Faena de aliño
Ya es hora de que la España progresista tenga voz política en el País Vasco
En la pasada Semana Grande donostiarra, la primera diseñada por el equipo municipal de Bildu, la apuesta central y más innovadora era el concurso de ensaladas con productos autóctonos, puesta en práctica festiva de la “soberanía alimentaria” que la coalición lleva en su programa. La competición estaba abierta a parejas jóvenes y atrajo ni más ni menos que a ocho, es decir, una respetable multitud de 16 personas. No sé quienes se alzaron con el triunfo, pero estoy seguro de que el jurado tuvo la deliberación difícil entre tan excelentes obras de arte vegetales. Por esos mismos días, en la plaza de Illumbe se celebró la habitual feria taurina, que atrajo como todos los años a varios miles de personas. En vista de lo cual y atendiendo al sentir popular, el alcalde ha decidido suprimir las corridas de toros y perpetuar los concursos de ensaladas.
No voy a entrar de nuevo en el debate en torno a la fiesta taurina. Sabemos que cuenta con adversarios elocuentes y algunos reinsertados de última hora, como prueba el reciente artículo de Ferlosio publicado aquí mismo (aunque, por ser a contraestilo, el resultado de este pentimento recuerda un poco al eccehomo de Borja). Y por supuesto aún menos entraré en si se trata de una fiesta “española” o “vasca”, como si lo uno se opusiera a lo otro, resistiéndome a mencionar tantos apellidos vascos con olor a dehesa que se me vienen a la cabeza (por ejemplo “Miura”, ¿les suena?). Además, dado que el surf viene del Pacífico, los fuegos artificiales de China y las alubias de Centroamérica, suprimir todo lo que no tiene origen vasco empobrecería definitivamente la Aste Nagusia. De modo que abandonemos por ahora los toros a su suerte: si sobreviven a Adrien Brody haciendo de Manolete, es que ya nada puede acabar con la fiesta.
Por lo visto la mala salud da derecho no solo a cuidados médicos sino a la libertad
Pero lo ocurrido este verano en Donosti me parece una metáfora de lo que ha conseguido el radicalismo nacionalista en Euskadi y de lo que espera conseguir. Primero, los modos. El Parlamento catalán abolió las corridas tras un debate, todo lo trucado que se quiera, pero en el que se cubrieron las apariencias. En cambio, el alcalde de San Sebastián, por sí y ante sí, ha decidido que un espacio público construido para coso taurino sea dedicado a partir de ahora al baloncesto, los conciertos, las ensaladas o lo que él quiera. No ha cometido el error de su colega de Cestona, también de Bildu, que hizo un referéndum en la localidad sobre la supresión de las corridas y obtuvo una respuesta negativa de los ciudadanos, incluidos muchos votantes de Bildu. “Le está bien empleado, por preguntar”, debió pensar el alcalde donostiarra. Cuando uno ya sabe lo que la gente debe querer, ¿para qué perder el tiempo preguntándoselo y darles así la oportunidad de equivocarse? Lo que hay que hacer es “normalizar” la vida común, es decir, que la gente deje de empeñarse en sus gustos retrógrados y españolistas, en elegir la lengua que prefiere hablar o en la que quiere educar a sus hijos, en los triunfos deportivos que celebra o en los símbolos que exhibe y se aficione a la ensalada aliñada al gusto abertzale, aunque esa norma se la impongan 16 a 10.000 o a 100.000. Es lo que la señora Mintegi, candidata a lehendakari por Bildu, llama “su talante democrático”.
Para eso han servido los años de domesticación a sangre y fuego que los etarras —herederos en los métodos y en gran parte de los modelos ideológicos de la dictadura franquista— han impuesto a nuestra sociedad. Para que sus conmilitones ocupen el espacio público, por pocos que sean, y los demás, los muchos más demás, rezonguen pero no se atrevan a hacerse visibles. Bien claro ha quedado durante las concentraciones frente al hospital en que estaba internado Bolinaga: podían ser sólo 40 ó 50, aunque los demás pesaban menos —fuesen cuantos fuesen— porque no se atrevían a salir de casa. Y lo mismo ha ocurrido con la disciplinada manifestación exigiendo la liberación de los presos enfermos, pues por lo visto la mala salud da derecho no solo a cuidados médicos sino a la libertad. Con que sean 2.000 los que protestan ya se convierten en la totalidad del pueblo vasco, porque nadie va a disputarles la calle. Pero es que, además, han logrado imponer su lenguaje incluso a quienes se sienten alejados de sus planteamientos ideológicos: estamos en un “proceso de paz”, un “tiempo nuevo”, todos debemos “dar pasos en la buena dirección”, deben respetarse los derechos humanos conculcados de los “presos políticos” y acabar con la política penitenciaria “represiva” (debe haber otra con fines lúdicos o algo así), hay que denunciar “el resentimiento” y “las ansias de venganza” de ciertas víctimas, etc… Se habla mucho de construir el relato colectivo de la memoria, que vaya usted a saber lo que es, pero no se recuerda suficientemente que los pasos en la buena dirección para acabar con la violencia y el enfrentamiento civil los dieron ya hace 35 años la mayoría de los españoles, salvo los etarras y sus servicios auxiliares. Que siguen sin darlos, pero reclamándolos a los demás.
Los socialistas vascos sólo parecen esforzarse en poner sordina o retrasar los avances del nacionalismo
Y eso no lo ha remediado, lamentablemente, el gobierno socialista en la CAV, apoyado por el PP vasco, que tantos acogimos con gran esperanza y que yo aún sigo pensando que —al menos en sus comienzos— supuso un esbozo de progreso aunque fuera insuficiente. Como en otras ocasiones pasadas, los socialistas vascos sólo parecen esforzarse en poner sordina o retrasar los avances del nacionalismo, pero sin plantear realmente un modelo alternativo. Ofrecen los mismos platos identitarios que los nacionalistas, aunque en raciones de menú infantil. Eso debe ser el nacionalismo no sabiniano de Egiguren, que a los no nacionalistas nos gusta tan poco como el otro y a los nacionalistas, claro, mucho menos que el suyo… como temo que se verá en las próximas elecciones. Se dice que hay que evitar el enfrentamiento dentro de la comunidad, pero no veo por qué para convivir sin violencia es preciso que quienes creen que los vascos formamos parte de una España plural pero unida atenúen o enmascaren su forma de pensar hasta hacerla casi clandestina. O deban aceptar junto a su filiación española medidas políticas reaccionarias en materia de educación, aborto, economía, etc… Ya es hora de que la España progresista tenga voz política en el País Vasco sin renunciar ni al progresismo ni a España.
Sin embargo, todo parece indicar que los gestores de la herencia de ETA van a seguir cada vez más activos, mientras gran parte de la sociedad se resigna como antes a una invisibilidad permanente, sea por miedo retrospectivo, pereza, oportunismo o resignación. Lo malo no es que haya o no haya toros, sino que muchos debamos acabar aliñando esa ensalada que no nos gusta pero de la que tendremos que comer luego, nos apetezca o no. Menuda faena.
Fernando Savater es escritor.
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