegitimado que haya quedado el sistema, no existe un modelo alternativo que sea creíble y operativo.
Después de un tramo más o menos largo de protestas, incluso con algunas acciones brillantes que logren llamar la atención, pero sin resultados palpables, los caidos en el mayor desamparo tendrán que buscar la forma de subsistir, bien al margen de la ley –aumento de la criminalidad agresiva, acudiendo al engaño y la estafa, o refugiándose en la economía sumergida– o bien, recurriendo a las propias fuerzas, con nuevas formas solidarias de intercambio que llevan a cabo los “autónomos de supervivencia”, una nueva categoría que habrá que establecer.
Para muchos un sistema de producción alternativo resulta imprescindible para sobrevivir
Junto a la economía formal, se irá desarrollado una paralela, basada en cooperativas de crédito, de producción y consumo, o simplemente en el trueque de bienes y servicios, en definitiva, una “economía social y solidaria”, que desde el interior del sistema, vaya creando redes alternativas que resultan eficaces gracias a los modernos medios de comunicación. A muchos no les quedará otra salida que resistir en un sistema paralelo de producir, intercambiar y consumir, incluso utilizando una moneda propia, por rechazo a la oficial al servicio de un capitalismo financiero meramente especulativo. Se trata de reinventar la economía productiva sobre una nueva base social que haya superado el choque entre operarios y dueños del capital. En fin de cuentas se quiere impedir que el trabajador, que el sistema ya no necesita, quede degradado a mero consumidor sin recursos.
A la parte de la sociedad desalojada del sistema de producción, no le queda más que el dilema que formuló Albert Hirschman, de oponerse protestando (voice) o salirse (exit), si nada consigue. Como la rebelión y la protesta no van a cambiar el capitalismo financiero establecido, no queda otra salida, que trasladarse a otro país –la emigración vuelve a ser el destino de muchos españoles– o bien encontrar acomodo en la economía alternativa, saliéndose del sistema.
Para muchos un sistema de producción alternativo resulta imprescindible para sobrevivir, a la vez que es tolerable para el sistema, al necesitar cada vez menos mano de obra.
Ignacio Sotelo es catedrático de Sociología
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